Antonio Lozano (Barcelona, 1974) sabe de lo que habla cuando analiza el estado del género negro. Responsable de la Serie Negra de RBA, periodista cultural de amplia experiencia y ahora autor de Lo leo muy negro (Destino), Lozano no tiene problema a la hora de señalar los puntos débiles de un sistema ahogado por la sobreproducción y que acoge demasiadas “pálidas fotocopias de fórmulas de éxito” de las que pide al lector que desconfíe. Admite que carece de “la perspicacia analítica de grandes teóricos del género como Auden, Chesterton o Piglia”, pero su libro es un compendio entretenido, erudito y con el grado justo de análisis, ideal para los amantes de la novela negra y el true crime. En los agradecimientos, que uno tiene la manía de leer antes que nada, Lozano reserva para su hijo el papel de Maigret en el caso hipotético de que un día se viera envuelto en un caso real. “Que no se meta en líos gordos y que si acaba persiguiendo a los malos (me permito incurrir de nuevo en categorías tan infantiles, ya que acaba de cumplir seis años) no derive en el cliché del detective atormentado, alcoholizado, mal alimentado y que no se toma nunca vacaciones”, explica por correo electrónico antes de meterse en materias menos agradables.
PREGUNTA. Algunos de los perfiles del libro tienen el aroma del Difficult Lives de nuestro querido James Sallis. ¿Bajo qué auspicios, qué luz, qué influencias surge un proyecto como este?
Editoriales y autores llevan años sacando novedades por encima de sus posibilidades
RESPUESTA. Mi hoy editora en Destino me convocó un día a un café para decirme que yo seguramente llevaba dentro una novela negra y me animó a sacarla. En el proceso de aguardar a ver si su intuición era acertada o no, le comenté que llevaba años reflexionando y escribiendo sobre el género desde el periodismo. Además de sumar en un campo poco transitado en España como es el acercamiento al género negro desde el ensayo y el periodismo, Lo leo muy negro aspira a pensar sobre el sentido, mutaciones y perversiones de la especialidad, entretener con curiosidades y anécdotas y ayudar a descubrir lecturas.
P. Dice que Jim Thompson es un autor “sin concesiones” y es de celebrar que, por una vez, alguien utilice el tópico con todo el sentido. El mundo editorial, y más el género negro, usa hasta el aburrimiento todos estos tópicos. ¿Cuál es el que más nervioso le pone de todos los que usamos editores, publicistas y, por qué no decirlo, periodistas?
R. El abuso de la etiqueta “el nuevo.. Larsson, Connolly, Nesbo, (ponga aquí el autor que guste)”; las fajas con adjetivos como “electrizante, subyugante, no podrás dejar de leerlo” y llamadas del tipo “número uno en ventas en USA o en Suecia”, como si eso significara realmente algo; la insistencia en que la novela negra es la desembocadura de la novela social, como si se hubiera producido una usurpación cuando lo que ocurre es que la primera siempre ha sido una atalaya desde la que observar la sociedad desde múltiples ángulos; escuchar que se habla de un “boom” de la novela negra en España confundiendo la oferta de títulos con el número de lectores; lo arraigada que está en la mente del no aficionado al género negro la idea de que el morbo de la muerte y la sangre es el imán principal, cuando no deja de ser una anécdota… Y me detengo aquí por prescripción médica.
P. Son capítulos cortos en los que ha conseguido sintetizar grandes temas en pocas páginas ¿Salió así o era, digamos, una exigencia del guion?
He leído varias novelas potentes que acababan arruinadas porque el autor, nos embute tres saltos mortales con tirabuzones aéreos crecientemente improbables
R. La extensión por lo general limitada de las piezas, el registro accesible y la fluidez de lectura en general surgieron por los imperativos de espacio y comunicabilidad que marcaron los medios de comunicación en las que se publicaron varias de ellas, y las de nuevo cuño tuvieron que amoldarse a estos patrones por pura coherencia. De todas maneras, visto en retrospectiva creo que uno de los puntos fuertes del libro es poder ir picoteando a partir del índice en lo que llama más la atención y obtenerlo en dosis reducidas. Si alguien encadena varias y abandona la idea de deglutir cinco o seis capítulos seguidos de Mindhunter o The Investigation, ya habría tocado el cielo.
P. Hay diversas referencias al cine y la televisión que muestran la clara influencia del género en lo audiovisual pero, ¿y al revés? ¿cuánto ha influido la televisión, la nueva televisión, en la literatura para bien y para mal?
R. El más pérfido, creo, de los trasvases en sentido inverso ha sido el encadenamiento de giros, sorpresas, revelaciones y golpes de efecto en el tramo final de las novelas. No basta con rizar una vez el rizo, hay que rizarlo tres veces. He leído varias novelas potentes que acababan arruinadas porque el autor, supongo que en aras de generar un shock “electrizante” o apuntalar lo “subyugante” de su propuesta, o de seducir a algún cazatalentos de una plataforma televisiva, o simplemente por haber llegado a la conclusión que el lector del género busca lo mismo que determinado espectador palomitero, nos embute tres saltos mortales con tirabuzones aéreos crecientemente improbables. En cuanto a lo bueno, quiero pensar que las buenas adaptaciones televisivas han despertado el interés de los consumidores por la fuente original y que los grandes escritores y escritoras han respondido al desafío de una competencia durísima afilando aún más su calidad y subiendo su nivel de exigencia.
