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Niños rinden tributo a Eusebio Leal, el historiador oficial de La Habana, en el capitolio de la capital cubana, este jueves.ALEXANDRE MENEGHINI / Reuters

La despedida de Eusebio Leal, artífice de la restauración de La Habana Vieja y pieza clave en la salvación del Centro Histórico de una de las capitales más bellas de América, fue como a él le hubiera gustado. Sus cenizas fueron expuestas el jueves en el majestuoso Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio Nacional, joya del eclecticismo cubano de estilo neoclasicista, a cuya rehabilitación dedicó los últimos años de su vida. Fallecido el pasado 31 de julio, a los 77 años, sus funerales —pospuestos hasta ahora debido a la pandemia de Covid-19— incluyeron el homenaje popular en el Capitolio, una de sus grandes obras restauradoras, por donde desfilaron miles de personas, gente de a pie, autoridades, vecinos de La Habana Vieja y también gran parte del equipo que trabajó codo con codo con él en la Oficina del Historiador de la Ciudad, arquitectos, pintores, diseñadores, albañiles, carpinteros, editores, ingenieros, herreros, maestros del yeso y del vitral, entre otros, que acudieron a darle el último adiós a su maestro y amigo, a la persona que todo el mundo llamaba simplemente Eusebio.

Hubo muchas lágrimas en el Capitolio porque a Eusebio todo el mundo lo quería. Y los pocos que no lo querían lo respetaban por su obra, que permitió rescatar y rehabilitar cientos de edificios, palacios, parques, plazas, teatros y alamedas en la ciudad colonial, salvándola del desastre. El Historiador de La Habana era hombre de convicciones religiosas y quiso que sus restos reposaran junto a los de su madre en un pequeño jardín al fondo de la Basílica Menor del viejo Convento de San Francisco de Asís, otro emblema del Centro Histórico rescatado por Leal con ayuda de la cooperación española en los duros años noventa, cuando la ciudad se caía a pedazos debido a la crisis del Periodo Especial. Allí, en una pequeña tumba rodeada de flores, en el corazón de la ciudad colonial, fueron depositadas sus cenizas en una ceremonia familiar privada.

Es imposible calcular cuánto le debe La Habana y la cultura cubana a Eusebio Leal. Aunque su cargo oficial era simplemente el de Historiador de la Ciudad, era mucho más que eso pues desde que llegó a la Habana Vieja se dedicó a crear conciencia. Sin su vehemencia e inteligencia para sumar y conseguir recursos, del Estado y de instituciones extranjeras, probablemente hubiera desaparecido buena parte del patrimonio arquitectónico de la antigua ciudad colonial, que desde 1982 forma parte de la lista de patrimonio mundial de la UNESCO.

Eusebio hablaba con pasión contagiosa de su ciudad, a la que le dedicó toda su vida. Quién le escuchara, fuesen reyes, presidentes, embajadores, artistas, potentados, o las gentes más sencillas del barrio, quedaba comprometido con la causa del rescate de la ciudad. Fueron muchos los que le apoyaron con recursos o de diversos modos en su esfuerzo rehabilitador, una obra que él concebía indisolublemente ligada al desarrollo social, no simplemente orientada a salvar edificios o plazas.

“Preservar el patrimonio material e inmaterial de la ciudad es importante, pero no como una tarea de momificar el pasado. El proyecto de La Habana y la misión que tenemos es precisamente darle vida, que la ciudad sea para los que la viven, por eso la Oficina del Historiador ha creado escuelas, centros de salud y viviendas en el Centro Histórico, es la única manera de que no se convierta en un pueblo viejo o en un centro turístico”, dijo Leal a EL PAIS en una de sus últimas entrevistas, ya enfermo pero al pie del cañón en su oficina.

Nacido el 11 de septiembre de 1942 en La Habana, de origen muy humilde, su formación fue autodidacta. De niño abandonó la escuela para ayudar a su madre, y no fue hasta después del triunfo de la revolución que pudo terminar el bachillerato y cursar la carrera de Historia en la Universidad de La Habana. Discípulo de Emilio Roig de Leushenring, a quien sucedió en el cargo de Historiador de la Ciudad, tuvo un papel destacado en la restauración del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, la primera gran obra rehabilitadora emprendida en la ciudad, concluida en 1979.

A partir de 1981 comienza a dirigir las obras de restauración del Centro Histórico de La Habana. Eran pocos los fondos dedicados entonces a este empeño, pero Leal palió con su voluntad y entusiasmo los imponderables, llevando a cabo en los años siguientes la rehabilitación de la fortaleza de San Carlos de La Cabaña y del Castillo de los Tres Reyes de El Morro.

Desde entonces se dedicó a crear conciencia en las alturas de la importancia de salvar la riqueza patrimonial del Centro Histórico y la ciudad colonial y peleó por conseguir los recursos necesarios para financiar esta labor gigantesca. En 1993, cuando el derrumbe del campo socialista dejó al país sin recursos, Leal convenció al entonces presidente cubano, Fidel Castro, de la necesidad de dar considerables márgenes de autonomía a La Habana Vieja y crear su propio sistema empresarial para autofinanciar la restauración. La cuestión era salvar la Habana a cualquier precio, defendió Leal.

Durante casi tres décadas la Oficina del Historiador de la Ciudad rehabilitó cientos de edificios de gran valor patrimonial —como el Palacio del Segundo Cabo, el Castillo de la Fuerza, el Centro Gallego o el Capitolio—, y espacios públicos que hoy son el corazón de la ciudad, como la Plaza de Armas, la de la Catedral, la de San Francisco o la Plaza Vieja, con las calles que las unen, Mercaderes, Oficios, Obispo, hoy llenas de vida y de negocios privados.

La obra restauradora de la Habana Vieja ha ganado multitud de premios internacionales y ha sido puesta como ejemplo y modelo de proyecto sustentable y de gran nivel técnico. Este modelo fue transformándose con el tiempo, pues si al principio el Estado cargaba con todo el peso de la rehabilitación, Leal poco a poco fue concediendo mayores márgenes al sector privado para que financiasen la restauración casas y edificios para poner negocios, centrándose la Oficina en rehabilitar los espacios públicos y velar por que se cumpliesen las normas para que todo se hiciese de acuerdo a salvaguardar el patrimonio. La Habana Vieja con Eusebio fue sinónimo de dinamismo y emprendimiento.


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