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Divorcios, millones y cintas ‘porno’: Kris Jenner, la matriarca de las Kardashian que rediseñó la cultura pop del siglo XXI, llega a la jubilación

En 1992 estalló el doble escándalo de Woody Allen: se descubrió que había iniciado una relación con Soon Yi, la hija adoptiva de su pareja, Mia Farrow, y posteriormente ésta le acusó de abusar sexualmente de la hija adoptiva de ambos, Dylan. Pese al tiempo transcurrido, todavía seguimos discutiendo sobre lo que ocurrió. Es más, en los últimos años el tema ha cobrado especial virulencia y relevancia reavivado por el movimiento Me Too y las declaraciones de una Dylan ya adulta. En su libro El síndrome Woody Allen. Por qué Woody Allen ha pasado de ser inocente a culpable en diez años, Edu Galán revisa el caso e intenta explicar por qué se ha convertido en uno de los asuntos más candentes de las luchas culturales de nuestros días.

El resultado es la historia de cómo un drama judicial y familiar de hace casi 30 años acaba retratando algunos de los aspectos más complejos de nuestra sociedad actual. Desde el linchamiento en redes, la revisión del pasado, el personalismo, el sentimentalismo, el victimismo o las luchas identitarias. Hablamos con Edu Galán sobre estas y otras cuestiones que toca su último libro.

Aunque mencionar a Woody Allen en redes sigue siendo garantía de polémica, ¿ha sido cancelado de verdad? Sigue haciendo las películas con libertad, ha publicado sus memorias, concede entrevistas, da conciertos, hace promoción… Él mismo decía en sus memorias que seguía teniendo libertad absoluta y que lo ocurrido no le afectaba a su vida cotidiana. En primer lugar, odio el término “cultura de la cancelación”, me parece muy americano, una neopalabra. Evidentemente en el caso de Woody Allen, a él apenas le ha afectado, pero como explico en el libro, es un caso muy jugoso que me sirve para señalar esta forma de funcionar censora que es la cultura de la cancelación. Woody Allen es una advertencia, pese a que él se declare inmune. En lo material sigue teniendo sus estrenos, su libro ha sido un éxito, pero en lo personal que haya sido exonerado –ni siquiera llegó a ser juzgado– y aun así 30 años después esté aguantando que le llamen pederasta… ¡hostia! Además, justo “pederasta” e “incestuoso”, sabiendo que en esta sociedad los delitos no dependen de su gravedad penal sino de su consideración social… A él parece que se la suda porque es un sociópata absoluto, un ególatra, un marciano, pero es una situación que puede llevar al suicidio o a problemas psicológicos muy graves. Se instala una filosofía en otros creadores que no tienen su estatus o su fama –o la de J. K. Rowling–, a los que esta situación sí puede llegar a destrozar. Ese es el problema, más que Woody Allen pueda o no hacer películas, que en mi opinión, tampoco tienen mayor interés.

El libro se pregunta cómo Woody Allen ha pasado de inocente a culpable en diez años. Le hago la pregunta inversa: ¿por qué el mundo se olvidó de las acusaciones de abuso sexual de Dylan Farrow durante casi 20 años? Existió una cosa maravillosa que fue el derecho al olvido. En un caso traumático de una separación de dos irresponsables, yo me posiciono moralmente diciendo que él es un psicópata y ella no está bien, aunque también le hicieron una cosa muy gorda. Pero fuera de ello, se arregló la custodia en un juzgado con todas las garantías posibles, así que tienen derecho al olvido, a la reinserción y a que el caso sea olvidado. La deriva de un feminismo que es el Me Too supuso un grito de las mujeres de Hollywood, y acabó teniendo todos los pros y los contras de un grito. Nos ha avisado de que ahí había un problema, pero hay que ir mucho más allá. Ese grito ha sido utilizado por la familia Farrow para revivir un caso en el que yo no dudo que ellos se sientan víctimas o crean la versión que proclaman, pero lo que defiendo es que eso es irrelevante.

El escritor Edu Galán, autor de ‘El síndrome Woody Allen. Por qué Woody Allen ha pasado de ser inocente a culpable en diez años’.

