El pasado 26 de julio, Médicos sin Fronteras (MSF), en asociación con el Ministerio de Salud de Chad, abrió un centro terapéutico nutricional en el vecindario de Ndjari. En él atendemos e ingresamos a niños de entre seis meses y cinco años que padecen desnutrición aguda severa y que tienen complicaciones médicas asociadas.
Los altos niveles de desnutrición aguda que se observan todos los años en Chad son el resultado de muchos factores diferentes y a veces muy complejos. En Yamena, este año el problema se ha visto amplificado por la disminución del poder adquisitivo de muchos ciudadanos (debido en parte al empeoramiento de la situación económica que siguió a la caída de los precios del petróleo), por un periodo especialmente duro de inseguridad alimentaria, y por una huelga en los servicios públicos que ha terminado también por afectar al sector de la salud. Las pocas instalaciones operativas de las que dispone el Ministerio de Salud ya estaban sobrepasando su capacidad y se estaban viendo abrumadas por la gran cantidad de niños con desnutrición severa que recibían, así que no nos ha quedado otra opción que la de actuar rápidamente para echarles una mano.
Hay muchas personas en situación de desempleo, los vendedores ambulantes y los migrantes estacionales se encuentran también sin trabajo, los empleados públicos y los oficinistas no reciben sus salarios o reciben solo parte de ellos… y todo esto se traduce en que hay muchas familias afectadas y no todas ellas tienen los medios necesarios para adaptarse a esta situación.
En Yamena, este año el problema se ha visto amplificado por la disminución del poder adquisitivo de muchos ciudadanos
“Mi esposo perdió hace poco tiempo su trabajo, aunque en realidad ya hacía siete meses que no le pagaban. Al final de cada mes, cuando acudía a recibir su salario, le decían siempre que volviera al día siguiente, que de momento no había dinero para él”, me explicaba Fátima, cuyo segundo hijo, Bathradine, está hospitalizado en el centro nutricional de MSF.
La familia de Fátima buscó nuevas oportunidades laborales en el sur del país, pero regresaron a Yamena con las manos vacías. Luego vendieron sus objetos de valor, alfombras, cortinas y tapetes, y aun así no reunieron dinero suficiente para pagar el alquiler. El dueño de su casa les confiscó las pertenencias que les quedaban.
“Cuando consigo reunir un poco de dinero, compro y vendo pequeños productos en el mercado para alimentar a mis hijos. No hay mucho para comer en casa ahora mismo: no tenemos arroz, ni harina; solo algunas patatas. Pero es lo que hay: con lo que tengo, no puedo comprar más”, me decía Fátima.
En apenas una semana ingresamos a más de 100 niños en nuestro centro nutricional de Ndjari. Cuando su estado mejora, les damos el alta para que puedan ir a casa, pero una vez allí necesitan continuar el tratamiento con alimentos nutricionales terapéuticos y hacerse reconocimientos médicos semanales en un centro de salud, como parte del programa médico-nutricional para pacientes ambulatorios que hemos abierto.
El centro está dividido en diferentes espacios que permiten que los niños sean atendidos de acuerdo con la gravedad de su estado. Por ejemplo, tenemos una unidad de cuidados intensivos, donde estabilizamos a aquellos que vienen en un estado más crítico y que requieren de una supervisión médica constante. Son los que están demasiado débiles como para tragar los alimentos por sí mismos y por eso les introducimos una sonda en la nariz que les lleva la comida directamente hasta el estómago.
Algunos reciben también asistencia respiratoria y líquidos por vía intravenosa. A esta edad, los menores son muy frágiles y lo peor puede pasar muy rápido, así que tenemos que actuar siempre con la mayor diligencia posible. Una vez que los pacientes se estabilizan y recuperan el apetito les damos alimentos terapéuticos, como fórmulas de leche preparadas por nutricionistas o pasta a base de cacahuete. Paralelamente, continuamos tratándolos de cualquier otra enfermedad o complicación que tengan.
