¿Cómo fue que las disculpas se volvieron la criptomoneda con la que los poderosos pagan sus errores? No es que antes les costara caro, pero ahora les sale gratis: hacen la pantomima de las disculpas y todo queda olvidado. En abril de 2020, Sebastián Piñera, entonces presidente de Chile, pidió disculpas después de posar sonriente para una foto en la plaza Baquedano, de Santiago, principal escenario de las manifestaciones contra su Gobierno que empezaron en octubre de 2019 y fueron salvajemente reprimidas. En enero de 2018, el Papa pidió disculpas a las víctimas de abusos sexuales en Chile porque, durante su visita a ese país, defendió al obispo Juan Barros, acusado de encubrir a curas abusadores. En junio de 2021, el presidente argentino, Alberto Fernández, pidió disculpas por haber dicho, durante la visita de Pedro Sánchez a la Argentina, que “los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos (…), de Europa”; en agosto volvió a pedirlas por una cena con invitados realizada en su residencia durante la cuarentena de 2020, cuando las reuniones sociales estaban prohibidas. Hace poco, Boris Johnson pidió disculpas por fiestas organizadas en Downing Street durante el confinamiento estricto. ¿Piensa realmente Piñera que su foto fue ofensiva; piensa el Papa que la Iglesia no debe encubrir violadores; piensa el presidente argentino que no tiene prerrogativas; piensa Boris Johnson que esas fiestas fueron un error? No importa. Pedir disculpas —se piden, pero en verdad se imponen— otorga impunidad y tiene una ventaja: invisibiliza a los afectados. ¿Los ciudadanos reclaman reparación, necesitan explicaciones claras? Deben conformarse con lo que hay. Porque, con la buena prensa que tiene el perdón, ¿qué clase de persona sería quien dijera “no perdono”? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se la señalara como impiadosa y se le exigieran disculpas públicas?
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