Rosa K. Cisneros en una sesión de WhoLoDancEEU-Funded project WhoLoDancE
Hace un par de meses, un aula de Sheffield (Reino Unido) acogió una peculiar escena. En la misma habitación había gente escribiendo código con tres objetivos: diseñar la trama que habría de tejerse en un telar electrónico, componer música y bailar flamenco. Esta última parte del taller corría a cargo de la bailaora e investigadora del Centro de Investigación del Baile (C-DaRE) de la Universidad de Coventry Rosa K. Cisneros, que combina su pasión por la danza con la búsqueda de nuevas relaciones entre esta las minorías culturales y las tecnologías digitales. En los últimos años, Cisneros ha servido de modelo a un sistema de captura de movimientos, ha bailado con avatares y ha puesto en marcha un proyecto para añadir 5.000 nuevos registros de comunidades culturales minoritarias a biblioteca digital Europeana.
“Mi madre es gitana, del sur de España. Y mi padre de Serbia. Se conocieron en los Estados Unidos y yo nací en Chicago”. Rosa K. Cisneros comienza a desgranar su historia por videollamada desde Sheffield (Reino Unido), donde reside ahora. Lo primero, el baile. “Me lo dio mi madre. Estudié danza desde muy pequeñita, pero el flamenco me lo dio en casa”, explica la bailaora e investigadora. En ese mismo hogar, y después en la universidad, desarrolló un particular sentido de responsabilidad hacia la comunidad gitana. “Vi que la danza y la educación eran una oportunidad para hablar de temas muy difíciles, muy emocionales y para llegar a gente que a lo mejor está un poco al margen”. Con el tiempo, fue llegando la tecnología. “Es increíble lo que se puede hacer con la tecnología y la importancia que tiene la bailaora en esa relación”, resume.
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Durante sus estudios, Cisneros ya tuvo algunas oportunidades de explorar esa simbiosis creando vídeo-danzas. “Ahí empezó la curiosidad”, recuerda. Su intuición se vino a confirmar hace cosa de un lustro, cuando participó en el proyecto europeo WhoLoDancE, que se emprendió en el marco del programa Horizonte 2020 para desarrollar y aplicar nuevas tecnologías al aprendizaje del baile. La bailaora se cubrió entonces de sensores para actuar ante un sistema de captura de movimientos pensado para digitalizar sus pasos con cinco objetivos: analizar y comparar diferentes prácticas, preservar la herencia cultural, innovar en las metodologías de enseñanza, crear un repositorio de movimientos integrables en nuevas coreografías y ampliar el acceso a la danza a través de esa base de datos.
En aquel contexto, la bailaora entendió el potencial de mezcla de perfiles, de combinar la perspectiva de artistas y tecnólogos: “Por eso intento hacer colaboraciones que no son lo esperado”. El taller donde coincidieron el código, los telares, la música y el baile flamenco es un ejemplo. “¿Qué es eso? No lo sabemos, pero eso también es lo bonito. Soy muy tradicional en algunas cosas, pero en otras me gusta romper barreras y ver qué sale”, explica. El objetivo fundamental de esta iniciativa era reunir a distintas comunidades culturales y abrirles una ventana inesperada al mundo de la programación; explorar los patrones que marcan tanto el diseño en los telares como la composición musical y el baile flamenco, y cómo afectan las modificaciones al resultado final. “Es curioso porque normalmente hablamos de la danza como algo que se ve dentro del cuerpo, pero verlo así escrito es muy diferente”.
Un niño acciona el telar durante uno de los talleresReel Master Productions 2021
El escenario era extraño, pero los conceptos, universales. “También había familias que no hablaban inglés. Y a veces pensamos que estos son conceptos elevados y abstractos que no se pueden comprender, pero cuando usamos el cuerpo entendemos de otra forma, es algo primario”, razona Cisneros. Y cada uno se lleva su propio aprendizaje. Una niña de catorce años celebraba la oportunidad de asomarse a aquello del código. Siempre le había interesado, pero pensaba que era “algo de chicos”. Un chaval que parecía obcecado en demostrar su chulería y desinterés, no pudo evitar hacer una sugerencia sobre la melodía que estaban componiendo. Para algunos miembros de la comunidad gitana de Sheffield, con raíces en Eslovaquia o Rumanía y largas tradiciones en la confección de tejidos, aquella fue su primera vez ante un telar. Otros recordaban haber visto a sus mayores haciendo algo parecido. Otros proponían bailes de TikTok. “Esto es otra forma de empezar la conversación, otra forma de llegar a los jóvenes”, sentencia la bailaora.
El siguiente capítulo de la exploración de Cisneros ya está en marcha. Se trata del proyecto europeo Weave (CEF EU-WEAVE) que arrancó a finales del año pasado con el objetivo de enriquecer la biblioteca digital Europeana con nuevos registros de alta calidad –fotos, vídeos y otros archivos digitales– procedentes de minorías culturales.
Al cabo de los próximos seis meses Weave tendría que haber producido unos 5.000 registros nuevos, pero el camino a este esfuerzo de digitalización incluye el desarrollo de herramientas como un sistema de modelado tridimensional o una plataforma de anotación de vídeo, así como programas de formación que capaciten a los representantes de cada comunidad para utilizarlas. “Queremos estudiar cómo el patrimonio cultural y las tecnologías digitales nos ayudan a abrir diálogos más igualitarios y más sinceros. Traer mucha gente de diferentes perfiles, no tiene que ser un choque de identidades. Podemos aprender uno del otro”, añade la investigadora.
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