Le miras y te cuesta aceptar que haya crecido tanto y tan rápido. Recuerdas cuando de pequeño deseabas que creciese rápido para poder descansar. Ahora te gustaría parar el tiempo para volver a tenerlo en tus brazos como cuando era un bebé. Echas de menos que te pida que juegues con él, que le ayudes con las tareas escolares, que te necesite para hacer las cosas. Que quiera hacer planes contigo o le apetezca pasar el tiempo libre juntos.
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Qué difícil es sentir que te quiera y te necesite de forma distinta, hacer frente a sus salidas de tono, su rebeldía, sus malas contestaciones. Aceptar que su grupo de amigos ahora sea su cobijo, que quiera hacer las cosas a su manera, que piense de forma tan diferente a ti. Aquel chico cariñoso y comunicativo al que le gustaba explicarte todo lo que había aprendido en el colegio ahora se muestra, en muchas ocasiones, irascible y reservado y pasa muchas horas encerrado en su habitación escuchando música, viendo series o absorto con su móvil.
Un volcán en erupción que explota sin una razón aparente, que muestra dificultades para gestionar la frustración y piensa que el mundo conspira contra él. Que explora constantemente nuevos límites, que intenta saltarse normas porque muchas de ellas no las entiende y que siente que el mundo gira en contra de él. Un joven al que le cuesta mucho aceptar sus errores, que está inmerso en un caos de cambios y vive en una vorágine de dudas y contradicciones. Con variaciones de humor constantes, con poca capacidad para la autocrítica, que vive entre la euforia y el catastrofismo absoluto.
Una época de sana desobediencia, de numerosos aprendizajes, de búsqueda de nuevos límites. De vulnerabilidad y fuerza a igual medida, de impulsividad y egocentrismo en estado puro. Una etapa centrada en la construcción de una nueva identidad, de la búsqueda de un “nuevo yo”.
La adolescencia en sin duda la etapa educativa más difícil de acompañar. Una tarea ardua, repleta de retos diarios, de estrategias por aprender. En la que los conflictos se entrelazan sin saber muy bien por qué y los tiempos de calma se echan a faltar. Discusiones que nos llenan de culpabilidad, de preocupación e impotencia. No es nada fácil entender por qué nuestros hijos adolescentes, en ocasiones se muestran tan inestables o irreverentes. Aceptar que necesiten volar fuera del nido, que quieran llevar las riendas de su vida y decidir cómo quiere moverse por el mundo. No es nada fácil acompañar desde la tranquilidad a alguien que a veces no muestra interés por aquello que le decimos, que parece que busque el conflicto constantemente, que vive entre extremos.
Como decía Robert Louis Stevenson en boca de su personaje el Dr. Henry Jekyll, “Quiéreme cuando menos lo merezco porque es cuando más lo necesito”, frase que resume de manera muy oportuna lo que nuestros hijos adolescentes necesitan de nosotros en esta etapa. Adultos que miren la adolescencia con respeto, cariño y empatía, abandonando los patrones adultistas. Que no repitan constantemente las cosas, que estén de buen humor y tengan mucho sentido común. Que confíen en ellos, que entiendan que es una etapa de provisionalidades, avances y retrocesos, de descubrimientos continuos no siempre fácil de gestionar. Mamás y papás que les acompañen sin condición aunque haya días que resulte muy complejo, que eduquen con firmeza y amabilidad en la responsabilidad y el esfuerzo. Que les ofrezcan seguridad y calidez. Que entiendan la fragilidad y vulnerabilidad por la que están pasando y les ayuden a poner orden al caos que en ocasiones les invade.
¿Cómo se educa a un adolescente?
- 1. Conociendo las características propias de la etapa educativa. Conocer la metamorfosis de cambios (físicos, psicológicos y sociales) por los que nuestros hijos están pasando nos permitirá entender sus comportamientos para poder ofrecerlos la ayuda que necesitan.
- 2. Con grandes dosis de comprensión, paciencia y confianza. Ofreciéndoles tiempo para aprender y oportunidades para errar sin sentirse cuestionados.
- 3. Haciéndoles sentir que conectamos con lo que sienten y necesitan. Mostrando interés por sus preocupaciones, inquietudes, dando importancia a sus preocupaciones o deseos.
- 4. Acompañándoles desde la calma y el respeto mutuo. Hablándoles con ganas de entendernos, eliminando los gritos y sermones, las etiquetas, los reproches o los mensajes contradictorios que tanto dañan el vínculo.
- 5. Ayudándoles a construir una autoestima y autoconcepto sólido, enseñándoles a mirarse al espejo con respeto y sin miedo. Resaltando todas las virtudes que poseen e incitándoles a aceptarse tal y como son, valorando sus fortalezas y buscando respuesta a sus dificultades.
- 6. Aceptando que los conflictos en esta etapa son inevitables, que hay que aprender a seleccionarlos y a buscar las soluciones desde el análisis profundo, el cariño y la empatía.
- 7. Entendiendo que su grupo de amigos es ahora su fuente de seguridad, comprensión y apoyo. Amigos que necesita tenerlos siempre cerca para poder crear su nueva identidad y definir sus propios valores.
- 8. Utilizando una comunicación no violenta, un lenguaje lleno de respeto y grandes dosis de afectividad. Practicando la escucha activa, eliminando los gritos o acusaciones, abriendo canales de comunicación diariamente buscando los momentos más oportunos.
- 9. Enseñándoles a reconocer, analizar y gestionar las emociones, ayudándoles a modularlas y a darles respuesta, validando todo aquello que sienten.
- 10. Consensuando normas, flexibilizando límites, estableciendo consecuencias naturales y lógicas. Buscando el equilibrio entre la permisividad y la sobreprotección.
La adolescencia es sin duda la etapa educativa en la que nuestros hijos necesitan de nosotros “nuestra mejor versión” transmitiéndoles que les queremos sin límites o condiciones. Que nos mostremos serenos, disponibles, que busquemos espacios para compartir temores y confidencias, que entendamos que muchas de sus conductas están asociadas a sus emociones poco moduladas.
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