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Diez caminatas en España que se asoman al mar

En la tesitura de liberar espacio mental, pocas cosas hay comparables a las costas, mejor aún a sus cumbres, allí donde la naturaleza tiene una fuerza ciclópea que se impone primando el silencio en un entorno de relevancia paisajística. Quizás en estos momentos el estado de los senderos no sea el óptimo, aunque se contrarresta con la explosión vegetal que nos ha dejado la calamidad sanitaria, así como una mayor presencia de fauna. Anotamos 10 ascensiones de impacto emocional, con distintos niveles de dificultad, para los días claros del invierno.

Buitres en la costa

Macizo de Candina, Liendo (Cantabria)

Este desnivel de 350 metros hará las delicias de quienes se detengan en el área de descanso del kilómetro 161 de la carretera N-634. El ascenso se articula en tres hoyas variopintas en fenómenos kársticos —dolinas, torcas, sumideros— declaradas lugar de interés geológico; depresiones en las que desentumecer las piernas y recobrar el aliento antes de encarar el siguiente repecho. Tras los vestigios del campamento minero, el caminante no podrá sustraerse al hechizo de los arcos de Llanegro, apodados Ojos del Diablo, dos agujeros horadados en el brusco y salvaje acantilado como si estuviesen ahí solo pretendiendo enmarcar la península conocida como La Ballena o la seductora cala de Valdearenas. El escenario escasamente deja lugar a las encinas por la presencia de formaciones puntiagudas, al tiempo que los buitres leonados, beneficiándose de las corrientes térmicas al igual que los alimoches, chovas piquigualdas y halcones, rozan las cabezas de los intrusos. Es peligroso abandonar los senderos.

Rodeados por el Atlántico

Pico de la Zarza, Pájara (Fuerteventura)

El techo de Fuerteventura, a 807 metros de altitud, lo es también del parque natural de la península de Jandía, razón de que la experiencia aérea desde aquí resulte memorable por ventosa a la par que oceánica. Conviene no aproximarse al abismo y elegir para la ascensión un día despejado, no sea que la nubosidad impida fotografiar la fachada a barlovento de la isla canaria: la aldea, el islote y el playón de Cofete, así como el caserón de los Winter. Por el este asoman las dunas de Pecenescal.

Tras aparcar cerca del depósito de agua potable de la calle de Sancho Panza, en el enclave turístico de Jandía, emprenderemos las dos horas y media de subida —el desnivel de 700 metros es exigente, sobre todo el último kilómetro— por una pista y una senda que no dan lugar a dudas. Conforme avanzamos se manifiestan diversos pisos vegetativos, desde curiosos acebuches en forma de musgo hasta tabaibas de gran porte, pasando por manchas verdes de cardones y joraos. Para la excursión hay que ir provistos de sombrero, agua y crema solar, pero también de comida energética y algo para abrigarse en la cumbre.

Al Olimpo Celta

Monte Pindo, Carnota (A Coruña)

He aquí la representación mítica y ritual de lo que significa subir a un monte desde el nivel del mar —en este caso, desde el puerto de O Pindo— hasta los 627 metros de altitud. Se trata de una caminata de unos 4,5 kilómetros, con una pendiente media del 14%. La vereda, cascajosa e incómoda (pide botas resistentes), nos eleva primero al peñascal llamado castillo de San Xurxo, o de la Reina Lupa. Negociaremos después el tramo más empinado, que se adentra en un escenario craquelado de mil formas, integrado en la Red Natura 2000. Uno busca figuras antropomórficas o zoomórficas, sentidos y perfiles graníticos: se conjetura aquí una góndola, un caballo, allá una tortuga.

Y ya estamos en el Chan de Lourenzo, una planicie que conserva restos de la minería del volframio y sugerentes peñascos como el Gigante de la Mina, peón de siete metros de altura que bordearemos camino de la cima de A Moa. Para ganarla habrá que dar un rodeo y subir por la cara norte. Aquí llega, tras dos horas de sudores, el momento del selfi, sentados sobre lajas de piedra agujereadas por la lluvia. O la llamada a los amigos describiendo el dominio visual entre la playa de Carnota y Finisterre. Desde la aldea de O Fieiro (en el municipio coruñés de Mazaricos), la excursión resulta más asequible, pero menos impactante.

