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Dos operaciones en una para aniquilar un cáncer de recto

Bajo un manto de luces y aparataje quirúrgico, un enjambre de enfermeras, auxiliares y médicos se apelotona alrededor de una paciente que yace, ya anestesiada, sobre la camilla del último quirófano del pasillo de cirugía del Hospital Clínic de Barcelona. Apenas pasan unos minutos de las 9 de la mañana cuando el doctor Antonio de Lacy, jefe de cirugía gastrointestinal del centro, toma asiento a los pies de la paciente e introduce los brazos laparoscópicos en el ano de la enferma para ascender por el recto en busca de células cancerígenas invisibles al ojo humano. A su lado, otro equipo quirúrgico hace lo propio a través del abdomen. A la paciente le habían sacado un pólipo nocivo de la última parte del intestino grueso y toca extirpar el recto y sus ganglios para eliminar cualquier célula maligna latente. Por delante, poco más de dos horas de intervención donde dos equipos de cirujanos trabajan a la vez desde dos frentes diferentes para atajar, de forma precoz, un cáncer en ciernes. La técnica, de nombre Cecil y desarrollada por el propio Lacy, facilita una mejor resección de la zona afectada, reduce el riesgo de reaparición del tumor y evita colocar la bolsa de heces permanente al paciente.

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Lo de llamarle Cecil, explica Lacy, es un homenaje al icónico león abatido y rematado por un dentista estadounidense en una caza furtiva en Zimbabue en 2015. El cazador y sus ayudantes lo mataron por dos frentes: primero lo hirieron con una flecha y luego le asestaron un tiro. Lacy le dedica ahora este abordaje terapéutico que, también atacando a dos bandas, permite atajar dolencias intestinales, como el cáncer de recto, con un mejor resultado terapéutico. “Este es un abordaje en dos campos que te permite tener una mejor visión del final del tumor, sobre todo en pacientes varones obesos con próstata grande, que tienen la pelvis más estrecha, como un embudo: esta técnica te permite ver y abordar el tumor mejor”, explica el cirujano. El centro ya ha intervenido a más de medio millar de pacientes de esta forma.

El abordaje Cecil son dos operaciones a la vez. Por un lado, uno de los equipos quirúrgicos abre unas incisiones en el abdomen para introducir los brazos mecánicos con el utillaje quirúrgico y una cámara y comienza a extirpar el tejido de alrededor del intestino donde hay ganglios que pueden estar afectados por las células malignas. A su vez, otros cirujanos ascienden al recto por el ano para extirpar también esta parte baja del intestino y todo el tejido que lo envuelve, que es el peritoneo con los ganglios que pueden estar afectados. Cuando terminan de retirar la parte dañada, los cirujanos empalman de nuevo el colon con el margen final de recto que han dejado, de forma que el intestino vuelva a estar conectado con el ano.

El doctor Antonio de Lacy y su equipo intervienen a una paciente la técnica CecilAlbert Garcia / EL PAÍS

“Con esta técnica tienes menos posibilidad de colostomía, de que el paciente tenga que llevar la bolsa para las heces en el abdomen. Hay menos riesgo de recidivas y menos probabilidad de que falle el empalme y se produzca una peritonitis”, apunta Lacy. Antes, este tipo de intervenciones se hacían solo a través de la vía abdominal, pero el margen de riesgo, de dejar tejido cancerígeno, era mayor, explica el especialista.

En el quirófano, varias pantallas sobre la camilla ilustran el recorrido de los brazos laparoscópicos de sendos equipos quirúrgicos. Mientras la doctora Ana Otero y Raquel Bravo se abren paso entre masas amarillentas de grasa por el abdomen y cortan los vasos que irrigan la zona del tumor, Lacy mueve con delicadeza esa especie de joystick y rasga despacio las capas de la pared del recto. El cirujano apenas ha dejado cinco centímetros de la parte final del intestino para empatar luego con el colon. El recto extirpado se quita, en el 60% de los casos, a través del ano y, en el otro 40%, por el abdomen.

Una enfermera vuela de aquí para allá alrededor de la camilla controlando los monitores y otras dos se ponen a la sombra de los dos equipos quirúrgicos para asistir a las demandas de los médicos. “El quirófano es como una orquesta”, resuelve Lacy. Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer, cuándo y cómo. Hay algún ceño fruncido cada tanto y una llamada al orden en momentos clave, pero todos coinciden: no hay rencillas. “Lo que pasa en el quirófano, se queda en el quirófano”, repiten.

Lacy y Bravo avanzan con precisión, abriéndose paso entre los tejidos hasta que se hace la luz en sendas pantallas. Los dos equipos quirúrgicos se han encontrado en el intestino y las pinzas de uno se cuelan en el plano de la cámara del otro. La resección se ha completado y solo hay que extirparlo.

Las cirujanas Raquel Bravo y Ana Otero en un momento de la intervención.
Albert Garcia / EL PAÍS

Con suma delicadeza, evitando cualquier roce agresivo o tropiezo en el intestino, Lacy arrastra unos 30 centímetros de recto hasta la parte baja del intestino y lo extirpa por el ano. Aquellos dos equipos quirúrgicos que empezaron separados se funden en uno y seis manos se despliegan alrededor de Lacy para asistir al cirujano jefe cuando vuelve a unir el intestino al ano. Con una especie de pistola diseñada específicamente para este abordaje terapéutico, que grapa y sutura a la vez, el médico hace el empalme y reunifica el circuito del aparato digestivo. No debería quedar rastro del tumor.

En apenas unos minutos, la anestesista empieza a despertar a la paciente, que abandona el quirófano ya semidespierta. “Hace 20 años, la supervivencia a cinco años con estos tumores eran del 20%; ahora, del 80%”, apunta Lacy. El cáncer colorrectal es el tercero más común en hombres y el segundo en mujeres en España.


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