De la negación de la covid a la UCI: “Mi marido no se creía que el virus existía”


Internet, la tele, los trombos, la gente, las redes sociales, los efectos adversos. Elena Dragan hace un repaso por todos los motivos que la llevaron a tener miedo; y el miedo, a no vacunarse. Toda su familia lo hizo. “Mi hijo, mi marido, mi hermana, mi cuñado, todos menos yo. No tuve ese coraje”. Ahora está en casa y aún sigue dando positivo en covid, pero ya no necesita oxígeno. Varias veces recuerda que tuvo “un pie en la tumba”. Estuvo ingresada algunas semanas en el hospital de la Princesa de Madrid, una de ellas en la UCI: “No sé cómo dar las gracias a los médicos que me salvaron la vida, y me vacunaré en cuanto pueda”. Esta mujer de 50 años es una de las personas del pequeño porcentaje en esa década que aún no ha recibido ninguna dosis del fármaco contra la covid en Madrid, el 2,6%.

Con una amplísima mayoría de la población diana vacunada —tanto en la región, donde ya hay un 88,6% con la pauta completa, como en España, donde la media es del 89,5%—, parece existir un pequeño tope que expertos, sanitarios y responsables políticos se esfuerzan en eliminar. Las vacunas, repiten con insistencia desde el primer momento, “funcionan, son seguras y eficaces”. La evolución de la pandemia a lo largo del casi último año no ha hecho más que probarlo; en noviembre, un repaso por autonomías de este diario reflejó que 6 de cada 10 ingresados en UCI por coronavirus estaban sin vacunar; y desde hace dos semanas, los datos que ha comenzado a publicar el Ministerio de Sanidad —desagregados por vacunados y no vacunados y por necesidad de ingreso en agudos, UCI y fallecimientos—, son una constatación más.

Según la última estadística nacional (del 2 de diciembre, aún sin desglosar por autonomías), de los nuevos casos con información de vacunación, las tasas de infección entre los que aún no han recibido el pinchazo duplican y hasta triplican las de los que sí lo han hecho.

Por la gravedad con la que cursa la infección, esas tasas se disparan aún más y llegan a multiplicarse hasta por 16. Es el caso de quienes necesitan hospitalización y tienen entre 60 y 79 años, con una tasa de 46,2 por cada 100.000 habitantes, mientras que la de los ingresados en ese grupo de edad con la pauta completa es de 2,8. Además, afirma Fernando de la Calle, especialista de Enfermedades Tropicales del hospital de la Paz y el Carlos III, “es tangible en las plantas [de los centros sanitarios] que la vacuna funciona, desde el principio”.

Apunta a que ha habido un aumento de los ingresos en los últimos días: “Sostenido, y hay que estar pendiente, pero no es excesivo”. Madrid tiene 464 pacientes en planta de agudos, y 133, en UCI, según el último boletín de la Comunidad, de este martes. “Y la inmensa mayoría de los que han acabado en UCRI o UCI eran gente no vacunada”, detalla el facultativo. La covid, añade, “sigue siendo agresiva, desde la primera ola”, pero con una diferencia: “Ahora tenemos un arma para evitarlo y hay gente que no quiere usar esa arma. Los casos que vemos ahora son especialmente dolorosos porque podrían haberse evitado, embarazadas malísimas, por ejemplo, que es doblemente dramático. O gente joven, de 50 años”.

Como Elena Dragan, justo en esa edad. O Carmen Terrazas, a punto de cumplirlos. O como Manuel Ríos, Nicoleta Bizega y su marido, Pedro, en esa franja de edad. Todos, no vacunados por varios motivos, se recuperan ahora de la infección. Cuatro han necesitado un ingreso en UCI y todos, sin excepción, aseguran que se vacunarán en cuanto puedan. En Madrid, desde el 21 de agosto, solo tiene que pasar un mes tras la infección para poder recibir el pinchazo en los menores de 65 años, siempre que el estado clínico del paciente lo permita. Uno de ellos ya ha podido hacerlo. Cuentan aquí su historia.

Manuel Ríos, 78 días en la UCIManuel Ríos, en el hospital Isabel Zendal, el 24 de noviembre de 2021.JUAN BARBOSA

Aún tose de vez en cuando y se tapa y destapa los oídos. “Es como si estuviera debajo del agua”, dice Manuel Ríos. No sabe dónde se infectó, pero se fue en verano a la playa y después de tres días con 38 de fiebre volvió a Madrid. A sus 51 años “y no habiendo fumado jamás”, empezó a respirar con dificultad. Fue a Urgencias, lo ingresaron y en menos de 24 horas lo trasladaron a la unidad de cuidados intensivos. Lo intubaron. Pasó 78 días allí. “Casi no salgo, ¿podría haber muerto? Podría, es lo que pensaron los médicos, que no salía”.

