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Dollar Selmouni: la historia de un caso perdido que resucitó como talento de la música española

Esta historia comienza en la cárcel. En la de Soto del Real, Madrid. Allí nació hace 24 años Jamel Selmouni Guerrero mientras su madre cumplía una condena por tráfico de drogas. La narración visitará un centro de menores mallorquín, donde este chico de adolescencia conflictiva pasó tres años. También pasaremos por Argelia, por poblados degradados, por trapicheos en Magaluf… Pero ahora estamos en una estrechísima (apenas metro y medio) y larga callejuela en un barrio humilde de Palma, donde no llegan los relajados lujos de los turistas que acuden masivamente a la isla. Aunque tampoco falta de nada. “¿Quieres una cerveza? ¿No? ¿Agua, algo de comer?… ¿Te apetece un porrito?”, le ofrecen al periodista antes de la entrevista. Lo llaman el Callejón (un nombre básicamente descriptivo: si te cruzas con alguien debes ponerte de perfil para no chocar) y se encuentra en la calle Vivero, donde reside Selmouni. Aquí, entre las estrecheces de cemento de este pasadizo, fuma, escucha música, coleguea y pasa buena parte de su tiempo un joven cuya vida estaba condenada, un caso perdido que ha logrado enderezarse y camina firme para convertirse en una estrella de la música española y quizá de la interpretación.

La madre de Dollar Selmouni (su nombre artístico) murió hace cinco años “por cuestiones de drogas” después de pasar dos décadas en diferentes penitenciarías, la última en Mallorca. No pudo comprobar el talento de su hijo, cuya carrera arrancó hace cuatro años. “Cuando hablé con compañeras suyas de la cárcel me dijeron que ella se refería a mí como ‘el que canta”, relata el músico, todo vestido de ropa deportiva blanca, con cadena de oro al cuello y varios anillos también dorados. Ella, la madre, tenía sangre gitana; su padre es un argelino que llegó a Mallorca con 18 años y un objetivo en la cabeza: triunfar como futbolista. “Pero me lesioné. Y ahora mírame”, se ríe el padre ante la evidencia de su sobrepeso. Le llaman Samba, como el local especializado en comida kebab que regenta en Palma. A pesar de llevar más de 30 años en la isla (tiene 52) no habla bien castellano. Lo advierte él mismo. Baleares ostenta una de las tasas de inmigración más altas de España. Muchos provienen de la Unión Europea, clases acomodadas que acaban comprando una residencia en las islas. Pero también acuden africanos (sobre todo marroquíes), búlgaros o rumanos, que se ganan la vida en el sector de la construcción y servicios.

El artista con el productor Kvinz en el Callejón, en la calle Vivero, Palma de Mallorca. FRANCISCO UBILLA

A Samba, el restaurante, llegan muchos chavales isleños a buscar la foto con el ídolo local. Saben que Dollar trabajó de camarero en el establecimiento de su padre, pero lo dejó hace tiempo. Publicó en 2019 un disco llamado Los niños, el principio de todo. Después llegó la película de Daniel Calparsoro Hasta el cielo (2020), la serie Ídolo (próximamente en Netflix), ahora rodará Centauro (de nuevo con Calparsoro) y editará a finales de septiembre su segundo disco, Dollar Selmouni, donde incluye una sorprendente versión de El sitio de mi recreo, el clásico de Antonio Vega. Pero el joven no mira al añejo pop español. Es un artista de este tiempo. Su música es tan de la calle como del universo digital: se consume en estos dos terrenos, tan aparentemente distantes. Una mezcla de soul, hip hop, electrónica, latinismo… ¿Qué hace distinto a Dollar del resto de artistas españoles de la llamada música urbana? Su personal voz, que no utiliza autotune (un procesador de voz muy presente en el pop actual), que huye del lenguaje soez (también habitual en el género), que aporta un pellizco flamenco y, sobre todo, que tiene una historia que contar, la suya, y la entona desde la verdad de haberla sufrido.

En una de sus canciones, Duele, Dollar canta sobre los escombros de lo que ha sido su vida: “Y si tú sabes lo que es llorar. / Y si tú sabes lo que es sentir. / Si has estado encerrado. / Has perdido algo cercano por la droga muy cerca de ti”.

