Brazos en cruz, Alejandro Davidovich grita en dirección al cielo de Montecarlo, sonríe feliz y se abraza con su preparador, Jorge Aguirre. No le faltan motivos. La insistencia, el trabajo y los días de picar mucha piedra encuentran recompensa en Montecarlo, donde el malagueño de 22 años voltea finalmente a Taylor Fritz (2-6, 6-4 y 6-3, en 2h 25m) y rompe su techo en un Masters 1000, corroborando una progresión prometedora. Este sábado (13.30, #Vamos) se batirá con Grigor Dimitrov (6-4, 3-6 y 6-7(2) a Hubert Hurkacz) por una plaza en la final del distinguido torneo del Principado, testigo de un acto de fe: el vikingo confió hasta el final, nunca dio el brazo a torcer y prolongó la alegría en un escenario en el que hay pisadas históricas de tótems de la tierra como Björn Borg, Guillermo Vilas, Thomas Muster y, por supuesto, Rafael Nadal.
Está fatigado, le duele todo el cuerpo y en sus nudillos y sus rodillas (heridas sin terminar de cicatricar) todavía se percibe el rastro de la batalla del martes, cuando apeó a Novak Djokovic y levantó la mano para postularse. Después despachó a otro especialista en arcilla, el belga David Goffin, y este sábado logró rendir a un estadounidense que viene haciéndolo muy bien, pero al que ya le había cogido la matrícula. En 2019 ya pudo con Fritz sobre arena, entonces la portuguesa de Estoril, y esta vez volvió a imponerse en un duelo que comenzó mal y que luego consiguió enderezar a base de convicción. Olvidadas las cinco bolas de break que dejó escapar en el primer parcial, dio un zarpazo en la resolución del segundo y, equilibrado el marcador, su raqueta gobernó en la recta final. Sigue, pues, este bonito trazado en la Costa Azul.
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“Estoy disfrutando mucho de esta experiencia”, valoró, sabiendo ya que ocurra lo que ocurra este sábado, el lunes su nombre aparecerá en el 32º peldaño del ranking de la ATP; es decir, igualará su mejor marca. “Me mantuve concentrado y creí en mí mismo. Me estoy esforzando mucho para competir mejor y lograr estos resultados”, agregó al andaluz, un tenista de incuestionable talento al que le cuesta resistir a los vaivenes anímicos de los partidos. Pero no ya solo por lo que pueda suceder, sino por la propia zozobra interior. “Es que estoy un poco loco”, suele bromear, controlando cada vez mejor esos diablillos internos que le dispersan y en ocasiones le impiden leer correctamente lo que demanda cada situación. No esta vez, recto de principio a fin, por más que Fritz le diese una buena bofetada en el primer parcial.
“Tuve muchas oportunidades para romperle el saque, pero no pude. Aun así, seguí ahí todo el rato”, decía el español, hijo de rusos y de apariencia nórdica, pero andaluz de pura cepa, del Rincón de la Victoria, a 20 minutos de Málaga. “Me mantuve enfocado y creí en mí mismo. Me exijo constantemente y lo intento con todas mis fuerzas, eso es todo. Obviamente, ganarle a un número uno como Novak te da mucha confianza mental y física”, precisaba, mientras la historia dice que en el caso de dar otro salto más y alcanzar la final del domingo podría convertirse en el sexto jugador nacional que triunfa en Montecarlo, tras los éxitos de Manuel Orantes (1975), Sergi Bruguera (1991 y 1993), Carlos Moyà (1998), Juan Carlos Ferrero (2002 y 2003) y Nadal (2005-2012 y 2016-2018).
Hierba, cemento, tierra
Foki –jaleado así desde las gradas por su apellido materno, Fokina– es un chico ambicioso que se destapó en 2017, cuando triunfó como júnior en Wimbledon. Desde entonces ha ido ganando poso y orden, aunque todavía no ha conseguido plasmar su evolución con un título o una final. Recientemente debutó en el equipo español de la Copa Davis –en el cruce clasificatorio del mes pasado con Rumania, en Marbella y junto a Pedro Martínez– y sigue subrayándose como un adversario muy poco apetecible, capaz de desenvolverse a buen nivel sobre el césped, el cemento (octavos del US Open 2020) y la arcilla; de hecho, el año pasado ya firmó los cuartos en el Principado y también los de Roland Garros, donde chocó con el alemán Alexander Zverev (citado en la otra semifinal con Stefanos Tsitsipas).
“Estoy muy feliz. El año pasado ya había llegado hasta aquí, pero me tuve que retirar. Fue muy triste, así que la emoción es enorme. Simplemente estoy disfrutando de cada juego y cada punto. Mi sensación aquí es diferente”, explica tras dejar atrás un trimestre complicado. “Tuve muchos partidos en los que jugué mal, perdí y los fantasmas aparecían por mi cabeza. Pero hay que confiar en uno mismo, y eso es lo que ha ocurrido esta semana”, añade Davidovich, asesorado físicamente por el atleta Martín Fiz y que esta temporada ha cedido en seis primeras rondas (Sídney, Montpellier, Róterdam, Dubái, Miami y Marrakech), dos segundas (Open de Australia e Indian Wells) y una tercera (Doha) como mejor resultado.
En Montecarlo, sin embargo, la historia es distinta. Ya lo dice él, amante del boxeo y la música, impulsor de un bonito proyecto para la adopción de animales: “Aquí me siento diferente. Este torneo siempre me ha encantado”. En Semana Santa, la fe de Davidovich se impone por ahora a los demonios.
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