Por un faro pétreo

Montgó, Xàbia / Dénia (Alicante)

Desde la antigüedad, la referencia para la navegación por el Levante peninsular fue este promontorio que parece emerger del Mediterráneo. El Montgó está declarado parque natural desde 1987 y sus 753 metros de altitud se alcanzan aparcando en el campo de tiro de Dénia. La pista forestal se convierte pronto en una senda pedregosa, estrecha e irregular en zigzag (no hay que tomar atajos). Esperan algo menos de dos horas de ejercicio solo apto para fechas alejadas del verano por la carencia de sombras en el recorrido. El haber optado por la ruta más corta, la número 6, de 550 metros de desnivel, tiene como contrapartida los últimos 800 metros de crestería caliza en la que a ratos hay que trepar ayudándose con las manos. Pero si el porteador de Google pudo hacerlo cargado con la mochila Street View Trekker de 19 kilos, cómo no lo vamos a hacer los demás. No sin esfuerzo, tocamos al fin el vértice geodésico que premia el pundonor con el perfecto óvalo de Valencia, por una banda, y la prolongación montañosa en el cabo de San Antonio y la conurbación de Xàbia, por la otra.

Una luz demasiado alta

Na Pòpia, Andratx (Mallorca)

En la cúspide de la isla de Dragonera, catalogada como parque natural, duermen los restos de Na Pòpia, el faro más alto que hubo en España entre 1851 y 1910, cuando fue apagado al dar entrada en servicio a las luces actuales situadas a proa y popa de la isla balear. Y es que su altura a 355 metros fue su atractivo, y las nieblas, que lo hacían invisible cuando más se necesitaba, su pena de muerte farera. La expedición exige primero, en Sant Elm, tomar la primera barca de Cruceros Margarita; unos 20 minutos de travesía cuando se retome el servicio.

El perfil de la subida, de casi cuatro kilómetros y construida por reclusos republicanos, es continuo porque debía servir para las caballerías. A paso lento se escucha el chasqueo de las lagartijas y el graznido de gaviotas. El faro lo habitaban dos técnicos y un peón, quienes se resguardaban de los rayos en un búnker. Hoy no es más que una desolación escalonada junto a los restos de la torre atalaya, todo cargado de historia. La panorámica, para la que faltan adjetivos, muestra lo escarpado de Dragonera, además de la espectacular costa mallorquina a la altura de La Trapa. Hay que reservar unas tres horas y media, entre ida y vuelta, para completar la excursión.

Con cita previa

Peñón de Ifach, Calpe (Alicante)

El entorno hotelero que bordea este penyal sugiere una excursión acorde con el turismo de masas. Error. Para rayar los 332 metros de este parque natural alicantino se requiere haber cumplido los 18 años, reserva telemática —pues hay un cupo diario de 300 paseantes en la senda de subida—, buen calzado y cierta destreza técnica para superar trepadas con pasamanos debido a la presencia de piedras pulimentadas y abrillantadas como la obsidiana de tanto como se han transitado (se sabe quién ha tocado la cima por el polvo del trasero). Y en estos tiempos se requiere también mascarilla, pues la vereda suele ser muy frecuentada.

Nada hace presagiar, tras salvar un túnel, que nos encontremos en una península casi un kilómetro mar adentro y sin rascacielos a la vista. La belleza calcárea, de una verticalidad casi furiosa, está también en la vegetación mediterránea (con la excepción de encinares); en las gaviotas patiamarillas que apenas molestan en esta época del año; en las vistas del mar, refulgente. Desde el vértice de hormigón, tras dos horas y media de ascenso, obtendremos una panorámica con grandes alicientes: sea el Puig Campana, la sierra de Bernia o la punta de Moraira. Un misticismo que se desbarata al comprobar lo alicatado de la costa alicantina.

