En España, una sociedad familista y patriarcal, seguimos llamando “cama de matrimonio” a la cama para dos personas. En Estados Unidos, donde el estatus y las dinámicas de poder son el rasgo identitario, el cuarto principal de la casa se llama “master bedroom”, un término con ecos esclavistas, pues se puede traducir como “la habitación del amo”.
Estos son solo dos ejemplos de cómo nuestros espacios públicos y privados, conceptual pero también visualmente, han podido quedar varados en un tiempo que ya no representa nuestras realidades, aunque sí sirven para explicarlas o restringirlas. ¿También para combatirlas? En tiempos del #OscarsSoWhite o del #MeToo, en los que se lucha por descolonizar los currículos en las universidades, de la fluidez de género y de desaprender los dejes patriarcales, clasistas y racistas de un mundo liderado durante siglos por el hombre blanco heterosexual, ¿qué pasa con la arquitectura y el diseño que nos contiene como ciudadanos?
Esta conversación compleja y necesariamente diversa ha tomado fuerza en Estados Unidos en la última década, donde se han abierto frentes en cuestiones de representación, investigación, ejecución y pensamiento. La sólida tradición asociacionista estadounidense ha creado espacios como Black Reconstruction Collective (BRC), Office Hours o Queer Design Club para ofrecer apoyo y dar visibilidad a las minorías en estas disciplinas. En el ámbito académico, en 2015 se publicó el libro seminal Architecture in Black, de Darell Fields, que rebusca en la filosofía de Hegel para entender la desaparición del discurso arquitectónico negro.
Los académicos acuñan el término queer spaces para los lugares que entienden las identidades no normativas. Y, por supuesto, se construyen obras ya icónicas, como el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericanas, del guineanobritánico David Adjaye, mientras las instituciones culturales más poderosas se van dando por aludidas, pues el MoMA de Nueva York acoge hasta el 31 de mayo una exposición llamada Reconstrucciones: Arquitectura e identidad negra.
“En los últimos dos años hemos visto un movimiento que aboga por hacer todo más accesible no solo en términos de discapacidad, también desde la perspectiva de la identidad”, explica Rebecca Brooker, cofundadora de Queer Design Club, que desde 2018 aglutina a diseñadores LGTBQI+ de todo el mundo y que, sin necesidad de promoción, está creciendo como la espuma desde Marruecos hasta Malasia, pasando por España, donde se han sumado a su directorio tres en Barcelona, uno en Madrid y otro en Burgos. Esta asociación ha publicado el informe Entendiendo la experiencia queer en el diseño, la primera encuesta al respecto y en la que han participado 1.000 diseñadores, para dar visibilidad a los retos del colectivo en un mundo en el que no por estar representados (un 15% de diseñadores se identifican a sí mismos como LGTBQI+ en Estados Unidos, frente al 4,5% de la población adulta general) se puede dar por hecho que existe visibilidad y no discriminación.
Pero, en cuestión de producción cultural, ¿qué tiene que tener un espacio, un edificio o un diseño gráfico para cambiar el discurso estético? “Se ve en algo tan básico como el diseño de los formularios: elegir hombre o mujer lo asumíamos como lo natural, pero eso no es una cosa que podamos asumir. No solo en los formularios, sino en el modo en que te defines en internet… deberíamos poder controlar cómo quieres presentarte al mundo más allá de hombre-mujer. Tenemos muchas cosas que desaprender que nos enseñaron desde el ego del hombre blanco que ha dominado el diseño. Incluso dentro de nuestra plataforma, un alto porcentaje de los que se han sumado de manera orgánica son hombres blancos homosexuales”, explica Brooker, originaria de Trinidad y Tobago, apuntando a la matriz de dominación que también existe en la comunidad LGTBQI+.
(Vídeo sobre la exposición Reconstructions: Architecture and Blackness in America, del MoMa).
En lo que respecta a la cuestión racial, German Barnes, miembro de Black Reconstruction Collective (BRC) y uno de los artistas que participan en la exposición del MoMA, es contundente: “Las universidades en las que hemos estudiado, los cánones estéticos y los guardianes de las esencias de la arquitectura nos han hecho sentir que lo que proponíamos no era arquitectura, o que no era buena porque no encajaba en los estándares. Ahora buscamos darnos importancia y valor nosotros mismos para que otros puedan entenderlo”, asevera. En BRC lo hacen apoyando proyectos de investigación, ofreciendo asesoría a las instituciones y, por supuesto, construyendo.
Barnes acaba de recibir el premio Wheelwright que otorga la Universidad de Harvard por su investigación sobre la omisión secular de la importancia del arte de la diáspora Africana en los órdenes italianos clásicos. Pero, en su lucha por el cambio de paradigma, explica que para él, más allá de la cuestión de seguridad e invisibilidad para las razas oprimidas en los espacios arquitectónicos, la clave está en el sentimiento de comunidad: “La mayoría de las personas de color, y específicamente los negros, hacen trabajo de comunidad. Trabajos considerados indeseables, de artesanía de bajo perfil, que no se reconocen. Y vemos que los diseños aclamados y celebrados, las vanguardias, la abstracción o el minimalismo son caros. Lo utilitario, lo cotidiano no se puede considerar alto diseño porque ¿a quién le interesa? A mí me interesa más lo que ocurre en el contenedor que el contenedor en sí”, añade.
