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Diez maravillas africanas que hay que ver una vez en la vida

Cada novela es un viaje en sí mismo, pero cuando el escenario se convierte en uno de los protagonistas clave de la historia, como ocurre en La bruma verde, me parece imperativo explicar por qué invito a los lectores a hacer las maletas, meter la ropa necesaria para pasar al menos dos semanas, y embarcarse conmigo en un recorrido de ensueño. Porque el destino que les propongo puede ser uno de los últimos paraísos vírgenes del planeta: la frondosa cuenca del río Congo.

Cualquier historia que se desarrolle en África ha de saborear las esencias de un continente que tiene un efecto seductor tan potente para quien lo pisa por primera vez que cuesta olvidar los impactantes momentos que te hace vivir. A veces es solo culpa del aire, o del color del cielo. Otras, obra de la brisa que embelesa al visitante con sus aromas a sabana, a dulzor verde de la selva cerrada. O puede ser culpa de la sorpresa que produce la contemplación de la fauna local que vive y se mueve al margen del hombre, o del mágico sonido de esos ríos que parecen transportar toda el agua del mundo; aguas que tejen la vida de sus habitantes y vecinos en sus minúsculas aldeas.

Hará algo más de 10 años tuve la oportunidad de pisar selva africana y, sin poder imaginarlo por entonces, aquella experiencia dejó sembrada en mí la necesidad de contar una historia enmarcada en aquel exuberante enclave, y de paso concienciar a los lectores para que entre todos actuemos en bien de uno de los más maravillosos patrimonios de nuestro planeta.

El resultado es una novela que, en sí misma, es un viaje al corazón de una África que se desangra cada día en los cientos de carreteras robadas al bosque, trazadas por empresas que no buscan otra cosa que un beneficio rápido deforestando, quemando y destruyendo un patrimonio milenario, para poner esas tierras en cultivo con las que producir aceite de palma y, en la última década, soja: la reina de las proteínas vegetales, codiciada no solo para su uso animal, ahora también por la creciente dieta vegana.

El lector pisará la selva tropical de la República Democrática del Congo con la insólita compañía de un clan de chimpancés salvajes, con los que recorrerá pantanos, turberas, anidará en los árboles y comerá frutas y sabrosas raíces, además de descubrir el lenguaje con el que se comunican entre ellos y su asombrosa etología. Pero también sobrevolará el río Congo, el más caudaloso de África, en el que la mitología coloca a un ser ancestral, Molnkèle-mbèmbé, una especie de dinosaurio. Visitará el parque nacional de Virunga, 790.000 hectáreas reconocidas como patrimonio mundial de la Unesco y un lugar que podría ser el último paraíso natural en la Tierra, y el de los Volcanes —colindante con Virunga, pero ya en Ruanda—, donde Dian Fossey se entregó a la observación y estudio de los gorilas hasta hallar la muerte en 1985 a manos de unos desalmados furtivos. Incluso haré correr al lector por la ladera sur del volcán Nyiragongo, hoy aún activo, sintiendo sus temblores y percibiendo en el aire un peligroso olor azufrado.

Los viajes son miradas a lo desconocido, sorpresas ante lo inesperado. Eso mismo siente otro de los protagonistas, Colin, un inglés entregado, cooperante y ecologista, cuando su mirada se dirige a otro de los grandes parques nacionales del país, el de Kahuzi-Biega, rico en pantanos y turberas, unas formaciones peligrosas e inquietantes debido a la descomunal cantidad de metano que podría ser liberado a la atmósfera como producto de la fermentación de la inmensa masa de materia vegetal acumulada durante miles de años bajo las aguas de estos humedales; un gas que podría significar un daño fatal para el clima del planeta.

La República Democrática del Congo es también Kinsasa, su capital y la ciudad más cosmopolita, puerta de entrada al país y primera impresión para el visitante. Aunque no será la única ciudad que se recorra a lo largo de estas páginas; también la pequeña Lokutu, en la provincia de Tshopo. Y navegaremos por el lago Kivu, frontera con Ruanda.

¿Les apetece volar en compañía de una inmensa nube de loros grises por el parque nacional de Salonga, distinguiendo en las orillas del río Congo a un grupo de chimpancés llenos de curiosidad? Si se animan, cierren los ojos, despierten su imaginación y escuchen en ese preciso momento Two Steps from Hell, tema incluido en la banda sonora de la película Hombres de honor (2000). Si aceptan la invitación vivirán una gran experiencia. Escribir es viajar. Leer, también. Animo a todos a hacerlo, rumbo al corazón más verde del continente africano.

Gonzalo Giner es veterinario y autor de ‘La bruma verde’, Premio de Novela Fernando Lara 2020 (Planeta).

Tres paradas en tierra de gorilas

Lago de lava del volcán Nyiragongo. Getty
  • Los montes Virunga. Hogar de los últimos gorilas de montaña, este parque nacional de la República Democrática del Congo (RDC) se extiende desde Goma, en la orilla norte del lago Kivu, hasta la cordillera Ruwenzori, con majestuosos volcanes como el Karisimbi o el Nyiragongo, donde borbotea un ardiente lago de lava roja.
  • Ruwenzori. Con picos que se elevan por encima de los 5.000 metros en la frontera entre la RDC y Uganda, sus brumas perpetuas ocultan un mundo de flores gigantes, glaciares negros y fantasmagóricos bosques pluviales.
  • Kahuzi-Biega. A 50 kilómetros al noroeste de Bukavu, este parque nacional abarca una vasta extensión de bosque tropical, hábitat del gorila de las planicies.
  • Una advertencia. El Ministerio de Asuntos Exteriores de España (exteriores.gob.es) advierte: “Debe evitarse todo viaje no esencial a la RDC. A los problemas derivados de la violencia y la inseguridad, se añade la complicada situación sanitaria (ébola y covid)”.

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