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“Los grandes artistas copian, los genios roban”. La atribución de esta frase a Picasso es cuestionable pero su contenido no lo es. Parece un recordatorio de un hecho que hoy tendemos a olvidar: nada surge de la nada, todo tiene un punto de partida y las ideas no iban a ser menos. Los artistas se influyen, inspiran, copian, versionan y obsesionan los unos con los otros, enriqueciendo y entrelazando sus producciones.

Los motivos que llevan a los artistas a buscar la inspiración a través de las obras de sus compañeros son muchos y variados. Hay quien utiliza estas referencias como un camino para encontrar su propio estilo, quien se decide a emular las obras a modo de homenaje y quien intenta ocultar estas referencias cruzadas, lo que a veces acaba en acusaciones de plagio.

A un lado de esta escala podríamos encontrar a Rubens, cuya admiración por Tiziano le llevó a versionar varias de sus obras maestras con tanta fidelidad que parecen retar al espectador a que encuentre las 5 diferencias. En el otro lado de la escala, podríamos encontrar al escultor Jeff Koons, condenado por plagiar varias obras entre 2017 y 2019.

Velázquez desata pasiones

Es cierto que la producción de Édouard Manet, el artista francés del siglo XIX famoso por sus obras impresionistas, no habría sido la misma sin el influjo de Tiziano. Lo demuestran las semejanzas de su Olimpia con la Venus de Urbino del pintor veneciano.

Pero si hubo un pintor que cambió su concepción del arte, ese fue Velázquez. El Pífano es un buen ejemplo de la influencia de los retratos de Velázquez en su producción, y más concretamente de su Pablo de Valladolid. Manet quedó muy impresionado tras la contemplación de esta obra y comentó que “quizás es el trozo de pintura más asombroso que se haya pintado jamás”. Esta admiración, sin embargo, no impidió que Manet se desarrollara como uno de los padres de la pintura moderna.

La fascinación por Velázquez la compartieron muchos otros grandes artistas, entre ellos Pablo Picasso, que dedicó una serie de 58 obras a la reinterpretación y estudio de Las Meninas. O Francis Bacon. El pintor irlandés, conocido por la expresión contenida en sus obras, llegó a recrear alrededor de 40 veces una misma obra del pintor sevillano. Y se dice que todas sus abundantes versiones del Retrato del Papa Inocencio X fueron a través de fotografías, ya que nunca quiso observar la obra en vivo, pese a tener ocasión, por miedo a no soportar su impresión.

Dalí y el Ángelus de Millet

A veces la admiración está a un paso de distancia de la obsesión. Eso fue precisamente lo que le ocurrió a Salvador Dalí con el pintor realista Jean-François Millet, más concretamente con una de sus obras: el aparentemente inocente Ángelus, el retrato de dos campesinos. El propio Millet explicaba la obra como un recuerdo de su infancia, de su abuela para ser más exactos, que nada tenía que ver con la oración religiosa.

No era la primera vez que un artista se obsesionaba con Millet. Van Gogh, en una búsqueda desesperada de su propia inspiración y mejora de su técnica, reinterpretó más de una veintena de obras del pintor francés, llegando a hacer copias prácticamente exactas de sus pinturas.

Pero la obsesión de Dalí tenía un origen menos sensato: desde que vio por primera vez la obra en una réplica colgada en su escuela, sintió una conexión inexplicable. La pintura le parecía un mar de enigmas y sentimientos que le llevaron a escribir el ensayo titulado El mito trágico de El Ángelus de Millet y a reinterpretar sus pinceladas en numerosas ocasiones a lo largo de su producción.

Cuando llegó a sus oídos que la cesta entre ambos campesinos era en realidad fruto de un repinte del propio Millet, Dalí encontró el hilo del que tirar. Tras someter la obra a un análisis con rayos X, se descubrió lo que parecía ser la representación de un ataúd infantil, convirtiendo la escena en el entierro de un niño muerto antes de ser bautizado y que, por lo tanto, debía ser enterrado fuera del cementerio. Dalí encontró la respuesta a su inexplicable atracción por la obra y creó su propia interpretación, ligada a un hecho fundamental de su biografía: la muerte de su hermano mayor, previa a su nacimiento, que produjo que heredara su nombre.

De la inspiración al plagio

Aunque las motivaciones que llevan a un artista a reinterpretar la obra de otro suelen ser positivas, este tipo de intervenciones no siempre se ven con buenos ojos. Hoy, la probabilidad de ser acusado de plagio ha aumentado notablemente para los artistas que deciden tomar referencias de la obra de otros pintores, escultores, diseñadores o fotógrafos vivos.

Mencionábamos el caso de Jeff Koons, quien recientemente ha vuelto a ser acusado de plagio por su escultura Naked, que comparte innegables similitudes con una fotografía de Jean-François Bauret. Al comparar sus obras con las de los denunciantes, las semejanzas se aparecen sin mucho esfuerzo. Pero también es cierto que hablamos de un artista pop, y que esta corriente se ha desarrollado a partir de referencias más o menos asentadas en el imaginario de la población.

¿Dónde está la línea que separa inspiración de plagio? Parece imposible alcanzar una respuesta de consenso a esta pregunta. Incluso hay artistas apropiacionistas, que reniegan del valor de la autoría, como Richard Price, quien en una entrevista con Babelia manifestaba: “Pide, toma prestado, roba. Por todos los medios posibles”. El propio Price fue condenado en 2011 por usar unas fotografías sin consentimiento. Y es que parece que hoy en día la respuesta a la anterior pregunta está más en los tribunales que en cualquier otro sitio.

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