Sobrevolando el Delta

La Foradada, Sant Carles de la Ràpita (Tarragona)

La visión sobre el delta del Ebro encuentra su mejor expresión en esta cumbre horadada (de ahí su nombre) de la sierra litoral del Montsià. Un aliciente que fuerza al montañero a salvar un desnivel de 444 metros en no más de una hora y media. En el punto kilométrico 1.172 de la N-340 tomamos la pista al aparcamiento Cocó de Jordi y, ya a pie, se enfila el sendero PR-83 (marcado con señales blancas y amarillas) hasta entroncar con esa autopista senderista del Mediterráneo que es el GR-92 (marcas rojiblancas). A partir de este punto el territorio cambia y presenta su cara más umbrosa; la fuente del Burgar y la masía de Mata-redona serán hitos del camino. La visión sentados dentro de La Foradada, o forat, es poderosa a 684 metros de altitud: a nuestros pies se despliegan los arrozales desecados para la preparación del terreno antes de la inundación primaveral.

Junto a la ría

Monte Serantes, Santurtzi (Bizkaia)

Esta elevación ha elegido plantar su cabeza cónica sobre la orilla izquierda de la ría vasca del Nervión. Sorprende, por tanto, ver cómo se yerguen sus 451 metros sobre un paisaje de impronta urbana e industrial. Quienes vayan en busca de la panorámica de 360 grados que ofrece su picuda cima, de su belleza clara y extática sobre la ría, la bahía del Abra, Getxo, Bilbao, del faro de Gorliz…, no se irán decepcionados. Desde el barrio de Mamariga —la mejor idea es dejar el coche por la calle del Ejército— se tardan 45 minutos en la subida por la pista sinuosa de hormigón, que enseguida se ve rodeada por verdes campas. En la cumbre, junto a las antenas de comunicaciones, hay premio: una mesa de interpretación junto al imponente torreón de cuando las guerras carlistas (1881), rehabilitado y que se enseña en visita guiada gratuita los domingos junto con los restos del fuerte. Este fue construido durante la guerra de Sucesión y reforzado a finales del siglo XIX en previsión de un ataque de la flota estadounidense.

Solo en domingo

Puig Roig, Escorca (Mallorca)

Esta ruta invita a conocer un rincón casi vedado de la sierra de Tramontana. Circunvalando el Puig Roig comprobaremos las formas que adoptan los materiales calcáreos donde la costa derrocha majestuosidad, fuerza y misterio. La finca de Mossa, propiedad de la familia March, solo permite el acceso los domingos, razón por la que a primera hora de la mañana se registre animación en el punto kilométrico 15,300 de la carretera Ma-10.

Primero negociamos sin dificultad el collado dels Ases, dejando a la derecha la torre de Lluc. Más adelante llega lo mejor: el camino se abre a un abismo de gran verticalidad en el que se columbra, 600 metros más abajo, el morro de Sa Vaca, islote que anticipa Sa Calobra (invisible desde este punto). En esta cara del Puig Roig se otean, cerniéndose en lo alto, buitres negros, en tanto la cara opuesta es hábitat de una colonia de buitres leonados empujados a Mallorca por una tempestad. Podremos bajar al cuartel de carabineros —el contrabando era moneda corriente— o gastar zapatilla hasta la balma (vivienda que aprovecha un abrigo rocoso) de Es Cosconar. Una vez en la balma, a unas dos horas y media del coche, quizá sea buena idea volver sobre nuestros pasos, puesto que continuar al monasterio de Lluc exige otras dos horas de marcha, sin contar el tener que gestionar el transporte para recoger el vehículo. Eso sí, nunca es corta una excursión por el Puig Roig y sus suaves desniveles.

Sobre playas salvajes

Cabezo de la Fuente, Cartagena (Murcia)

La ascensión a este cerro cónico del parque regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila es corta —2,2 kilómetros, que se cubren en unos 45 minutos— pero pronunciada. Se toma como punto de partida la Fuente Grande, cerca de Los Belones, por donde pasa la ruta señalizada que rodea el cabezo (la subida a la cumbre carece de señales). Saldremos hacia la izquierda por una vía pecuaria para avanzar luego por la derecha siguiendo los hitos de piedras. Tras los palmitos será el bosque mediterráneo más longevo de la zona el que escolte a los montañeros.

Los horizontes, a la cota máxima de 336 metros, son inabarcables: es imposible sentarse junto al vértice geodésico sin admirar la grandeza del Mar Menor, el faro del cabo de Palos poseyendo la línea del horizonte y el sector oriental de las sierras de Cartagena. También se pierde la vista allí abajo, entre el cabrilleo del mar, por las playas salvajes de Calblanque.

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