En “Los jornaleros forenses”, las periodistas Wendy Selene Pérez y Paula Mónaco narran la historia de quienes la búsqueda de desaparecidos en México se ha convertido en un trabajo.
—Amigo —le dijo—, yo no vengo a hacerte mal. Perdóname si te lastimé, tengo que escarbar porque tengo que encontrarte…
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Durante los últimos 12 años, en México más de 40 mil personas han desaparecido y más de 240 mil han fallecido en manos de la ola de inseguridad por la que atraviesa el país. Las autoridades han sido rebasadas por esta crisis y ante la falta de acción y justicia, familias enteras han salido a las calles en busca de respuestas. Sin importar el tiempo que ha pasado desde la última vez que supieron de ellos, cada uno anhela volver a ver con vida a su padre, a su madre o a su hijo, pero es verdad que este terrible panorama se ha sumado la cruda realidad de las fosas clandestinas.
En el marco de una de las peores crisis que aqueja al país, las periodistas Wendy Selene Pérez y Paula Mónaco se adentraron en Veracruz, estado en el que hasta el 31 de diciembre de 2018 se habían encontrado 505 fosas. Ahí, en el Colinas de Santa Fe, lugar donde más cuerpos han hallado, ocurre algo que en ningún otro país se ha registrado, seis hombres tienen por trabajo buscar en fosas clandestinas lo que queda de quienes ahí fueron escondidos. Este es un nuevo oficio y a ellos los conocen como los desenterradores.
La historia de Gonzalo, don Lupe y Fermín; Carlos y otro de los arqueólogos, José Casas Chávez, quienes trabajan de la mano con el Colectivo Solecito quedó plasmada en la crónica Los jornaleros forenses publicada en Revista Gatopardo.
“No son padres detrás del rastro de sus hijos, tampoco voluntarios. Son jornaleros que rascan la tierra a cambio de un sueldo pagado por los familiares de desaparecidos, en un país que tiene arriba de 40 mil desaparecidos y más de 240 mil muertos en 12 años”, detallaron. Sin embargo han hecho de la búsqueda de miles de desparecidos un motivo de vida.
Los jornaleros forenses
En Colinas de Santa Fe, un paraje a las afueras de Veracruz, este hombre bonachón de brazos fuertes volvió a escuchar con atención a la tierra. Identificó un árbol, detectó que la armonía natural había sido violentada y señaló un punto donde excavar. Ahí encontraron varias de las más grandes fosas, allí han sido localizadas 155 fosas, han recuperado 302 cuerpos y casi 70 mil huesos, completos y en fragmentos.
Gonzalo, el campesino que no sabe leer ni escribir, en pocos años hizo de sí mismo una mezcla de antropólogo con perito forense, de arqueólogo con jornalero. Se hizo desenterrador, un nuevo oficio que muestra el desgarro de un país con más de 40 mil desaparecidos y 240 mil asesinatos en 12 años.
La primera vez que encontró un cuerpo sintió un escalofrío.
—Amigo —le dijo—, yo no vengo a hacerte mal. Perdóname si te lastimé, tengo que escarbar porque tengo que encontrarte.
Casi tres años después, su jornada terminó. Se sienta en una silla bajo la sombra de un árbol de mango. Llega el aire fresco, los pájaros silban, al fondo su hijo más pequeño chapotea en una alberca inflable.
Gonzalo y su familia viven al final de un camino terregoso en el municipio de Medellín, en un poblado de menos de 250 habitantes. Quedan desnudos los bloques grises de algunas casas inacabadas, con palmeras y árboles dentro del patio. Cada día, al volver, Gonzalo merienda con sus hijas adolescentes, juega un rato con su hijo de siete años y platica con su esposa Rosalba junto al bracero. Su perra Osa lo sigue moviendo la cola y las gallinas lo rodean de inmediato cuando las llama. El dueño del terreno les permite habitarlo, a cambio de que lo cuiden.
—Cuando encontré la primera persona me sentí feliz, feliz de una forma no mala —cuenta Gonzalo con simpático acento costeño, se emociona al recordar—. Feliz porque le iba a dar paz a una mamá, una hermana, una esposa.
(Lee el reportaje completo en Revista Gatopardo)