El cruce de la frontera terrestre entre Líbano y Siria da una muestra sobre el estado de un país que cumple 10 años de conflicto. Los conductores que llegan de Beirut ya no preguntan qué ruta es segura, sino que aparcan en el arcén cuando llegan a la tierra de nadie que separa a ambos países, extraen la gasolina de sus tanques y se la venden a los conductores sirios en garrafas de plástico. Dieciocho litros cuestan 35.000 libras en Siria (8,75 euros), cuatro veces más que en Beirut, explica un conductor. En las calles de Damasco, la capital siria, con más de dos millones de habitantes, interminables hileras de coches esperan junto a las gasolineras, a veces más de tres horas.
Son el reflejo de los estragos de la guerra civil. La libra siria ha perdido casi el 99% de su valor frente al dólar. En una frontera, cerrada por la covid, apenas se ve a algunos ciudadanos con doble nacionalidad sirio-libanesa, diplomáticos o trabajadores de la ONU. Los cambistas informales que antaño pululaban con fajos de billetes en las manos han desaparecido. Ahora necesitarían carretillas para transportar el equivalente a 1.000 euros.
Desde Líbano parten las concurridas rutas ilegales de contrabando para vender en Siria combustible, pero también arroz o medicamentos. “Este año está siendo muy duro para nosotros. Apenas podemos llegar a final de mes o calentar un cuarto de la casa con fuel”, cuenta Ahmad (que no da su apellido por miedo a represalias), un funcionario en la cincuentena en Damasco. “Mientras la mayoría nos hacemos más pobres, una minoría de privilegiados afiliados al régimen se hacen más ricos”, apostilla.
A pesar de la apatía general por la crisis económica y la pandemia, en las calles de Damasco se respira una extraña normalidad que recuerda al bullicio de preguerra, con un ejército de barrenderos limpiando el asfalto, apresurados trabajadores que corren tras los autobuses y jóvenes desempleados que se reúnen en los parques, donde no incurren en gasto alguno. Los bares y restaurantes también están concurridos, pero por esa minoría de la clase media alta que aún puede costearse ese lujo. El salario medio de un funcionario ronda las 60.000 libras —unos 15 euros en el cambio informal— en un país de unos 18 millones de habitantes (más de 5 millones están refugiados fuera) donde 8 de cada 10 sirios, según la ONU, viven bajo el umbral de la pobreza.
Sin clientes, los marchantes de la valorada marquetería siria han instalado sus mesas y sillas en las aceras para echar largas partidas de taula, un juego de mesa popular. En medio del trajín de la ciudad, apenas se avista alguna mascarilla. “¿Covid? Benditos son los que la cogen y se mueren, que por fin pueden descansar”, dice con sarcasmo un comerciante.
“Necesitamos un presidente fuerte, porque si no colapsarían las instituciones”
Munir, informático de 32 años
El miedo al hambre acaba por vencer al miedo a morir por el virus; muchos trabajadores sirios cobran por jornada para sobrevivir. No escasean los alimentos en los supermercados, pero sí el dinero en los bolsillos tras una contienda que ha causado medio millón de muertos (un tercio de ellos civiles) y ha destrozado el 27% de los hogares y la mitad de las infraestructuras, según un informe del Banco Mundial.
También sigue presente el temor a expresar ideas políticas en público. Solo aquellos que respaldan al presidente Bachar el Asad se atreven a hablar. Todo periodista extranjero que logra entrar en el país es acompañado por un empleado del Ministerio de Información (en este caso en una breve estancia autorizada para entrevistar al embajador de Irán, uno de los actores de peso en el conflicto). “Se ha distorsionado mucho la realidad en el extranjero, hasta tal punto que los refugiados tienen que echar pestes del país y del presidente para que les den dinero”, defiende Munir, un informático de 32 años, en conversaciones de WhatsApp desde la periferia damascena y cuyos primos huyeron a Alemania.
“Necesitamos un presidente fuerte, porque si no colapsarían las instituciones y de ahí ya no podríamos remontar nunca el país”, afirma. Los ciudadanos de Damasco mantienen aún frescos en la memoria los años vividos bajo la lluvia de morteros lanzados desde los suburbios rebeldes que, a su vez, fueron machacados por los bombardeos del Gobierno y uno de sus aliados, Rusia.
