Siempre había querido ser escritora, dice. O pintora. No recuerda hacer otra cosa que leer, dibujar y escribir desde que era niña, en la enorme y bohemia casa de las afueras que aparece todo el tiempo en el documental Allen contra Farrow (HBO). Ella es Dylan Farrow (Texas, 36 años) y está sentada ante el escritorio que comparte con su marido, respondiendo por correo electrónico un cuestionario en el que no podía hacerse mención alguna a su contienda con Woody Allen. Ella sigue manteniendo que el cineasta, su padre adoptivo, abusó sexualmente de ella cuando era niña. Él fue juzgado y absuelto y contó su versión en unas memorias polémicas por el hecho de que “nadie en la editorial contrastó nada”, es decir, “nadie se puso en contacto con la otra parte”, según dijo en su momento en redes la propia Farrow, que ahora no quiere hablar del tema de ninguna manera. De lo que quiere hablar es del libro que publicó el pasado otoño en inglés y que recientemente ha sido traducido al español con un título elocuente, mercadotécnicamente hablando: Silencio (Planeta).
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Su libro es una ficción del género young adult, esto es, una novela juvenil de tintes fantásticos. La han comparado con Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, aunque más bien es un intento de crear un universo por el estilo. Universo que, además, parece tener mucho que ver con lo que quiere y no quiere contar la propia Farrow. “Todo este mundo de las fake news en el que vivimos me inspiró la historia. La forma en que se crea y se consume información hoy en día es lo que más define nuestra época, y me apetecía muchísimo explorarlo”, dice. ¿A qué se refiere? En la novela, la primera de una saga que al menos tendrá otra entrega, existe una enfermedad mortal llamada la Mancha que se transmite por la tinta, y luego existen los Bardos, que usan la magia para silenciar el mundo. La protagonista es Shae, una chica de 17 años que decide alzar la voz contra ellos tras la muerte de su hermano y su madre. ¿El fin? Desenterrar la verdad.
“Lo de la Mancha fue solo algo que se me ocurrió, no tiene que ver con nada”, dice, esquivando cualquier relación con su propia experiencia respecto a los peligros de contar lo que te ha pasado. “Tampoco quiero que los Bardos tengan un único sentido, quiero que sea el lector el que les dé su propio sentido”, añade. Es decir, no es el mundo de ahí afuera el que intoxica y destruye con mentiras verosímiles, pero a la vez lo es. Tampoco cree que Shae tenga nada de especial. “Solo es otro personaje haciendo frente a lo complicada que se le ha vuelto la vida de repente. Eso es lo único que hace valiosa su experiencia. Por eso se cuenta su historia”, asegura. Insiste en que su intención ha sido únicamente la de analizar de qué forma “la propaganda y los manifiestos están escritos para obedecer a una causa, y cómo esas causas unen a la gente, para bien o para mal”.
Farrow, que en su perfil de Twitter se define como escritora y “abogada en favor de los supervivientes de abusos sexuales”, asegura que “la literatura puede ser un refugio para las víctimas de cualquier tipo de abuso, al menos ha sido el mío”. “Escribir también lo es”, añade. Es una vía de escape. “La gente lidia con sus problemas lo mejor que puede. Algunos lo hacen a mi manera, otros no. Pero encuentro liberador poder escapar de ser una misma de vez en cuando”, añade. Las respuestas son escuetas incluso cuando se refiere a los autores que más la han influido. Silencio tiene, por momentos, la frialdad de una distopía de Margaret Atwood. Y de ella dice: “Me gusta lo que hace, creo que es una escritora brillante”. También dice que adora a Ursula K. Le Guin y que ha crecido leyendo a Philip Pullman y a Madeleine L’Engle.
¿Por qué eligió la fantasía cuando le dio por escribir? “Es un género muy especial. No puedes leer sobre dragones en ningún otro”, contesta. E insiste en que siempre había escrito, aunque para sus amigos y su familia, no se había atrevido a mostrarle lo que hacía a nadie más. Se puso en serio con Silencio en 2018, pero “llevaba tiempo tomando notas”. En la segunda entrega de la saga, también de ocurrente título, Velo, la protagonista descubre que ha vivido en un mundo de mentiras y anda en busca de un libro sagrado que le quite el velo de los ojos para poder ver lo que ha estado ocurriendo en realidad durante todo ese tiempo. No, no quiere hablar de él aún, aunque tal vez dijese lo mismo que de su antecesor: “Espero que el lector saque sus propias conclusiones y encuentre sentido a lo que cuento”.
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