Ríos, limpiador en un colegio público madrileño al que aún no ha podido incorporarse, no estaba vacunado: “Sinceramente, porque no confiaba en la vacuna. Sacarla tan rápido… No era algo que me diera mucha confianza”. A su alrededor, su familia y sus amigos, tuvieron el mismo motivo para no inmunizarse. Solo su hijo mayor, de 25 años, lo hizo. Lo cuenta ahora sentado en la butaca que hay al lado de su cama en el centro de emergencias Enfermera Isabel Zendal, donde lleva un mes recuperándose. “Me han quedado muchas secuelas del virus, sobre todo en el pulmón”, explica mientras se levanta, agarrado al carrito que lo acompaña cada vez que lo hace, en el que lleva la bombona de oxígeno que todavía necesita.

Dice que miedo nunca sintió porque no se enteró “de nada”. Solo recuerda soñar, mucho, “cosas surreales”. Y no querría volver “jamás” a aquel coma inducido: “No quiero volver a pasar por esto, ni que lo pase nadie de mi familia o de mis amigos”. Aunque considera que recibir o no la inyección es una decisión individual, “de cada uno”, cuenta que la suya, después de ver las consecuencias, fue hacerlo: “Mi opinión ha cambiado. Claramente”.

Carmen Terrazas: “Nunca piensas que te va a tocar”Carmen Terrazas, en su cama del Isabel Zendal, el 24 de noviembre de 2021.JUAN BARBOSA

No puede levantarse de la cama. También está en el Zendal y lleva allí tres meses. Esta mañana de finales de noviembre acaba de llegar de rehabilitación y dice estar “agotada”. A Carmen Terrazas le cuesta hablar, pero cuenta que se puso “mala” el 28 de agosto: “Me dio un escalofrío y dije ‘ay, que esto es covid’”. Cree que se contagió en casa, porque había estado con alguien infectado. Se aisló, tomó paracetamol y el test de antígenos dio positivo. Intentó aguantar dos días más, pero acabó yéndose al hospital de la Princesa. De allí, a ese centro en Valdebebas. Y ya no recuerda si fue en hospitalización o en la unidad de cuidados intermedios, pero un día se desmayó: “Cuando desperté habían pasado dos meses”. Los que pasó en UCI.

El motivo de esta mujer a punto de cumplir los 50 años para no vacunarse fue un cúmulo de circunstancias: “Primero, porque le tenía un poco de respeto a la vacuna. Luego me fui de vacaciones. Después pasé un día por el Palacio de los Deportes [el WiZink Center] y había mucha cola y pensé ‘otro día vengo’, después empecé a preparar las cosas del colegio de mi hija y se me fue pasando”. Pero asegura, sin que hubiese pregunta al respecto, que no es “negacionista”. Apunta que su hermano se infectó al principio de la pandemia y que toda su familia está vacunada.

“Nunca piensas que te va a tocar, y te toca. Me ahogaba, no me puedo valer por mí misma, tres meses así… Y no sé lo que me queda. ¿A quien aún no se ha vacunado? No juzgo, cada uno que haga lo que quiera, pero estando aquí me he dado cuenta de que la gran mayoría de los que también están, es sin vacunar. Las estadísticas mandan”, dice Terrazas para despedirse, con esfuerzo tras 10 minutos de conversación.

Nicoleta Bizega: “Mi marido no creía que el virus existía”Nicoleta Bizega con su marido, Pedro, en su habitación del Hospital de Torrejón, el 25 de noviembre de 2021.DAVID EXPÓSITO

Nicoleta Bizega habla bajito. Está en una habitación del hospital de Torrejón con su marido, que acaba de salir de 11 días intubado en la UCI. Dice que ha pasado “ratos de miedo”, muchos: “Mejor no me acuerdo de todo eso”. Pero sí lo hace. A Pedro, de 57 años, lo ingresaron el 6 de noviembre después de una semana en casa en la que la enfermedad se fue agravando, pensó que era un resfriado. Bizega, de 52, también con síntomas aunque leves, le insistió para ir al hospital como le había insistido varias veces en que se vacunaran. “Yo desde el principio pensé que sí, que había virus, pero mi marido no, creía que el virus no existía, o no lo quería creer”.