Al principio del encuentro, el músico se precipita con esta declaración: “Soy buen tío, ¿eh? No busco peleas, porque todo acaba mal. Evito los problemas. Y la música es una válvula de escape que me ha hecho crecer como persona, madurar como hombre y entrar en una sociedad donde no estaba. Ahora, gracias a la música, estoy integrado en la sociedad. Pago impuestos y todas estas cosas. ¿Me entiendes?”.

Selmouni pasó en un centro de acogida mallorquín sus primeros años. Apenas convivió con su madre. Luego se instaló con su padre y la nueva pareja de este. Pronto dejó el colegio y comenzó a frecuentar las calles de Palma. Trastadas, trapicheos, algunas cosas más serias… De los 14 a los 16 se acostumbró a las impersonales habitaciones de un centro de menores. “He estado mucho tiempo encerrado por malo y conflictivo. Cuando uno no se está quieto y no estudia, pues hace esas cosas… Era un demonio. Faltaba al respeto a los educadores y hacía muchas gamberradas. Ingresé como el más pequeño del centro, un niño hiperactivo que no había encontrado lo que le podía tranquilizar. No había encontrado mi sitio”.

Su padre le envió con 16 años a Argelia con unos familiares para evitar otra temporada en el centro de menores. “Estuve un año con mi abuela. Lo pasé fatal. Aquello no es Marruecos, que al menos hay turistas. No lo quiero ni recordar”, apunta. De vuelta a casa, cuando cumplió 18 solo tenía un camino: instalarse con parte de su familia materna en El Hoyo, un poblado chabolista, el mayor supermercado de la droga de Palma. Pero su pasión por la música le salvó. Una moneda de 50 céntimos le permitía media hora de conexión a internet en “un cíber”. Michael Jackson, Whitney Houston, Camarón, Parrita, Pitingo… Ese era parte de su menú. Y comenzó a hacer sus “cosillas” con la música.

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El productor musical mallorquín Kvinz, 29 años, supone una pieza clave en el proyecto de Dollar. Los dos grabaron Los niños en una pequeña habitación del piso mallorquín del productor. Con un micrófono de 80 euros. “Yo hacía electrónica. Nunca había escuchado mucho hip hop ni música urbana. Pero cuando empezó a cantar Dollar pensé: ‘Madre mía’. Es de una gran pureza. Su estilo es personalísimo, no se puede comparar a nadie. Y versátil: soul, hip hop, reguetón…”.

Igual de sorprendido se quedó Calparsoro cuando buscaba para el reparto de Hasta el cielo (año 2020) a chicos callejeros sin experiencia en la interpretación. “Hicimos un casting y enseguida comprobé su talento natural para la interpretación. Luego descubrí su música, que me impresionó. Cuenta cosas duras con profundidad y a la vez belleza. Una dureza cantada muy suave. No lo había visto antes”, comenta el cineasta por teléfono.

Con sus canciones sumando escuchas en las plataformas (Chacho acaba de superar los 12 millones en Spotify) llegó la oferta de una multinacional. Ejerció de intermediario Jan Peris, su manager. “Después de cuatro años juntos aún me sorprende el sentimiento que desprende al crear o interpretar y me encanta ver la cara de sorpresa cuando alguien lo descubre por primera vez”, señala Peris, que reconoce que el reto del día a día “es domar a un alma libre”.

Detalle de las zapatillas de Dollar Selmouni, con la imagen de uno de sus ‘raperos’ predilectos, Notorious B.I.G.FRANCISCO UBILLA

Lo comprobó el día de la firma con Warner. Acompañó a Dollar, que entró en el despacho donde le esperaban dos ejecutivos de la multinacional. Después de unos tibios saludos, soltó: “Lo primero que quiero deciros es que sois unos ladrones”. “Los de Warner se miraron entre ellos y soltaron una carcajada”, cuenta el manager. Dollar se encendió un porro, se relajó el ambiente y se firmó el contrato. El resultado es el segundo disco, Dollar Selmouni, ya grabado en un estudio profesional, con presupuesto, la intervención de músicos de calidad… Y la infraestructura de una compañía potente para lanzar al artista.

Hace unos meses Dollar pasó por el programa de entrevistas La Resistencia: tomó el control desde el primer minuto con naturalidad y simpatía. David Broncano, el presentador, lo único que pudo hacer fue dejarse llevar. Hace unos cinco años le preguntaron en una entrevista a C. Tangana, que por esa época solo era conocido en el ámbito hiphopero, con quién le gustaría colaborar. Dijo que con una chica llamada Rosalía (que aún no había grabado) y con Dollar Selmouni. Él se ríe al recodarlo: “Con Rosalía sí colaboró; de mí se ha olvidado”. Lo que sí ha hecho es cantar con Mala Rodríguez en la pieza estrella de la película Hasta el cielo. También ha actuado en festivales ante miles de personas como Madrid Salvaje o Viñarock, junto a su “brother” mallorquín FernandoCosta.