P. También tiene cabida el true crime. ¿Es la revolución que el género estaba esperando? ¿Por qué no termina de cuajar en España cuando en el mundo anglosajón, y ahora también con bastante fuerza en Francia, es una de las grandes apuestas del género en su sentido más amplio?
R. Es cierto que aquí hemos llegado tarde al true crime y que aún queda mucho por recorrer, pero ya circula material extraordinario, tanto nacional como en traducción. El mercado ha demostrado que hay que ser pacientes. Sigo confiando que se asentará y que lo incorporaremos con un entusiasmo cercano al de los países que citas. Ojalá los sellos no nos arruinemos antes.
P. ¿Cuál es el caso, el crimen real, la historia que más le fascina del libro?
R. Lo cito un poco al vuelo, pero me encandiló el caso de la cleptómana que robó 1.200 novelas románticas de la New York Public Library, movilizando a los detectives especializados en recuperar los fondos sustraídos de la institución neoyorquina, historia que explicaba Gay Talese. También me volaron la cabeza los true crimes televisivos Making a Murderer y The Staircase porque la única pregunta más atractiva en una narrativa criminal que “¿Quién mató a X?” es ¿Mató o no X a Y?”. Y barriendo un poco para casa, todo lo relativo al caso del Golden State Killer, fugitivo de la justicia durante décadas y al que Michelle McNamara le consagró un apasionante true crime que en parte le costó la vida: El asesino sin rostro (RBA)
P. ¿Hasta cuándo va a tener que pedir perdón el género en el que escriben Dennis Lehane, James Ellroy o Tana French y en el que han escrito grandes clásicos?
R. El malentendido perdurará mientras la calidad literaria se siga midiendo de acuerdo a criterios anticuados y estrechos, y el canon no se abra a los géneros, pero quien hoy dude del genio de autores como los que citas solo puede ser fruto del desconocimiento y el prejuicio más ramplones. Ni los autores ni los aficionados deberíamos perder un segundo de creación y lecturas con el asunto.
P. Si el sexismo se diluye (aunque no del todo, creo, y no siempre detrás hay hombres) y la testosterona al estilo Mike Spillane está de capa caída ¿quedan la influencia del márketing y la tendencia a la copia barata y la imitación como grandes problemas del género?
R. La raíz del problema o fuente de todos los males seguramente recae en la sobreproduccion. Una vez que el género negro es detectado como moda, es decir, como oportunidad de mercado, editoriales y autores llevan años sacando novedades por encima de sus posibilidades (inevitablemente la calidad mengua y los fracasos comerciales se suceden) y de las nuestras (ante al alud de títulos, muchos de los buenos quedan sepultados por los malos). Y como hay tanto y tanta presión por vender y por dar con el próximo Larsson o Camilla Läckberg o Paula Hawkins, los departamentos de márketing han de incurrir en la hipérbole o en cierto grado de manipulación.
P. Hecha la salvedad del género en España, que ya aclara que no ha leído tanto como para dedicarle parte de un libro eminentemente anglosajón, cada aficionado imagino que echa en falta alguna referencia. Las mías son (amén de los franceses con quien supongo que le pasa lo mismo que con los españoles) Tana French, Kate Atkinson o más espionaje contemporáneo. Cada uno tiene sus debilidades. ¿Se dejó algo fuera que ahora incluiría?
R. Buena parte de la gente que ha leído Lo leo muy negro me ha reprochado ausencias que a su criterio resultaban ominosas pero, claro está, no lo he leído todo, no cabían todos los que se lo merecían y además cada uno genera sus propias filias y cánones. Dicho esto, sí que a posteriori he lamentado no hablar de Patricia Highsmith, por ejemplo, o del modo en que Esther García Llovet emplea mecanismos del género de manera tan peculiar y divertida en novelas como Sánchez o Gordo de feria, o reciclar en perfiles mis entrevistas con Elmore Leonard y John Le Carré (aunque abrirme al espionaje habría ampliado en exceso las costuras), a lo que se añade que uno se va indefectiblemente topando con nuevas obras (Snap, 64, En las colinas de California y muchas otras) cuyas bondades querría esparcir a los cuatro vientos.
P. Era imposible, y seguro que innecesario, hacer este libro sin nombrar a la competencia de RBA. Pero ha sido más que generoso. ¿Cómo ve el mundo de las editoriales alguien que viene del periodismo? ¿Hay mucho juego sucio?
R. No detecto mucho juego sucio aunque, como en el fútbol, la lealtad a los colores no siempre está por encima del dinero y los intermediarios a veces juegan a varias bandas. La parte positiva de esa sobreabundancia de la que hablaba es que hay títulos para todos. Mirlos blancos, alguien capaz de sostener una serie a gran nivel durante un largo periodo de tiempo, como Connolly, Nesbo, Atkins o Penny, surgen con cuentagotas, pero el hecho de que quede mucho talento, tanto antiguo como contemporáneo, por descubrir y traducir, y el hecho de que nadie posea la receta del éxito (¡desconfiemos del “nuevo Larsson”), que entre los editores no hay con frecuencia riñas sangrientas.
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