Didier Leschi (París, 63 años) es el director general de la Oficina francesa de la inmigración y de integración, organismo público que organiza la acogida de extranjeros con papeles y de demandantes de asilo. Alto funcionario e intelectual ubicado en lo que en Francia se llama la izquierda republicana, Leschi acaba de publicar en francés Esta gran perturbación. La inmigración de cara.
Pregunta. La extrema derecha en Francia y otros países habla de invasión migratoria. ¿Qué piensa cuando escucha esto?
Respuesta. Francia es un viejo país de inmigración. Un tercio de la población tiene al menos un ascendiente inmigrante. Hasta los años 80, los inmigrantes venían del sur de Europa: españoles, portugueses, griegos. Desde entonces, aumenta la inmigración subsahariana. Hoy la mayoría vienen del sur del mundo y hay una mayor visibilidad. Además, se da una concertación extremadamente fuerte en la región de París, en las zonas urbanas, en la vivienda social. Entre 10 y 12% de la población en este país es inmigrada, nacida extranjera en el extranjero. Pero entre esto y hablar la gran sustitución, como hace la extrema derecha, hay la misma diferencia entre la razón y la conspiranoia.
P. Otros dicen que la inmigración no supone en realidad ningún problema.
R. No es tan importante la cuestión del número sino la cuestión social. Se trata de reflexionar sobre las condiciones y capacidades de acogida. Y hay que distinguir entre inmigración ligada al asilo y la inmigración económica: si no las distinguimos, acabamos con la idea del derecho de asilo para personas perseguidas por su origen o sus opiniones. La pregunta es si un Estado puede regular la inmigración económica. Históricamente eran los liberales quienes estaban en contra: veían en ella un interés, que era la bajada del valor de la fuerza del trabajo.
P. Para llegar a Europa, muchos inmigrantes mueren en el Mediterráneo. Europa se convierte en una fortaleza.
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R. Europa no es ninguna fortaleza: nunca ha habido tantos inmigrantes. Además, la mayoría de nuestra inmigración en Francia llega por vía legal: por el reagrupamiento familiar o por trabajo. Después, está la cuestión específica de las personas que llegan por el Mediterráneo sin derecho de residencia. ¿Un Estado tiene o no derecho a decidir quién se instala? Se puede estar a favor de una cierta libertad de circulación, y para esto están los visados, pero no de la idea de que cada uno decida instalarse donde quiera. Las fronteras regulan la libertad de circulación. Cuando no logramos regular esta circulación, acabamos construyendo muros, y esto es trágico. Un muro es lo contrario de una frontera. La frontera permite regular entradas y salidas. Un muro significa que hemos fracasado.
P. En Europa se tiende a ver la inmigración como un problema, cuando durante siglos ha sido la fuerza e influencia de países como Estados Unidos.
R. Francia es un gran país de inmigración: los inmigrantes han hecho grandes aportaciones. El tema es saber, dentro del flujo migratorio, cómo acogerlo, integrarlo y hacer que participe en la riqueza, y en qué momento se vuelve complicado. Se vuelve complicado cuando hay crisis de vivienda o cuando hay una situación de empleo que no permite absorber toda la mano de obra. La particularidad de grandes países de inmigración como Estados Unidos es que allí el sistema social no es el mismo: cuando uno es extranjero y tiene un accidente, antes de decirle ‘buenos días’ al médico le pedirá la tarjeta de crédito. En Estados Unidos, el mercado laboral está extremadamente desregulado. Los sistemas sociales muy protectores no tienen la misma relación con la inmigración que los sistemas sociales poco protectores.
P. La extrema derecha usa con frecuencia el argumento social para oponerse a la inmigración.
R. La cuestión es no permitir que la extrema derecha relacione cuestión social con xenofobia e identidad orgánica de la nación. Si abandonamos el terreno social, si parece como si no tuviésemos en cuenta el sufrimiento de la gente, aunque consideremos que es un sentimiento que no se corresponde con la realidad, le dejamos el campo libre. La izquierda debe entender las quejas de las personas. Hemos despreciado las quejas de una parte de las clases populares. Y la izquierda lo ha pagado caro.
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