“Transparencia, humildad, respeto”, no para de decir el cantante sobre sus cualidades. Una vecina avanza por el Callejón. Dollar se tiene que apartar para que pueda pasar. A la señora, que lleva una bolsa de la compra y cojea levemente, le informan de que el músico está haciendo una entrevista y dice: “Buen chico, buen chico. Ponen la música muy alta, pero nunca en horas de descanso”. “Gracias, reina”, responde con desparpajo el cantante.

Los anillos, el collar y uña pintada con el signo del dolar.FRANCISCO UBILLA

Desde que nos hemos encontrado, hace unas tres horas, no ha sacado el teléfono móvil. Dice que no se hizo con uno hasta que cumplió 20 años. Tampoco tiene ordenador. Ahora suena su móvil. Es su hermano Gabriel, 36 años, que también reside en Palma. Después de un saludo cordial, Dollar le propone una visita a su barrio “con los periodistas”. Se concluye que no procede. “Es una zona peligrosa. Mucha gente mala”, apunta el músico. En la canción Maldito dinero, Dollar entona: “Cuando me llamó mi hermano que le iban a meter preso, no supe ni qué decirle, no pude tratar con eso./ Ya dejó de ser un juego cuando en todo entró el primero./ El único culpable fue el dinero”.

El padre de Dollar vive con su nueva compañera desde hace años. Mari Carmen se llama y se crio en Palma. La pareja tiene tres hijas, hermanas por tanto del músico. A Mari Carmen, de 53 años, le gusta el tecno, “pero también Whitney Houston o Michael Jackson”, música que se escuchaba en casa mientras Dollar crecía. “Me ha dado algún disgustillo, pero siempre con buen corazón. Desde hace unos años está centrado en la música. Y mucho mejor”, señala Mari Carmen, que ha ejercido de tutora del músico ante la ausencia de la madre natural.

Aparece por el Callejón su amigo Adrián, un chico de 23 años que trabaja de asistente social con personas mayores. “Tiene un don para la música y unas letras auténticas. Lo ha pasado muy mal: ha estado muchos años encerrado”, afirma sobre su colega. Los dos relatan que hace unas semanas acudió la policía al Callejón. Cerraron la calle y comenzaron a cachear y a pedir la identificación a algunos. Dollar asegura que forcejearon con él sin razón. “En el libro de familia consta que nací en Soto del Real, en la cárcel. Pero en mi DNI pone que nací en Argelia. Fue un error de mi padre cuando fue a hacerlo. Como no hablaba español ni sabía escribir bien no lo supo explicar y acabaron equivocándose. Yo creo que cuando cierta gente ve el lugar de nacimiento me trata de forma más severa. Sí, seguramente tiene que ver con el racismo. Yo me siento orgulloso de mi sangre argelina, pero para evitar problemas de este tipo es posible que arregle lo del carnet de identidad”.

Dollar Selmouni actuando el seis de junio pasado en Barcelona. / CARLOS PEGGO

La droga dura es un asunto tabú en el círculo de Dollar, por la degradación que ha producido en la parte materna de su familia. “A mí no me interesa, pero si fuera así ni la tocaría por respeto a él”, afirma su amigo Adrián sobre las sustancias. El músico tampoco prueba el alcohol. Bebe agua, refrescos… Eso sí, el hachís forma parte de su día a día. Se fuma varios porros durante la jornada que pasamos con él. “Lo necesito para tranquilizarme. Es que soy hiperactivo”, desliza.

Con el primer dinero que ha ganado se está haciendo una casa al lado de su familia y pegada al Callejón. Allí vivirá con su pareja, una chica mallorquina. Porque no quiere dejar el barrio, aunque ya le han propuesto trasladarse a Madrid o Barcelona, lugares más idóneos para su proyección artística. Mientras se relaja comiendo un kebab en el bar de su padre cuenta que Kiko Rivera (que, recordemos, trabaja de dj) le envió hace unas semanas un mensaje privado en una red social. “Quiere colaborar conmigo”. ¿Lo hará? “No es mi rollo”. Y sonríe antes de hincarle el diente a la ternera marinada.

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