Explica durante varios minutos que “la desinformación, lo que se oye de uno y otro sitio, la tele, las opiniones buenas y malas como en todo, la gente que dice lo que piensa pero a veces sin saber muy bien, y los unos y los otros que decían que sí y que no, y no saber a veces qué pensar” fueron el motivo por el que su marido había decidido no coger cita para el pinchazo. Ella no lo había hecho aún porque pasó varios meses yendo y viniendo a Rumania, su país de origen, porque su madre enfermó. Cuando estaba a punto de hacerlo, se contagió. “Pero además”, añade, “después de tantas muertes y tanta desgracia, cómo dudar. No se puede dudar”.

Viven en Arganda del Rey y cuenta Bizega que su entorno social habitual era distinto. Ella está estudiando porque quiere ser Testigo de Jehová y la gente con la que trata habitualmente “nunca negó la existencia del virus”. Luego, en la calle, se encontraban “de todo”: “En la tienda cuando vas a comprar uno dice sí y el otro no, hay gente con la que no se puede debatir y al final cada uno toma su decisión”. La de ella estaba tomada, se vacunará cuando pase el periodo pertinente que hay que dejar entre la infección y el primer pinchazo: “Y mi marido ahora tiene otra opinión, la contraria, se ha dado cuenta. Por supuesto que la vacuna no te garantiza no contagiarte, pero no pasa lo mismo si estás vacunado que si no. Nadie piensa que le pueden ocurrir estas cosas, pero pueden pasar. Y pasan”.

“Las vacunas suponen la protección individual, pero también la colectiva, es un cortafuegos”

Fernando de la Calle, especialista de Enfermedades Tropicales del hospital de La Paz y el Carlos III, recuerda dos pacientes que tuvo en la misma habitación. El más joven, sin vacunar y con uno de sus hijos negacionista. “El más mayor estuvo un solo día con el oxígeno puesto y con un flujo bajito. Y el que tenía menos años, cada día fue a peor”.

Cuando llamaba a la familia de este último para informar de su estado las conversaciones eran “llamativas”. “Primero no se creían que se estaba poniendo malo, luego que si se estaba poniendo peor era por la medicación que le estábamos poniendo… Era difícil”, recuerda. 

Difícil explicarles lo que ya dice la experiencia de los sanitarios que llevan casi dos años atendiendo pacientes covid, casi uno con la campaña de vacunación en marcha. Y lo que dicen las estadísticas. “Que el vacunado no hace los cuadros agresivos que produce la covid. O no tan rápido. O no necesita tanto oxígeno o no de forma tan temprana. El argumento de ‘hay vacunados que ingresan’, sí, claro que sí, no te libra la vacuna de un ingreso al 100%, en ninguna enfermedad, pero los que ingresan no tienen la evolución que hubieran hecho otros perfiles de paciente similar en otras olas sin vacuna”, explica De la Calle. 

¿Cómo romper ese techo que queda de población sin vacunar, pequeñísimo, pero existente? “Como sanitario y con toda la humildad -y no sé exactamente de quién o quiénes puede ser la responsabilidad, si de nosotros los médicos, a nivel social, o político- creo que habría que haber hecho más hincapié en la docencia, en una buena docencia. Por ejemplo, para insistir desde el principio que esta vacuna no está hecha de cero, para que nadie pudiese argumentar desconfianza por la rapidez”, responde. 

Habla de otras cuestiones, como recordar más a menudo que además de los fallecidos, hay una enorme cantidad de complicaciones posteriores en muchos de los que pasan el virus. Las secuelas que arrastra la infección, la covid persistente. “Las vacunas suponen la protección individual, pero también la colectiva, es un cortafuegos y tiene un punto de solidaridad y empatía: no solo te protege a ti sino al entorno”, dice, dándose cuenta de que se aproximan fechas en las que el virus encuentra más posibilidades de seguir pasando de cuerpo en cuerpo. 

“Y cada vez que se transmite, sufre una serie de mutaciones, como todos los virus, para adaptarse y seguir su ciclo. Y esto no quiere decir que vaya a ir a más gravedad, no se sabe ni se puede adivinar, pero va a cambiar”, afirma el especialista. En un mundo como este, globalizado, “por mucho que estemos vacunados en Madrid, en España, si sigue circulando de manera masiva se está dando la oportunidad de que siga mutando”, insiste.

También recuerda que además de las consecuencias directas en la salud de la población, sobre todo en aquellos lugares donde hay un bajo índice de inmunización, el ser humano no es el único mamífero en la Tierra: “Hay más posibilidades de que el virus se recombine y haya intercambios genéticos, que se generen nuevas subespecies de coronavirus. Tenemos que pensar que la salud de uno mismo es la salud de todos”. De los 7.800 millones de personas que viven en el mundo. 

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