A Ayelet, Damián, Warda, Tamar y Or les unen dos cosas: el pasaporte (israelí) y la asistencia a las manifestaciones masivas que vive el país desde hace dos meses contra la reforma judicial que promueve el Gobierno de Benjamín Netanyahu, el más derechista de la historia del país. Sus edades, ideologías y motivaciones para participar en la protesta son, sin embargo, diferentes y tienen mucho que ver con los temores propios: que Israel se convierta en una dictadura, que las mujeres y la minoría árabe pierdan derechos, que se recorte la libertad de cátedra… Y, uno común, no poder hablar en público con la libertad con la que hoy lo hacen y se dejan retratar para este reportaje.
La propuesta de reforma judicial ―contra la que decenas de miles de personas salen a las calles desde hace diez sábados, sobre todo en Tel Aviv― busca debilitar al Tribunal Supremo, permitir que el Parlamento tumbe algunas de sus decisiones y cambiar el sistema de elección de los magistrados de la corte en beneficio del Gobierno. El Ejecutivo la defiende como una forma de dar más poder a las instituciones democráticamente electas frente a un Supremo al que consideran político e intervenicionista. Para sus detractores, es un ataque intolerable a la división de poderes. Aprobada el mes pasado en la primera de tres lecturas, el presidente, Isaac Herzog, pidió el pasado jueves al Gobierno que la retire por poner en riesgo “los fundamentos democráticos del Estado de Israel”.
Aunque lo que está aglutinando la protesta la oposición a la propuesta, esta se ha convertido ya en una suerte de puñetazo en la mesa que capitanea la población judía más secular y liberal tras décadas de pérdida de influencia.
Ayelet Rishpón, 46 años. “Temo que las mujeres dejemos de contar”
La camiseta de Ayelet Rishpón reza “Construimos alternativa” y es de color rojo para simbolizar el trazado de una línea roja al Gobierno para que no toque sus derechos. La llevan los centenares que acaban de participar en una cadena humana en Tel Aviv contra la reforma judicial, organizada el pasado miércoles con motivo del Día Internacional de la Mujer y en la que se corearon lemas como “Israel no es Irán”, “Democracia” y “Yariv Levin (el ministro de Justicia y promotor de la reforma), esto no es Polonia”.
Rishpón, médica de profesión, secular y natural de Tel Aviv, teme que el Gobierno de Netanyahu, al que tilda de “iliberal”, acabe forjando un país “en el que las mujeres no cuenten” y recuerda que los partidos judíos ultraortodoxos ―parte del Ejecutivo de coalición― solo admiten hombres en sus listas electorales. En el actual Gobierno, el número de ministras ha caído a seis (un 19%) y ninguna tiene una cartera de peso.
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Pone como ejemplo que se expandan las líneas de autobuses segregadas por sexo (los hombres se sientan delante y las mujeres, detrás) por atravesar núcleos de población ultraortodoxos. En 2011, el Supremo (al que la reforma busca debilitar) avaló su existencia, siempre que la separación no sea impuesta. O que salga adelante una ley, aprobada en lectura preliminar, para devolver a los tribunales rabínicos la autoridad de juzgar determinados casos civiles, que la corte les retiró en 2006.
“No es solo la reforma, está todo muy conectado. En democracia, ganar las elecciones no significa poder anularla. 64 diputados [los que suma la coalición de Gobierno en una Knesset, el Parlamento israelí, de 120 escaños] no son razón para vulnerar derechos de minorías como nosotras”, asegura Rishpón.
Cuando se le recuerda que las mujeres no son una minoría, sino la mitad de la población, ella responde: “Sí, pero nos tratan como a una minoría”.
Damián Yoffe, 52 años: “No quiero preguntarme luego por qué no hice nada”Damián Yoffe, en el escrache al domicilio del ministro de Economía, Nir Barkat, en Jerusalén, el pasado jueves.antonio pita
Damián Yoffe portaba con orgullo el pasado jueves la bandera de su país durante un escrache al domicilio del ministro de Economía, Nir Barkat, en Jerusalén. “Quiero influir, pero sin violencia y sin hacer cosas ilegales”, subraya. Es, además, reservista voluntario (ya pasó la edad obligatoria) en el ejército y discrepa con los cientos de reservistas que se están negando ―en el marco de la misma protesta― a entrenar o cumplir determinadas tareas. “Creo que no es legítimo meter al ejército. Existe un consenso en torno a dejarlo fuera de estas cosas, entre otros motivos, porque podría pasar en la otra dirección [ideológica]. Y entonces, ¿qué? Es el único lugar en el que todos convergemos”, argumenta. “Además”, añade, “no creo que estemos todavía en esa fase. Es una herramienta que se puede guardar para más adelante”.
Yoffe se define “de centro” (“de izquierdas no soy”, aclara) y ha hecho más de una hora en coche desde Pardes Hanna-Karkur, cerca de la costa mediterránea, para no arrepentirse en el futuro. “No salí a protestar por el coste de la vida [en 2022], ni con el [boicot al popular queso] cottage [en 2011]. Pero quiero un país democrático y no quiero quedarme sentado en casa y preguntarme luego por qué no hice nada. Porque esto sí es algo que puede cambiar”, resume.
Warda Sada: “Para los árabes, es una oportunidad de que se oiga nuestra voz”Warda Sada, el pasado jueves en una cafetería de Jerusalén.antonio pita
Warda Sada es palestina y eso, en Israel, importa mucho. Pertenece al 20% de ciudadanos árabes del país, que, en su inmensa mayoría, se mantienen al margen de la protesta. La reforma judicial también les afecta y el Supremo les ha protegido en el pasado de iniciativas discriminatorias, pero no la sienten como su lucha. En general, ven las marchas multitudinarias de estas semanas como una de esas macrofiestas a las que ni se sienten invitados ni les apetece ir, y recuerdan que la mayoría judía que hoy llena las calles apenas se manifestó cuando la Knesset retiró la cooficialidad a la lengua árabe y consagró a Israel como el “Estado-nación del pueblo judío”, también con Netanyahu como primer ministro. El Supremo dio luz verde a esa ley hace dos años.