Sin embargo, el derecho al olvido también se esgrime en situaciones mucho más complejas, como en el caso de Roman Polanski, con un lío judicial que se arrastra durante décadas. La propia víctima de violación, que entonces tenía 13 años, dice que él es culpable pero que le dejen en paz. ¿El derecho al olvido es un arma a esgrimir solo cuando la persona acusada es inocente o nosotros lo creemos así, o en casos como el de Polanski o Bill Cosby sí hay que volver sobre el pasado y revisar situaciones que no fueron resueltas en su momento? Esto que me planteas está bien visto, por eso el título del libro es El síndrome Woody Allen y no El síndrome Polanski. Apelo al derecho al olvido por referirme a Google, pero en este caso quizás lo que tendría que haber dicho es que, una vez juzgada una cosa, tengas derecho al olvido, que ese señor tiene derecho a seguir su vida. Esto cambia radicalmente en casos como el de Polanski, que ha sido juzgado y ha evitado la acción de la justicia. Esto es otra cosa. Y luego entramos en la parte psicológica, moral, fuera de la justicia, en la que podemos decir que si la víctima le perdona es que la sociedad le debe perdonar, o no, pero esto ya serían disquisiciones morales. Entiendo el argumento del que defiende: “si la víctima le perdona y han pasado 50 años enterremos el tema ya”, pero también el argumento contrario que denuncia que es un señor que evitó la acción de la justicia (por mucho que al proceso podamos ponerle trabas, como se plantea en el documental Roman Polanski: Se busca). El caso es que huyó y ahí no creo que quepa la idea del derecho al olvido; tienes que afrontar las consecuencias lógicas de haber escapado. Y en el caso de Polanski, que te hagan un feo en un acto o que te pases un tiempo metido en tu casa de Suiza frente a pasarte 20 años en una cárcel norteamericana…, me parece que salió ganando.

El libro también trata el eterno debate sobre si se puede separar una obra de su autor. En el caso de Woody Allen es complicado porque su personaje cinematográfico se confunde con el real y está muy basado en sí mismo. Luego está el caso de la última película de Polanski, El oficial y la espía, sobre el caso Dreyfus, en el que un inocente fue acusado y condenado injustamente, algo que es muy difícil no interpretar como una defensa personal. ¿En casos así, cómo separar autor y obra? Sobre lo primero, te diría que yo defiendo lo contrario. En Woody Allen, por lo que yo he estudiado, sus ficciones se deben más a un personaje, pero aceptando la hipótesis contraria, que fuese parte de su vida, da igual porque en el momento en el que lo ruedas con una cámara es ficción. No tiene consecuencias materiales. En una película, si matas a alguien, no muere. Por mucho que se tratase de autoficción, no se puede defender la idea de unir autor y obra. La ficción no depende solo de quién la escribe, depende del contexto, de la forma artística en la que es expresada… Ver las ficciones de Woody Allen como un reflejo de su vida es un error, porque como decía Umberto Eco, si te pones a buscar, lo encuentras. Otra cosa, como ocurre en Polanski, es para qué utiliza esa obra el autor. En las entrevistas él niega que sea un alegato sobre sí mismo, pero te diría que es irrelevante. Lo que trato de hacer entender es que esa película tiene valor fuera de su autor, de hecho, que tiene unos valores que están muy por encima de los de su autor. El Guernica con su valor antifascista, pacifista, a favor de los derechos humanos, tiene más valor que Picasso. Esto es algo que pido al lector, intentar ir más allá, intentar entender las cosas en vez de despacharlas como si el brazo y la cámara fueran lo mismo.

Pide entender y contextualizar, y en el libro expone los efectos de vivir aislados en una burbuja o de las cámaras de eco, la endogamia que crean las redes sociales en las que solo acabas leyendo aquello que corrobora lo que ya piensas. ¿El público de este libro no será también solo el que piensa que Woody Allen es inocente, cuando resultaría una lectura más estimulante para los que piensan que es culpable? Pues peor para unos y peor para otros. Si este libro lo lees pensando que Woody Allen es culpable judicialmente, estás equivocado. Si lo lees pensando que es inocente –no judicialmente, que no llegó ni a haber juicio, sino moralmente–, que es un hombre oprimido y que en su vida pasó esto porque las mujeres sois muy malas, estás equivocado también. Me encantaría que cada lector pudiese hacer lo que Woody Allen en Annie Hall: que si alguien dice “no lo leo porque creo que Woody Allen es tal”, alguien dijese, “espera, que tengo aquí al autor”, y sacarme para explicar que ni lo uno ni lo otro.

