La Neta Neta

Diario de 22 días perdido en un cayuco en el Atlántico

Moussa, uno de los tres supervivientes de la patera con 24 fallecidos encontrada a la deriva a 500 kilómetros de El Hierro, posa en el parque de La Granja, en Santa Cruz de Tenerife.
Moussa, uno de los tres supervivientes de la patera con 24 fallecidos encontrada a la deriva a 500 kilómetros de El Hierro, posa en el parque de La Granja, en Santa Cruz de Tenerife.Miguel Velasco Almendral

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Un avión del Ejército del Aire avista por casualidad el pasado 26 de abril un cayuco perdido. Lo encuentra a cerca de 500 kilómetros de la isla canaria de El Hierro, antes de que se perdiese para siempre empujado por corrientes que podrían llevarlo a la otra orilla del Atlántico. El barco había salido 21 días antes de una playa mauritana con 63 personas a bordo. Solo tres sobrevivieron. Uno de ellos es Moussa, un maliense de 25 años empobrecido por la guerra y padre de un bebé de año y medio. Él fue el primero en salir del hospital cuatro días después de su rescate. Este viernes, en un parque de Tenerife, el joven, a veces apagado y a veces sonriente, reconstruye con precisión cada jornada de aquel viaje, el más trágico del que se han tenido noticias en la ruta canaria. He aquí su relato:

Antes de salir. Nos avisan para embarcarnos la noche del 4 de abril. Había pasado tres meses encerrado con otras nueve personas en un piso franco en Nuakchot (Mauritania). Solo salía para ir a la mezquita, porque si la policía te pilla por la calle puede expulsarte del país. Nos recoge un taxi que nos lleva a un camión donde nos meten a todos. Pasamos una hora hasta llegar a la playa. Nadie hablaba, fue una hora de silencio. La playa está a oscuras, no vemos mucho, pero seguimos las órdenes de tres hombres. Primero subimos a una barca más pequeña que nos lleva hasta el cayuco, que está más lejos. Estábamos contentos, nos estábamos yendo a Europa. Cuento 59 personas y cuatro patrones que son los que llevan los motores. Hay solo dos mujeres y una está embarazada. Hay poco espacio, vamos muy apretados.

Día 1. Al amanecer, nos damos cuenta de que los víveres del cayuco no son los que nos prometieron. Hay cinco bidones de 20 litros, pero solo dos tienen agua potable. El resto está salada. Hay galletas y cous cous. La leche y las latas de sardinas que compré para el viaje se quedan en el piso franco por orden de los traficantes mauritanos. Nos dicen que no llevemos nada por si nos descubren y tenemos que huir.

Día 2. El mar empieza a levantarse y las olas se cuelan en el cayuco. Pasamos horas achicando agua con cubos. La mala mar siguió al día siguiente. Y al otro. Acabamos todos empapados. La gente vomitaba en bolsas que tiraban al mar. Yo solo vomité el primer día, pero hubo gente que pasó tres días seguidos sin parar.

Día 3. La comida y el agua se acaban. Los traficantes nos prometieron que estaríamos en Gran Canaria en tres o cuatro días. Por entonces pensábamos que no debía quedar mucho.

Día 4. Uno de los tres motores deja de funcionar por la mañana. Durante una hora los cuatro patrones de la embarcación intentan arreglarlo. Por fin funciona y seguimos la marcha, pero llegada la medianoche la gasolina se acaba y los motores vuelven a pararse. Entonces vimos dos luces a lo lejos. Pensamos que vendrían a salvarnos, pero no se movieron. No sé si era un barco o era tierra. Yo no me preocupé demasiado, aún pensaba que llegaría para ver el Real Madrid-Barça.

Día 5. Los patrones nos mienten cuando les preguntamos cuánto queda. Estamos en mitad de ninguna parte, pero nos dicen que estamos a solo 50 kilómetros de España. Tenemos la primera discusión. Los patrones quieren usar los motores como ancla para evitar que nos lleven las corrientes, dicen que es peligroso, que nos perderemos. Yo pienso como ellos, dejarse llevar por el viento no era buena idea. Votamos y gana la opción de las anclas. Durante tres días el cayuco se balancea casi parado mientras esperamos a que nos rescaten.