Desde Office Hours, organización destinada a impartir tutorías y ejercer como mentores para las minorías que se dedican a la arquitectura, la fundadora Esther Choi, doctora en Historia y Teoría Arquitectónicas, ahonda en la relación entre la profesión y la desigualdad: “La arquitectura es increíblemente neoliberal, y su funcionamiento ha creado una relación de privilegio para el capital y el poder. En la mayoría de las universidades estudias arquitectura desde el punto de vista del promotor, pero no desde la función social (…) Creo que hay un interés en mantener el statu quo, porque los arquitectos sienten que dependen del sistema. Y el statu quo es blanco y hombre”, dice.
Choi apunta a la falta de representación como principal escollo y lanza datos con metralleta: de todos los arquitectos que consiguieron su licencia en 2020 en Estados Unidos, solo un 6% se identifica como asiático, un 2% como negro o afroamericano y un 1% como latino. Ella misma, coreano-canadiense de clase media que estudió en Princeton, asegura fue la cuarta mujer asiática en lograr acceso a su programa después de 40 años de historia. Ahora, con Office Hours, intenta que su experiencia sirva para las generaciones venideras. Empezó con charlas informales y gratuitas, pero ahora cuenta con diseñadores como Eddie Opara o arquitectos como Rami Abou Khalil y tiene un política virtual muy concreta: que todo el mundo encienda la cámara para ver lo que significa visualmente la diversidad y el efecto tranquilizador que produce en sus miembros.
Darell Fields, autor del libro de referencia en esta cuestión, Architecture in Black, matiza el discurso sobre la representación: “No sé si es forzosamente cierto que una persona negra que diseñe un edificio esté generando o trabajando en la formación de arquitectura negra”, dice. En su aproximación más filosófica a lo arquitectónico y a la producción cultural, se remonta a Hegel, en el siglo XIX, y a su construcción de la historia y la estética modernas, a la idea de que el nivel histórico se refiere a la gente y la cultura y el nivel estético se refiera a la producción de los individuos. “En este modelo dialéctico hegeliano, la construcción racial en sí misma se mueve en dos caminos paralelos. Si no entendemos o queremos leer esos caminos o aceptarlos como algo simultáneo, no podemos entender cómo se interrelacionan. Así, la cuestión del discurso puramente blanco en la arquitectura se establece con esa estratégica separación filosófica entre los individuos y lo que producen. Mi trabajo intenta deconstruir al juntar esos dos caminos, y demostrar cómo, en realidad, Hegel utiliza la arquitectura para eliminar la parte negra del discurso”.
Fields, desde esta perspectiva, intenta derribar aquello de que el futuro de la raza negra es blanco, como dejó escrito Frantz Fanon en Black Skins, Black Masks. “Cuando escucho tolerancia racial, diversidad, inclusión de régimen, yo puedo ver que mi destino es ser integrado en esa realidad blanca. Y siempre me estoy preguntando por qué soy tolerado, por qué soy incluido. ¿Incluido dónde? Así que decidí utilizar mi trabajo para cambiar mi destino blanco, para dejar claro de que mi trabajo no tiene interés en ser blanco, que no está concebido en esa dirección, que se resiste a ser incorporado en el discurso blanco”, concluye.
En lo queer, en cambio, los espacios heterosexuales son simplemente ocupados o transformados, pero rara vez, a no ser que sea por petición de un cliente privado, concebidos desde ese ángulo. El profesor del Pratt Institute Stefanos Milkidis, que prepara su tesis sobre el término queer spaces, asegura que “la historia de la arquitectura está diseñada sin tener en mente las relaciones del mismo sexo. Todo ha sido diseñado por el modelo patriarcal. La habitación principal es para la pareja heterosexual y las habitaciones pequeñas son para los niños. Ahora, cuando diseñamos los baños neutrales, se piensa en otras identidades”. Sin embargo, añade que “se está empezando a pensar en espacios públicos, pero en lo que se refriere a espacios privados, a residencias, todavía no sucede”.
Y mientras en Estados Unidos, al calor del movimiento woke, se replantean los cimientos de la arquitectura y el diseño, ¿cómo está este tema en España? Hay un silencio casi sepulcral sobre la arquitectura o el diseño gitanos, por ejemplo, y poco apoyo para la integración laboral en estas disciplinas de latinos y árabes, por citar dos poblaciones con significativa representación en el censo. “No me extraña en absoluto esa falta de conciencia sobre la diversidad racial en España”, explica Germane Barnes. “No solo España, sino también Italia o Grecia, niegan toda influencia que no sea Europea. Son la cuna, al fin y al cabo, del eurocentrismo que ha estado imperando durante siglos”, sentencia. Y en cuestión de la relación entre urbanismo y lo queer, pese a la falta de tejido asociativo, es un arquitecto español, Andrés Jaque, quien más audazmente ha ahondado en la cuestión a través desde su Office for Political Innovation y, en concreto, con dos exposiciones que fueron concebidas desde el extranjero: presentó en Nueva York en 2018 la rompedora exposición Sex and the So-Called City, sobre el impacto urbanístico de la aplicación de contactos homosexuales Grindr, y en la Triennal de Oslo de 2016 Pornified Homes, una instalación sobre la objetización sexual que los colonos británicos hicieron de los especímentes de la Victoria Amazónica en sus casas de Londres.
(Vídeo de la exposición Pornified Homes, de Andrés Jaque, en la Triennal de Oslo de 2016).