Woody Allen (con Elena Anaya al fondo) durante una rueda de prensa en San Sebastián en julio de 2019 para anunciar el rodaje de ‘Rifkin’s Festival’, que se estrena en España hoy. Getty Images

Menciona que el Me Too no busca tanto producir cambios estructurales en el sistema sino encontrar culpables sobre los que descargar una reacción emotiva personal. ¿Está haciéndole el juego de esta forma al neoliberalismo y a una forma de entender nuestra sociedad desde la óptica estrictamente capitalista? No creo que le haga el juego al neoliberalismo de la misma manera que no creo que un habitante de Toledo del siglo XV le haga el juego al imperio español. No todos somos cómplices del neoliberalismo, es que estamos inmersos en un sistema neoliberal, emotivo y de centralidad del yo. Esas dinámicas sociales corroen determinadas manifestaciones de ciertos activismos, pero también de la política, la judicatura, los sindicatos… Pero tú no eres cómplice, el mundo no está a tus pies, tú estás a merced del mundo. Y ya que esto es así, que no nos den gato por liebre: celebremos que las películas sean cada vez más diversas y está muy bien que en Star Wars haya negros, pero que no se nos olvide que el 70% de los presos en las cárceles en Estados Unidos son negros, que no hay sanidad pública… que no nos calme el alma una palabrita como a mi abuela le calmaba el alma dar una limosna cada Navidad. Por llamar “gente con habilidades especiales” a un discapacitado no se nos puede cambiar el alma, habría que exigir más a nuestro Estado, a nuestros políticos… ¡y no tendríamos que votar a Vox!

Justo sobre los sindicatos, menciona el caso de los trabajadores de Hachette [la editorial que iba a publicar en primer lugar las memorias de Woody Allen en Estados Unidos, y que tras una protesta de sus empleados renunció a hacerlo] que se pusieron a organizar un boicot al libro de Woody Allen en vez de exigir mejoras económicas o reivindicar sus derechos laborales. ¿No son compatibles ambas reivindicaciones? Parto de que yo publicaría cualquier libro. La autobiografía de Videla, que es un cerdo y no creo que exista, yo la publicaría igual. En el caso de Hachette, me he ido a la hemeroteca, a buscar datos. Busco artículos de la izquierda liberal norteamericana –que es el horror– y solo encuentro placebos. ¿Hasta qué punto nos controla este sistema, sobre todo en Estados Unidos, hasta qué punto nos modela la sentimentalidad del yo, que los trabajadores de una editorial salen a la calle para protestar por la publicación de un libro y no por sus condiciones laborales que son aberrantes, empezando por el seguro médico? Es cuestión de prioridades, no digo que sean incompatibles, pero las luchas sociales en Estados Unidos están de capa caída o han desaparecido y, en cambio, cosas accesorias como que Woody Allen publique su autobiografía se protestan con una energía que me parece desproporcionada. Es una consecuencia lógica del sistema que te repite que tú eres el centro del universo y que lo que importa es tu emocionalidad, y tus derechos pasan a segundo plano porque lo que importa es estar cómodo. El sistema trata de rodearte de algodones y que no veas repugnantes tus derechos laborales o tu nómina y sí veas repugnante a un señor por valores que, aunque fueran ciertos, deberían ser la última de las preocupaciones de un trabajador.

En una parte del libro habla del paternalismo hacia los estudiantes universitarios que piden, por ejemplo, la construcción de “espacios seguros”. Menciona iniciativas que es fácil percibir como ridículas, como el uso de perros de compañía para aliviar el estrés de la vida universitaria, pero no se habla de que otro propósito de los espacios seguros es disminuir el alto número de violaciones en los campus universitarios. ¿El poner el ojo sobre la infantilización del mundo universitario y las microagresiones opaca la existencia de grandes agresiones?  Lo de las violaciones en los campus es un problema muy grave de seguridad. Eso son víctimas reales, hay un problema por ser mujer agravado, porque la violencia de género existe, pero eso poco tiene que ver con el concepto de “espacio seguro” que sirve solo para proteger al estudiante no de acciones materiales, sino para proteger su psique de la existencia de realidades violentas. Creo que el foco se pone en la comodidad del alumno en vez de ayudarles a afrontar la realidad. Se cambia esto por la estructura de mercado, queda vetada la palabra “no”, y es más fácil crear un espacio seguro donde se junten víctimas reales con gente que quiere ser protegida del horror que es el mundo. Creo que la victimización de la sociedad actual va a favor de las multinacionales que despachan a la población –ahora mismo las universidades, sobre todo las norteamericanas, están controladas por fondos de inversión y va en contra de las víctimas reales que son hacinadas con otra gente que “se siente mal” porque va a ver al día siguiente una escena de una matanza de Somalia. Pero esto es otro problema, y como ves en el libro, no tengo claro la solución. Lo que sí tengo claro es que el modelo actual económico crea este cambio de prioridades regido por el mercado, y nos incluyo como partícipes a nosotros, a los medios.