Día 8. Nadie ha venido a buscarnos. La gente empieza a protestar contra los patrones. Quieren avanzar, aunque sea a la deriva. Los patrones ceden y sueltan anclas. Empiezo a preocuparme. Tenemos hambre, frío y se nos empieza a levantar la piel de los glúteos después de tanto tiempo sentados. Rezo sin parar.

Día 10. Tras una semana sin comer y bebiendo solo agua del mar, muere la primera persona. Yo intento ayudar a los que se encuentran mal, les pongo las piernas en alto, pero son muchos. Rezo con ellos y me convierto en una especie de imán a bordo, todos me respetan. Mi amigo Bakary y mis dos primos Boubou y Bry fueron de los primeros en morir. Los tiré al agua. Fue el momento más duro de todo el viaje. Lloré. Yo mismo quise morirme.

Día 12. Por la noche, se levantan olas de cuatro o cinco metros y la gente empieza a tirarse del barco. El primero que se lanza dice que va a comprar tabaco. Había quien veía a su madre o su casa en mitad de la oscuridad. No eran suicidios, se tiraban enloquecidos. Cerca de ocho personas murieron así.

Día 13. Los más fuertes cortamos los bidones de agua por la mitad para usarlos como remos. Intentamos avanzar, creemos que queda poco, pero nos cansamos pocas horas después.

Día 14. Seguimos pensando en cómo llegar. Cogemos el toldo que llevaba el cayuco para protegernos del sol y lo convertimos en una vela. Nos ponemos a mirar el GPS y uno de los patrones dice que estamos cerca de Marruecos, pero no nos lo creemos. No sabían dónde estábamos. El aparato acabó quedándose sin batería. No me acuerdo cuántas personas se habían muerto en ese momento. Perdíamos dos, tres o hasta cuatro por día.

Día 15. Vuelve la mala mar. El cayuco salta sobre las olas. Uno de los capitanes se levanta para ir a la proa y se cae al agua. Nadie tiene fuerzas para subirlo. Yo lo intento, pero solo no lo consigo. Empezaba a perder las fuerzas, me rugía muchísimo el estómago.

Moussa, sentado, junto a los otros dos supervivientes, minutos después de su rescate, el pasado 26 de abril.

Día 17. Una semana después de la primera muerte el cayuco tiene 36 ocupantes menos. A partir de hoy dejamos de tirar al agua los cuerpos de los que mueren. Ya no tenemos fuerzas para eso. Las olas agitan el barco.

Día 22. A primera hora de la mañana estoy tumbado en un hueco del cayuco y escucho el motor de un avión. Veo cómo pierde altura y da vueltas a nuestro alrededor. Les grito y hago señales, pero me doy cuenta de que ese avión no es el que va a salvarnos. Quedamos cuatro personas con vida. Les digo que si Dios quiere que sigamos con vida, nos salvará, pero aun así se quedan decepcionados. Unas horas después, sobre las cuatro o las cinco, vuelve un helicóptero para rescatarnos con una cuerda. El cuarto superviviente, uno de los patrones, ya está muerto. Estaba muy mal. Me subieron a mi primero con la mujer. Me dieron un zumo y un plátano. No sentía nada, no pensaba en nada.

Después de cuatro días, Moussa salió del hospital. Recuerda haber hablado con la policía, pero dice que todavía no ha visto a un psicólogo. Su urgencia, tras revivir, era hablar con los suyos y anunciarles que estaba vivo, aunque ellos ya lo sabían. La foto de los tres a salvo en el helicóptero corrió como la pólvora por las redes de migrantes. En esa imagen, Moussa parece otro, un hombre mucho mayor, pero una mancha oscura en lo alto de la frente le delata. Es su marca de rezar. Lo que hizo durante casi 22 días y 22 noches.


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