Campo vencedor
El Asad ha cumplido 20 años al frente de una república que heredó de su padre, Hafez El Asad, en 2000. La mitad de ellos han transcurrido en guerra desde el estallido de las primeras protestas populares el 15 de marzo de 2011, brutalmente reprimidas. En menos de seis meses, el país se hundía en una sangrienta guerra civil. Hoy, El Asad y sus aliados ruso e iraní están en el campo vencedor.
Fueron precisamente los cazas rusos los que en 2015 inclinaron la balanza en favor de El Asad cuando los insurgentes estaban a las puertas de la capital. Y antes que ellos, en 2012, fueron los iraníes quienes vinieron en su ayuda desplegando una red de estrategas y de milicias en el terreno, entre ellas la libanesa Hezbolá. “La victoria en Siria ha sido crucial para el resto del mundo porque si no se hubiera frenado a los terroristas, se hubieran extendido”, sostiene en la capital siria el embajador iraní Javad Torkabadi. Por terroristas se refiere a todos los grupos armados de oposición.
El diplomático asevera que no hay más salida política que una negociación interna entre sirios. “La guerra se ha alargado una década por la injerencia extranjera en el país”, afirma sin considerar a Irán una potencia que ha intervenido desde el exterior porque, en su opinión, no se inmiscuye “en los asuntos domésticos del país”. El Ejército regular sirio ha recuperado el control de más del 70% del territorio nacional, cuando en 2014 apenas retenía el 45%.
Irán no piensa en una retirada en un escenario en el que también interviene Turquía en el norte contra los kurdos e Israel intenta que Teherán salga de Siria. Teherán “se quedará en el país y seguirá prestando apoyo al pueblo sirio y al Gobierno legítimo”, asegura el embajador. “Tenemos buenas relaciones con Rusia, de vecindad como en el mar Caspio, y compartimos puntos estratégicos comunes, por lo que seguiremos unidos en aquellas áreas en las que estamos de acuerdo”, añade el diplomático iraní.
“Rusia e Irán son aliados estratégicos”, afirma el experto en Siria Joshua Landis por WhatsApp desde Estados Unidos. “Por supuesto, Irán es una teocracia y Rusia no, por lo que tienen ideologías divergentes. Pero esas diferencias no son esenciales frente al objetivo común de mantener la supervivencia del régimen sirio”, agrega.
Torkabadi elude hacer balance del coste que ha supuesto para la potencia persa una década de apoyo a Damasco tanto en lo económico, como en lo militar y en vidas de milicianos y soldados: “Defendemos nuestras creencias. Es un esfuerzo pequeño para una gran victoria siria”, añade. Los expertos calculan que unos 30.000 milicianos han sido desplegados en el país por Irán, mientras que Moscú cifró en más de 48.000 los soldados que han rotado por los diferentes frentes sirios.
En cuanto a la financiación de la reconstrucción del país, ni Teherán ni Moscú se han movido de momento. Los habitantes de Damasco encaran la crisis como pueden. Al atardecer, el ronroneo de los generadores eléctricos se convierte en la banda sonora de una ciudad que se resigna a los cortes diarios de cuatro horas por cada dos de luz.
Elecciones legislativas con votantes excluidos
El próximo abril, los sirios están llamados a las urnas para celebrar unos comicios presidenciales que los activistas de la oposición han tildado como “elecciones ilegítimas” en una campaña en las redes sociales. ¿Qué postura tomará Irán si Bachar el Asad pierde las elecciones? “Irán respetará cualquier resultado que venga de las urnas”, da por respuesta el embajador Torkabadi. Aunque una parte de la población no podrá votar: ni los más de cinco millones de refugiados, ni los tres millones de habitantes de la zona kurda del país, ni muchos de los habitantes de Idlib, provincia parcialmente controlada por grupos yihadistas de la órbita de Al Qaeda.
“Las sanciones [de Estados Unidos y la Unión Europea contra el Gobierno sirio] no van a forzar a El Asad a realizar elecciones reales. El Asad dijo que quemaría el país antes que ser derrocado, por lo que no va a dejar que nadie le gane en los comicios tras ganar la batalla militar”, sostiene Landis. “El pueblo seguirá atenazado entre el régimen y las sanciones de Occidente”.
A pesar de las sanciones, el diplomático iraní asegura que para sacar a Siria del agujero toda ayuda es bienvenida, mirando también hacia Asia o a “todo actor que quiera ayudar”. Sobre las expectativas creadas por la entrada del demócrata Joe Biden en la Casa Blanca, afirma que Irán espera “un nuevo enfoque de la política estadounidense”.
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