Sada sí participa en las manifestaciones y tiene un discurso elaborado sobre el porqué, que desarrolla en una cafetería en Jerusalén frente a un sahlab, una bebida caliente popular en Oriente Próximo. “Los árabes no nos podemos desentender de lo que pasa […] Es una oportunidad para que tengamos una voz en un lugar donde nos necesitan, algo que no siempre se puede. La democracia israelí ya es de doble estándar [para judíos y árabes] como para dejar que solo se escuche una voz”, afirma.
Nació en un año que prefiere no desvelar —“pon de mediana edad”, insiste al periodista— en Kafr Yasif, una ciudad árabe-israelí de tradición comunista muy cercana a la frontera con Líbano, pero ahora vive en una localidad de Cisjordania, Beit Yala. Por eso, cuenta, se ha manifestado contra la reforma tanto en Tel Aviv como en Jerusalén y en Haifa. La primera, por “la sensación de acudir a la manifestación principal”; las otras dos, por proximidad a sus lugares de residencia y nacimiento, respectivamente.
Otro de sus objetivos, dice, es advertir a sus compatriotas judíos: “Todo lo que nos pase a nosotros, os acabará pasando. Cuando la gente se calla, las cosas malas se expanden, como el coronavirus”. E ilustra con un símil matrimonial su posición hacia el Supremo: “Es como si una mujer decide no casarse nunca más porque ha tenido un problema con un hombre”. “Defiendo al Supremo porque también quiero aprovechar para hablar de sus problemas. Porque, además, si no, ¿cuál es la alternativa? ¿Que desaparezca? ¿Va a ser eso mejor?”, concluye.
Tamar Verete-Zehavi, 63 años: “Israel es democrático solo para los judíos. Me da miedo que cada vez lo sea menos”Tamar Verete-Zehavi, tras un evento literario en Jerusalén con motivo de la protesta, el pasado jueves.antonio pita
Tamar Verete-Zehavi, de 63 años, lee uno de sus poemas, sobre el “muro del apartheid” ―como lo llama― levantado por Israel en el territorio ocupado de Cisjordania. La escuchan unas pocas decenas de personas en una conocida terraza de Rehavia, el barrio de Jerusalén que se nutrió de judíos alemanes que huían del nazismo y hoy simboliza a la élite intelectual askenazí (judíos originarios del centro y este de Europa) que ridiculizan algunos miembros del Gobierno. Se trata de un evento literario y musical con motivo del “Día de Resistencia contra la Dictadura” celebrado el pasado jueves. La media de edad es alta y las expresiones que incomodan al consenso ideológico (apartheid, ocupación, manos manchadas de sangre…) pueblan versos y discursos. La reforma judicial casi ni se menciona.
Tampoco lo hace Verete-Zehavi al explicar por qué participa en la protesta: “Israel es un Estado democrático solo para los judíos. Lo que me da miedo es que cada vez sea menos democrático, que no nos podamos oponer abiertamente a la ocupación”.
Formadora de maestros, ha escrito unos 20 libros infantiles y juveniles con mensaje de izquierdas, varios de ellos bilingües (hebreo y árabe) en pro de la coexistencia. Va a contracorriente: el 70% de los judíos israelíes de entre 18 y 24 años se define de derechas y cada vez menos ven factible convivir con los árabes.
Verete-Zehavi asiste desde hace 13 años a las minoritarias manifestaciones semanales en el barrio de Sheij Yarrah, en Jerusalén. Ahora se ha unido a una lucha más amplia y desideologizada porque, dice, “atrae movimiento” y rompe barreras.
“¿Quién nos iba a decir que los pilotos [militares] rechazarían cumplir órdenes?”, dice en referencia a los 37 (de 40) pilotos de un escuadrón de la Fuerza Aérea que anunciaron que se saltarían vuelos de entrenamiento. “Es muy emocionante ver sumarse a vecinos con los que no compartes nada políticamente. La gente está entendiendo que la democracia tiene que ser para todos”, sentencia.
Or Zadiq, 25 años: “El Supremo protege a las minorías, incluidos los ultraortodoxos”Or Zadiq, el pasado jueves en Jerusalén.
antonio pita
Or Zadiq pertenece a la mayoría judía, pero cada pocas frases saca a colación su temor a que este Gobierno dañe a las minorías del país. “Ya… Es que estudio Trabajo Social, qué quieres que le haga”, justifica entre risas.
Nacido hace 25 años en Holón, a las afueras de Tel Aviv, se manifiesta en Jerusalén porque se ha mudado a la ciudad para licenciarse por la Universidad Hebrea. “No es solo por el tema de la justicia, es también por la radicalidad de este Gobierno”, integrado por el Likud de Netanyahu, la ultraderecha y los ultraortodoxos, señala. Zadiq, que se define en primer lugar como “israelí”, insiste en la “gran importancia” de la separación de poderes en una democracia y ve en el Tribunal Supremo “un protector de las minorías”. “También cuando toma decisiones que benefician a los haredim (judíos ultraortodoxos)”, matiza.
Zadiq, básicamente, teme que su país entre en una deriva oscurantista y religiosa: “Igual que ya no hay transporte público en sabbat, tengo miedo a que mi novia acabe apartada a los márgenes, o a que en el ámbito académico deje de poder decirse lo que quiera”.
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