A unos 30 metros del centro de alimentación terapéutica de MSF, en lo que se conoce como tierra de reserva, hay varias cabañas fabricadas con chapas metálicas, con pedazos de automóviles viejos y con otros materiales reciclados. Son tierras incautadas por las autoridades para darles algún tipo de uso en el futuro en las que las personas cuyas propiedades han sido expropiadas, quienes llegan del campo buscando trabajo en la capital y otros que no tienen medios para instalarse en otro lugar, construyen asentamientos temporales.
Unos días pueden significar la diferencia entre la vida o la muerte para un niño con desnutrición
Zenaba, una joven de unos 20 años, lleva viviendo dos allí desde que dejó Mongo, una pequeña ciudad en la región de Guera, en el centro de Chad. “Somos agricultores”, me decía. “Las lluvias destrozaron las cosechas, así que vinimos a Yamena para tratar de encontrar trabajo y poder alimentar a nuestros hijos. Desde que llegamos, mi esposo ha trabajado como obrero en la construcción y también en mercados, cargando y descargando sacos de harina. Sin embargo, últimamente no ha encontrado nada. Hace unos días se fue a buscar trabajo en Abeche [la cuarta ciudad más grande de Chad, en el este del país]”.
Dentro de su choza, Zenaba cuida a su bebé de dos meses: “Di a luz gemelos, pero solo me queda un bebé. El otro no sobrevivió. Trabajo en casas particulares: limpio y lavo la ropa. Así es como trato de alimentar a mi familia, pero la verdad es que durante mi embarazo me resultaba muy difícil poder hacer nada”.
Acceso muy limitado a la atención sanitaria
Las dificultades económicas no son la única razón de los alarmantes niveles de desnutrición que estamos viendo entre los niños de Yamena.
El otro día hablaba con Hajja, una madre cuyo bebé de 18 meses ha sido también ingresado en el centro de alimentación terapéutica de MSF. Ella sí dice tener los medios económicos para alimentar a su hijo, pero su mayor desafío fue encontrar un centro de salud que lo pudiera tratar cuando enfermó. “Adoudou comenzó a tener fiebre y luego diarrea”, me explicaba. “Lo llevé al hospital y allí pagué su tratamiento y los medicamentos. Unos días después de que le dieran el alta, se puso muy mal de nuevo. La clínica de nuestro vecindario está cerrada porque el personal está de huelga, así que fui a otra y me dijeron que el niño podría estar desnutrido, pero que no era un buen día para atenderlo. Finalmente, me remitieron al centro de salud de Ndjari, y ahora, después de todo este periplo, hemos llegado hasta el hospital de MSF”, suspiraba.
En Yamena hay aproximadamente 60 centros de salud. De ellos, al menos 25 tienen una unidad de alimentación terapéutica para niños que padecen desnutrición aguda y que aún no han desarrollado complicaciones que requieran hospitalización. Salvo las seis unidades apoyadas por Alima/Alerte Santé, que operan de lunes a viernes, la mayoría de las otras, cuyo suministro depende de Unicef, solo realizan consultas de seguimiento y distribuyen raciones de alimentos terapéuticos una vez a la semana. Eso hace que los niños tarden demasiado tiempo en acceder al tratamiento. Y en esta edad tan crítica, unos días pueden significar la diferencia entre la vida o la muerte.
“Tenemos que tener en cuenta que cuando un niño se encuentra gravemente desnutrido, sus funciones metabólicas y su sistema inmunitario se ven rápidamente afectados. Por eso pueden contraer fácilmente infecciones o sufrir complicaciones que pueden ser fatales”, me insistía el otro día Patient Kighoma, el director del hospital de MSF. “Debemos aumentar la capacidad de hospitalización, como lo hemos hecho con la apertura de emergencia del centro de pacientes hospitalizados de Ndjari, pero es crucial que también hagamos todo lo posible para garantizar que los niños con desnutrición sean atendidos a tiempo en los centros de salud antes de que desarrollen complicaciones”.
Y en eso estamos ahora: en la última semana hemos comenzado actividades médico-nutricionales en otros dos centros de salud de Yamena y nos estamos preparando para expandir aún más este tipo de actividades en otros centros de la ciudad.
Anaïs Deprade es responsable de comunicación para Chad de Médicos sin Fronteras.
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