“La natación era más divertida cuando nadie me conocía”, dijo Caeleb Dressel este sábado, desubicado, nervioso y aturdido por el ruido mediático. Los Juegos le habían descubierto inquieto como un animal salvaje en la calle mayor.
La epopeya de este joven tímido criado en los bosques de Florida acabó este domingo cuando batió, en el espacio de una hora, un récord olímpico en 50 libre y un récord mundial en el relevo de estilos, camino de su cuarta y su quinta medalla de oro en los campeonatos de natación de Tokio. Al nadador estadounidense, el más rápido y espléndido de la competición, lo acompañó la nadadora más rápida y comedida, la australiana Emma McKeon, hija del nadador olímpico Ron McKeon y sobrina de Rob Woodhouse, único medallista australiano de la historia en 400 estilos, digna heredera de Dawn Fraser y Jodie Henry, conquistadora de su tercer y cuarto oro olímpico en el trasiego desaforado que constituye la última jornada de carreras hasta la coda mágica de las finales de relevos.
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Las finales de relevos de estilos cierran la fiesta olímpica en la piscina. Lo manda la tradición. Una atmósfera de fugacidad, de inexorable cambio, de misticismo, se apodera de los 62 nadadores, mujeres y hombres, reunidos junto al agua para celebrar las carreras que cierran el círculo cuatrienal de los Juegos. El sentido de comunidad estimula emociones desconocidas y lo que en situaciones normales mide el fisiólogo, el físico o el biomecánico, durante unos minutos resulta inconmensurable. El misterio del alma humana, y algunos cambios técnicos en las condiciones de las salidas, explica que se verifiquen fenómenos como que Adam Peaty, que ganó el oro en 100 braza con 57,37s, nade su posta del relevo en 56,46s, por debajo del récord mundial.
Gran Bretaña, que sumaba dos oros en relevos en Tokio, comenzó muy mal la carrera. Luke Greenbank, responsable de la posta de espalda, acabó el primer 100 en séptima posición y obligó a Peaty a nadar contra corriente en la braza. Privado de agua limpia, moviéndose en los remolinos que provocaban los rusos y los italianos en las calles adyacentes, el colérico Peaty obró el prodigio de nadar sus dos largos al menos dos segundos más rápido que sus competidores. Cuando tocó la pared, Gran Bretaña iba primera. Sus 56,46s hicieron de su posta de braza la más rápida jamás registrada. Entonces saltaron al agua los mariposistas. Y allá fue Dressel.
Hundido a la tercera posición, por detrás de británicos e italianos, el equipo de Estados Unidos precisó de un superhombre que lo sacara del fregado. Dressel, que una hora antes se había colgado el oro en la final de 50 libre con un récord olímpico de 21,07s, cumplió su papel con algo más que rigor profesional. Desinhibido, liberado en su condición de campeón olímpico, e inflamado por el clima de neurosis colectiva que alteraba a todos, el muchacho de Florida trajinó su calle como una Moulinex y regresó sin respirar, no sea que por sacar la cabeza fuera del agua perdiera tiempo. No murió ahogado. Estableció la posta de mariposa más rápida de la historia, lo que equivale a confirmar que nunca un hombre nadó más rápido un 100 metros mariposa.
Dressel hizo 49,03 segundos. Esto son 42 centésimas por debajo de su récord mundial de 100 mariposa, logrado el sábado en 49,45s, y 25 centésimas menos que el récord de posta que el propio Dressel marcó en el Mundial de 2019, cuando nadó en 49,28s. La posta de Michael Phelps el día que el equipo de Estados Unidos batió el récord en el Mundial de 2009, con monos de poliuretano, fue de 49,72s.
“Esto es aterrador”
La hazaña situó a Estados Unidos como líder de la final, a un segundo por delante de Gran Bretaña, en el instante que saltaron al agua los nadadores de crol. Le llaman efecto espejo. Zach Apple, el librista americano, el hombre que se había hundido en la final del 4×200, no solo se redimió. Infectado de genialidad, nadó por encima de sus posibilidades. Su marca personal en 100 eran 47,78s. En el relevo hizo 46,95s y batió por una centésima a Kyle Chalmers, oro en el 100 libre de Río, plata en Tokio, y el hombre mejor situado en el ránking de los ocho especialistas de crol del concurso.
La cadena de entusiasmos y maravillas desembocó en el récord mundial. Estados Unidos ganó el oro en 3m 26,78 segundos, un segundo más rápido que la plusmarca (3m 27,28s) que Peirsol, Shanteau, Phelps y Walters grabaron en piedra en 2009. Un segundo más rápido que Gran Bretaña, que fue plata, y tres por delante de Italia, que fue bronce.
Por fin, Dressel había concluido su odisea particular tras años de lucha por acostumbrar su carácter retraído al barullo de los grandes campeonatos. En plena celebración del equipo, rompió a llorar. Su abrazo con Ryan Murphy, su confidente y amigo de la infancia, su viejo compañero de colegio en donde empezaron a nadar juntos, en Jacksonville, fue el desahogo de una semana de máxima tensión psíquica por colmar las expectativas mediáticas que había generado. Le pedían que fuera el mejor y no decepcionó.
“Me siento orgulloso”, dijo, antes de echar el cierre al centro acuático. “Ahora me doy una palmadita en la espalda a mí mismo. Solo quiero ir a casa, dejar esto atrás y seguir adelante”.
El ganador del 100 y el 50 libre, el 100 mariposa y los relevos de 4×100 libre y 4×100 estilos integró este domingo la lista de Mark Spitz, Matt Biondi y Michael Phelps, los únicos nadadores que lograron cinco medallas de oro en unos Juegos Olímpicos. Cuando se lo recordaron, al acabar la faena, a Dressel solo le faltó pedir por favor que le dejaran en paz.
“Siento alivio”, reconoció. Nada de entusiasmo. Nada de sueños cumplidos.
“Para mi, dejar mi pequeño sello en el deporte por supuesto que es especial”. dijo. “Pero no quiero quitarle nada a Michael, no quiero quitarle nada a Mark. Claro que estoy feliz con lo que he hecho. Mi objetivo no es superar a nadie sino conseguir completar mi potencial”.
Dressel hizo una reflexión existencial. ¿Y si fracasaba? Llegó a Tokio como doble campeón mundial de 100 libre y 100 mariposa, el nadador más rápido del mundo con mucha diferencia, pero a punto de cumplir 25 años. Enfrentado al reto de convertirse en la gran figura de la natación mundial o en un deportista inconcluso y decepcionante. Sin otra posibilidad que todo o nada. Confesó que la disyuntiva le pareció demencial. “Hay tanta presión en un momento”, dijo, “que toda tu vida se cocine en un momento, 20 segundos, 40 segundos. ¿No es una locura?. No habría dicho esto durante la competición pero si miro atrás es aterrador”.
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