Tiempos más felices: retrato familiar de Mia Farrow, Woody Allen y sus hijos Satchel y Dylan. Getty Images

Cuando habla de esta sobreprotección, ¿incluiría en esta corriente casos como el de la advertencia previa que ha puesto el servicio HBO Max a Lo que el viento se llevó? Me molesta mucho y a la vez no me molesta mucho. Recuerdo aquella época en la que encontrar información sobre las obras de ficción era arduo, así que me parece un fracaso social tener que avisar y contextualizar las cosas cuando todos somos mayores para entrar en Internet y no necesitar un aviso previo. El respeto es dar por supuesto que el otro sabe como mínimo las mismas cosas que tú; tratarlo como un niño o como un loco no es respetarlo. Estas contextualizaciones dan paso a contextualizarlo todo. Sobre todo, lo que me molesta es que estén dentro de la obra de arte, que tú te las encuentres quieras o no. Pero por otro lado, tampoco me molestan mucho porque igual suponen un primer paso para que el espectador se informe –espero– sobre el cine de los años treinta, el racismo en el cine de esa época, sobre la novela…

A veces pensamos que la educación básica nos ha dado herramientas para interpretar estas cosas, pero la realidad es que gran parte de la población accede al conocimiento de ciertas épocas y realidades a través de obras de ficción. Ya, ¿pero en qué momento dejamos esa evaluación en manos de HBO Max? ¿Por qué no lo decide la propia sociedad, como ocurre con la memoria histórica, pese a lo que cuesta y costará que se acepte? Es lo que me enerva, no tanto que exista el aviso, sino que se decida en base a un momento emocional, y que encima lo haga una multinacional.

Otro de los temas que toca en el libro es el enfrentamiento entre las luchas sociales con la libertad creativa. ¿Cree que las nuevas normas de elegibilidad para las películas de los Oscar merman la libertad de los creadores? Leyéndolas, parece que todo entra, y no es una norma para producir tu película, es para que se pueda elegir para los Oscar, pero es muy ingenuo pensar que para la creación de determinadas películas el Oscar no influye. A mí toda norma sobre la libertad artística, de entrada, me molesta, y en el caso de los Oscar, todavía más. Ya que el Valle de los Caídos ha dejado de ser mi objetivo militar, mis siguientes objetivos son Silicon Valley y el teatro donde se celebran los Oscar. Si alguna dictadura asiática tiene un arma atómica dispuesta hacia allí, yo aprieto el botón (risas). Es absolutamente hipócrita, como lo que hablábamos de Hachette, celebrar estas medidas como un gran avance no sé para quién, cuando levantando mínimamente la cabeza vemos en qué estado están los derechos en Estados Unidos. Me alegra por las pocas personas individuales que serán beneficiadas por la norma, pero mi alegría es mínima, es como encontrar una flor en Mad Max; es, como dicen Ojete Calor, “qué bien tan mal”.

En el libro profundiza en el concepto de marketing narrativo: cómo se busca que las historias sean un relato, tengan lógica interna, buenos y malos y, a poder ser, moraleja. En la historia de Woody Allen, Soon Yi, Dylan y Mia Farrow, ¿qué nos queda tras examinar de cerca lo que ocurrió, existe ahí una moraleja? Hostia, la moraleja sería que si tienes una familia tengas cuidado de no hacer daño a los niños. No sé si esa es la moraleja, yo siempre las he odiado, pero veo esto como la historia del derrumbe de una familia en manos de dos irresponsables absolutos. Dos marcianos que vivían en sus mundos y en el fondo son un poco el reflejo de lo que te quiere hacer la sociedad de mercado, pero ellos podían porque eran millonarios. Una está obsesionada por adoptar niños y el otro está obsesionado por sí mismo. No sé si ahora que Woody Allen se ha hecho mayor ha cambiado, pero en la época que he estudiado yo, solo se importaba a sí mismo. Y claro, yo creo que te deben importar los demás y especialmente que los hijos, sobre todo si son menores, deben ser el centro. Lo resumiría como la historia de un derrumbe, una tragedia de la que han salido adultos con una relación muy compleja y rara con el mundo. La socialización de los niños es enseñarles con sus cosas malas y buenas a funcionar en el mundo que les ha tocado vivir, en su caso en la sociedad neoyorkina de clase alta. Estos niños, por incomparecencia de sus padres, han crecido disfuncionales, no son capaces de funcionar, cada uno con sus cosas, Ronan, Soon Yi, ya no digamos Dylan, los que se suicidaron, Lark que murió… Al montar el libro, la sensación que yo tenía era descorazonadora. A pesar de que estoy en contra de la empatía, contemplar a esa familia, ver lo que vivieron esos niños entre 1992 y 1994, no se lo deseas ni a tu peor enemigo.

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