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Demasiado pronto


El cómico Gilbert Gottfried falleció este martes. Y su actuación más recordada en redes fue la del roast de Hugh Hefner, el fundador de Playboy. El motivo: se atrevió a contar el chiste más bruto de la historia.

En un roast, varios cómicos se ríen del pobre homenajeado, que al final tiene la oportunidad de vengarse en una última ronda. El de Hefner se grabó el 29 de septiembre de 2001, ni tres semanas después del 11-S. Y Gottfried tanteó al público con el atentado: “Tengo un vuelo a Los Ángeles, pero hace escala en el Empire State”. La broma se recibió con estupor y algún grito de “¡demasiado pronto!” desde el público.

Cualquier persona más o menos normal habría cambiado de tema o se habría disculpado, pero Gottfried optó por ir a más y relató una historia tan bruta que el público y sus compañeros acabaron llorando de risa, y que no pudo emitirse por televisión. Se trataba de un chiste conocido como Los aristócratas, que los cómicos se contaban entre ellos (nunca, o casi nunca, en un escenario) y que fue el objeto de un documental de 2005 dirigido por el mago Penn Jillette y por el cómico Paul Provenza.

El esqueleto es el siguiente: un matrimonio, sus dos hijos y el perro van a ver a un agente para que les represente. El agente les pregunta en qué consiste su espectáculo y la familia pone en escena una serie de atrocidades sexuales y escatológicas que cada cómico desarrolla y detalla a su manera. Cuando terminan, el agente quiere saber más: “Interesante. ¿Cómo os hacéis llamar?”. La familia responde al unísono: “¡Los aristócratas!”.

Gottfried ofreció una lección práctica de que el humor obsceno no pretende ofender, sino que quiere que nos preguntemos si de verdad hay motivos para ofenderse. También fue la mejor forma de disolver la tensión acumulada tras su chiste sobre aviones y edificios: en Una risa nueva, Jordi Costa escribe que el cómico demostró que un chiste ofensivo ”podía funcionar como inesperado bálsamo en tiempos de males mayores”.

El cómico siguió metiéndose en líos: en 2011, publicó una decena de tuits sobre el tsunami de Fukushima, por los que perdió un trabajo en publicidad. Ejemplo: “Japón está realmente avanzado. No van a la playa, la playa va a ellos”. En Vulture, Gottfried recordó que, siempre que haya una tragedia, habrá chistes sobre ella. Y tenía razón, porque el humor es una forma de gestionar emociones y situaciones que nos sobrepasan. Además, nunca es “demasiado pronto”, porque sin esas emociones no hay humor.

Internet y las redes sociales han dado más difusión a estos chistes sobre desastres que antes se susurraban en los bares. Según el sociólogo Christie Davies, en 1986 se registraron 50 sobre el Challenger y en 1998 la muerte de Lady Di fue el asunto de más de 300. Eso no es nada en comparación con los miles de memes a costa del hijo de la Tomasa, el terrorista que reivindicó el atentado de 2017 en Barcelona, o todos los que han circulado por Twitter y WhatsApp sobre el coronavirus. Aunque aún hay gente empeñada en llevar a los tribunales a humoristas por contar chistes, hay muchísimo más humor negro que hace unas décadas y lo entendemos cada vez mejor. Y esto es en gran medida gracias a cómicos como Gottfried que, siguiendo a George Carlin, solo se preguntaban dónde estaban los límites para rebasarlos.

Gottfried ya tuiteaba poco. Pero hace unos días habló de una tragedia reciente y terrible. Publicó una foto con Chris Rock, el cómico abofeteado en los Oscar por Will Smith, y escribió: “¿Qué crimen es peor, agredir físicamente a Chris Rock o que Chris Rock cuente un chiste?”. Gottfried tenía 67 años. Ahora sí que dan ganas de gritar “demasiado pronto”.




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