Rafael Nadal derrotó por 6-4, 4-6 y 6-2 (en 2h 04m) a Stefanos Tsitsipas y se clasificó para las semifinales de la Copa de Maestros, en las que se medirá el sábado al ruso Daniil Medvedev. El número dos del mundo, de 34 años, se impuso al griego en un tenso partido y certificó su pase a la penúltima ronda del torneo por sexta vez en su carrera. No lo hacía desde 2015, cuando fue eliminado por Novak Djokovic. Cabe recordar que el serbio, al frente del listado mundial, afrontará este viernes un duelo a cara o cruz con el alemán Alexander Zverev.
En el grupo de Nadal, el austriaco Thiem ya tenía un billete para las semifinales, por lo que no le afectó la derrota contra Andrey Rublev, ya eliminado (6-2 y 7-5) y que en su estreno maestro se llevó el consuelo de su primera victoria. Mientras tanto, en el otro bloque el argentino Diego Schwartzman, con dos derrotas, ya no tiene ningún tipo de opción de continuar y sellará este viernes la jornada contra Medvedev en un encuentro que, no obstante, aportará 200 puntos y 153.000 dólares (unos 130.000 euros) al vencedor. No es poca cosa.
En este Masters tan abierto, la noche ofrecía una final porque el duelo era a cara o cruz, circunstancia que no le hizo temblar a Tsitsipas. El griego, tenista singular, delicioso a ratos pero con relativa tendencia a la dispersión, propuso lo que adelantaba el día previo: guerra desde el principio. Salió fuerte y embistió en cuanto pudo. Se le fue el primer peloteo el pasillo, pero la muñeca le entró rápido en calor y entró un par de veces con la derecha hasta la cocina, antes de cerrar su puesta de largo en la velada con una dejada que, al fin y al cabo, suponía toda una declaración de intenciones.
Nadal, siempre jerárquico, frunció el ceño y le llamó al orden de inmediato. Se apuntó su primer turno de servicio en blanco y dibujó una virguería para dejarle claro al chico que si tenía ganas de marcha a él tampoco le iban a faltar. Sin embargo, Tsitsipas siguió erre que erre, contestón, firme con el saque y metiendo la sexta marcha cada vez que le tocaba servir, con ganas de que todo transcurriera muy rápido para que Nadal, de buen coco, no tuviera demasiado tiempo para pensar. Otra cosa, y esto no es nuevo, era su actitud al resto.
Un griego grácil y sin miedos
Entre los jóvenes que aspiran a meter los codos de verdad entre la burguesía del circuito, el griego es el más bravucón, en el buen sentido de la palabra, y también el más osado. Si tiene que enseñar el puño, lo enseña; si tiene que tirar una mirada retadora, la tira; si tiene que hacerle saber al rival que ha hecho un buen punto con un grito sonoro, como más de uno que se escuchó anoche en el O2, lo hace; y si tiene que disfrazarse de Shapovalov y dibujar un golpe de revés en suspensión cuando Nadal le aprieta y el agua le llega al cuello, se disfraza. Tsitsipas, grácil como pocos, juega sin temores.
Ocurre que este repertorio de atrevimientos no termina de gustarle a tipos tan jerárquicos como Nadal, al que le va el orden y no ve con buenos ojos las estridencias. Si Tsitsipas le abordó a todo gas, el balear también planteó un pulso a cara de perro y atacó sin miramientos. Despidiendo efectos con el drive y explorando ángulos vírgenes en la pista de Londres con el revés, cimentó la estrategia sobre el servicio porque el cetro maestro, este tipo de torneos a cubierto, pasan por ahí. Sacar bien, y luego ya veremos. Pero de entrada, lucir el fusil. Y se aplicó: entregó solo dos puntos con los primeros en el set inicial.
Se nota que está físicamente fino, y poco a poco fue estrechando el cerco sobre el griego. Este se libró de un 15-40 en el séptimo juego, pero Nadal le golpeó al noveno desde el resto, donde duele, cuando no suele haber marcha atrás. Doble falta y break. Concretó el mallorquín a continuación y cerró el primer parcial desplegando las alas: aquí me tienes, aquí estoy. Vas a necesitar algo más, con las intenciones no es suficiente. Pero lo de Tsitsipas no era un farol. No se achantó ni cedió ante la maquinaria pesada de Nadal, devastador en los números.
Del control al desgobierno
Hasta bien prolongado el segundo set, el español tan solo había cometido cuatro fallos. Cuatro. Sin embargo, cuando tenía todo aparentemente bajo control, se desenfocó unos pocos minutos y cometió una doble falta que niveló el partido. Si hasta entonces la gráfica ofrecía una línea recta, con los picos mínimos de las dos roturas, a partir de ahí llegó el desgobierno. No se lo perdía Thiem desde la grada, apurando una barrita energética, ni tampoco Schwartzman, que con el curso finiquitado le daba con gusto a las nueces. La historia invitaba a las palomitas, desde luego. Nadal mascaba minuciosamente el dátil. Y llegó la traca final.
De una bofetada a otra, el de Manacor (32 ganadores y 13 errores al final) casi siempre da una más. Rompió de entrada, digirió bien la respuesta y percutió otra vez. Ya no había remedio para Tsitsipas, fundido en ese umbral que no admite bajar un ápice la guardia. El defensor del título acusó el sobreesfuerzo y emocionalmente se descomprimió. Terminó viniéndose abajo, rendido a la infernal resistencia a la que exige Nadal, y el campeón de 20 grandes atrapó felizmente las semifinales lanzando todo un aviso: sí, este año va a por todas. Con todas las de la ley.
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