Los suburbios de Lisboa producen su propio sonido. Si en el pasado el fado narraba los sinsabores de una clase obrera portuaria, hoy la música electrónica celebra la vida y la muerte en la periferia metropolitana, cinco veces más poblada que el centro de la ciudad. Durante la última década, los bloques de protección oficial de Quinta do Mocho, Jamaica o Bairro da Torre han sido testigos del nacimiento de un nuevo sonido que filtra el legado de la diáspora africana a través de la mesa de mezclas. El funaná, la kizomba, la tarranchinha y otros ritmos procedentes de las antiguas colonias portuguesas se encuentran con el kuduro, un house tribal llamado a calentar las pistas de baile desde los noventa. El resultado es un complejo trenzado de procedencias que ha salido del barrio gracias al sello Príncipe. Su embajador es Rogério Brandão, alias Dj Nigga Fox (31 años), que clausuró este domingo el ciclo estival de La Terraza Magnética, en La Casa Encendida de Madrid.
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De la treintena de productores que Príncipe tiene en su nómina, Brandão es el que ha actuado con mayor frecuencia en los lugares santos de la comunidad electrónica. Centros de peregrinación como Berghain, la catedral berlinesa del techno, o el festival Unsound de Cracovia, escuela de formación de cuadros para el partido internacional de la fiesta. “La música me ha salvado, puedo vivir de ella, todo un privilegio en el lugar del que vengo”, relataba el productor después del concierto, metro noventa y largas rastas que recoge con una coleta. Nacido en Angola, se refugió en Lisboa a los cuatro años, huyendo de una guerra fría que azotaba al país desde hacía tres décadas. Vivió en casa de sus tíos hasta los 11, cuando su padre, albañil y su madre, limpiadora, lograron reunir ahorros suficientes como para mantenerlos a él y a su hermano mayor. Los cuatro se establecieron en Lumiar, donde los casetes de rap y música de baile circulaban a la par que la coca.
Entonces, los contornos de Lisboa ya estaban muy alejados del ideal urbano que se presenta en las guías turísticas. Una desigualdad que se ceba con los negros y que ha quedado aún más al descubierto debido a la pandemia, según cuenta Brandão: “El Estado nos ha abandonado”. El ajuste de cuentas global con respecto a la raza —espoleado por un lema: ”Las vidas negras importan” (Black Lives Matter)— ha reconciliado a muchos jóvenes portugueses con sus raíces africanas, que a veces se remontan al incómodo pasado esclavista, otorgando a la música de Príncipe mayor popularidad. Los artistas del sello se dan cita una vez al mes en la discoteca lisboeta Musicbox, donde presentan nuevos fichajes, algunos de ellos acaban de cumplir 18 años. “No hay competición entre nosotros, sino hermandad, da igual la edad. Somos como una gran familia que nació para respaldar a los que no tienen cómo despegar”, declara Brandão.
Sus apodos artísticos reflejan esos fuertes lazos a través de sufijos compartidos, como fox, zorro en inglés. El primero que echó mano de ello fue Marlon Silva, conocido como Dj Marfox y nacido en la isla de Santo Tomé. Fundador del sello Príncipe, se ha convertido en un ídolo para quienes hallaron en la música una salida de emergencia. Junto a dos amigos, Silva recopiló en 2005 Djs do Ghetto, 37 canciones de afirmación colectiva que establecieron las bases de un nuevo sonido afrodescendiente en Lisboa. Brandão se dio de bruces en internet con aquel “milagro musical”, como lo define hoy, y se lanzó a probar suerte a los mandos del Fruity Loops, un editor de audio por ordenador. Así mezcló sus primeras batucadas con pistas de electrónica alemana y la acaramelada voz del congoleño Pepe Kalé. Bucles hipnóticos que podían conectar con el público de cualquier parte del mundo.
Comprobó tal éxito desde las cabinas de Londres, Los Ángeles o Ámsterdam, donde presentó su primer disco en 2010. Nunca antes había salido de Portugal, ni siquiera para visitar a la familia que se quedó en su país natal. Y aunque ahora pase la mayor parte del tiempo yendo y viniendo del aeropuerto, aún recuerda su primer vuelo, aquel que tomó en Luanda, la capital angoleña, para no volver jamás. La música ha sido su pasaporte hacia un periplo que parecía improbable para alguien con las cartas de la vida marcadas. “Da igual que seas blanco o negro, mayor o pequeño, nuestro sonido te hará reaccionar”, promete. Sus sesiones como pinchadiscos comienzan con reconocibles ritmos de los pueblos originarios, tambores y maracas que dan paso al golpe seco del bombo según se incrementan las revoluciones por minuto. Una técnica inmersiva que culmina en los últimos minutos, cuando Brandão consagra la pista a la agresividad del techno. Y tras eso, el silencio.
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