De Halffter a la eternidad

El fallecimiento de Cristóbal Halffter abre la puerta a una valoración de lo que ha constituido la mayor aventura musical de la España posterior a la Guerra Civil. Durante el primer tercio del siglo XX, el arquetipo marcado por Manuel de Falla significaba una poderosa ilusión, un espacioso recibidor que llevaba la música española a romper con el ostracismo del siglo XIX. Falla, valorado, auspiciado incluso, por Europa, Francia especialmente, era una cima que dibujaba para siempre el perfil de nuestra orografía musical. Pero las guerras, la española primero y la mundial después, habían acabado con la fiesta de una música asimilable, dulce al oído.

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Paradójicamente, la España destruida tenía alguna opción junto a la Europa no menos demolida y que había que reconstruir. Había, sí, el tema político, en el que España era un país paria, pero la música podía navegar mejor que otras áreas de la cultura y el arte en esas contradicciones. En los años cincuenta, los jóvenes músicos españoles aún bebían en las fuentes de Falla, Bartók o Stravinsky. Pero este era un menú todavía demasiado gustoso para la intransigencia de una época irritada. Adorno había dicho que no se podía hacer poesía después de Auschwitz, tampoco música, y si se hacía, esta debía tener un sabor agrio, algo más parecido a una dieta de ricino, desagradable pero necesaria. Y los jóvenes españoles, con dos nombres señeros a la cabeza, Cristóbal Halffter y Luis de Pablo, perdieron el miedo al viaje y a los contactos con otros airados europeos. Había que formalizar el pensamiento, extraer lecciones de la electrónica emergente, en suma, pensar epistemológicamente (como proclamaba Umberto Eco). Y a los españoles, como a los europeos, les gustaba la ciencia y la tecnología.

Del grupo español renovador, Cristóbal Halffter llevaba una ventaja clara: formación alemana, inicios fáciles en la música por tradición familiar de alto renombre y una sólida formación musical que pronto le valió una consideración nada desdeñable para lo que era la época. En 1953, por ejemplo, a los 23 años ya era Premio Nacional de Música, dos años después de haber alcanzado el Premio de Composición del Conservatorio de Madrid en ese año 1951 con el que algunos bautizaron a toda su generación.

Cristóbal Halffter, compositor y director de orquesta, en 1998.
Cristóbal Halffter, compositor y director de orquesta, en 1998.Gorka Lejarcegui.

Halffter era hombre de su época, allí estaban los pintores de El Paso, varios de ellos amigos suyos, los poetas, los cineastas; en fin, la vanguardia era ya una urgencia histórica insoslayable. Se ha dicho que la influencia germánica ha sido clave en Halffter. Sin embargo, sus primeros viajes internacionales significativos fueron a Francia, Italia e Inglaterra. A Berlín, para una residencia larga, llegaría en 1967, y en ese momento, la ruptura ya estaba hecha.

La vanguardia europea era ecuménica, todos podían participar y cada país contaba, lo que significó que, a partir de los sesenta, Polonia ya presentaba sus nombres señeros, Penderecki, Lutoslawski; Hungría ya tenía a Ligeti, aunque fuera huyendo del país; en fin, Bélgica, Portugal, Suiza, Grecia… todos eran bienvenidos a la austera fiesta de los cursos de Darmstadt junto con los grandes, Alemania, Francia e Italia. En, esa fiesta, Halffter presentaba unas credenciales muy notables: culto, cientifista, humanista y, sobre todo, creador musical de raza, capaz de fusionar elementos formales, como los de su amplia serie de anillos, con gestos de alta expresividad que le daban impronta de creador hispano ajeno al folklore y siempre preocupado por los tonos sobrios del siglo de oro español.

Más de cien títulos

No es sencillo valorar de urgencia la importancia de una obra de más de cien títulos. Se ha dicho siempre que Halffter era afín a los grandes frescos orquestales y corales, en la segunda parte de su vida creativa no fueron ajenos a su proyecto las imbricaciones con músicas del pasado e, incluso, la apartada música de cámara terminó por tener una presencia nada desdeñable. Y si algún género se hizo esperar, la ópera por ejemplo, acabó fiel a la cita, ya dentro del siglo XXI, y con importante repercusión.

Pero, lo que todo esto implica, parece sustanciarse en una pregunta simple: ¿es el compositor más importante de España en la segunda mitad del siglo XX? La respuesta a esto tiene varias dificultades y no pocas banalidades, pero se puede responder parcialmente: Halffter entró pronto en la poderosa casa editorial Universal Edition, de Viena, y ha sido el único español en lograrlo hasta que, más recientemente, también lo ha hecho el madrileño Mauricio Sotelo. Y esto no es banal, la red de contactos y las posibilidades de promoción que ello conllevaba, sobre todo antes, se suelen subestimar en un país como España sin apenas editoriales musicales. Pero esa estancia en la cima editorial no basta si no se alimenta, si el compositor no está a la altura del desafío, y Halffter lo ha estado.

También se debe valorar su papel como director orquestal con pedigrí suficiente como para poder ofrecer un pack completo de batuta y partituras que le han llevado a la Filarmónica de Berlín, al Festival de Salzburgo y a numerosos foros de alto prestigio defendiendo su obra con justeza y sin complejos. Quedaría todo el rastro de distinciones que acompañan a una carrera exitosa: premios del más alto nivel, encargos distinguidos, miembro de academias. En suma, una carrera que abruma y que se corresponde con sus más de 60 años de estar en la cima. Pero queda sin responder la pregunta inicial. Si Halffter es el más importante compositor español de la segunda mitad del siglo XX, quizá la conclusión sea que España necesitaba esa cura de abstracción. Yo, subjetivo al fin, prefiero quedarme con un recuerdo que hoy atesoro, cuando Halffter dirigió con rigor y generosidad una de mis primeras obras musicales en 1984, ese recuerdo no lo cambio por ninguna clasificación por más justa que sea. Maestro, nos veremos.


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