A finales de octubre, cuando Andrés Manuel López Obrador buscaba sustituto para encabezar la Secretaría de Seguridad, por los pasillos del Palacio Nacional volvió a sonar el nombre de Marcelo Ebrard. En los dos años de sexenio, el canciller se ha erigido en la figura más fuerte del Gabinete, una suerte de vicepresidente de facto, ampliando su área de influencia más allá de las relaciones exteriores. Una presencia cada vez mayor que no deja de levantar ampollas entre un sector del Gobierno, acaso el más ideológico, que ve en los movimientos de Ebrard una ambición personal de cara a una hipotética sucesión presidencial dentro de cuatro años.
El cambio de silla suponía la caída de Ebrard del trono diplomático para bajar al barro de la seguridad pública, uno de los agujeros negros de México. Su posible designación se interpretó como una especie de regalo envenenado, un palo en la rueda en su carrera dentro del Gobierno por el desgaste que supondría el nuevo puesto. Finalmente, la elegida fue Rosa Icela Rodríguez, una subordinada de Ebrard durante su etapa al frente del gobierno capitalino. El canciller mantuvo su cargo y desde ahí ha seguido aumentando su visibilidad e influencia, capitalizando los últimos hitos de la política mexicana.
Este miércoles, el secretario de Salud, Jorge Alcocer, firmó los contratos con la farmacéutica Pfizer para la fabricación y suministro de vacunas contra la covid-19. Antes incluso del anuncio por parte de la Secretaría de Salud, Ebrard tomaba la iniciativa haciendo público el acuerdo a través de sus redes sociales y dejando un recado a los reguladores sanitarios, los encargados de la validación definitiva: “La vacunación está por iniciar en diciembre 2020. En México ya tiene la autoridad regulatoria la solicitud correspondiente”.
Desde el inicio de la pandemia, en abril, López Obrador encargó al canciller que se hiciera cargo de la faceta más política de la crisis, dejando la vertiente sanitaria al equipo del subsecretario de Salud, Hugo López Gatell. La relación ha tenido fricciones, provocadas en gran medida por los distintos ritmos en cada una de las dependencias. “Ebrard entendió muy rápido la importancia política de lograr las vacunas cuanto antes. Ha estado negociando con empresas rusas, chinas o estadounidenses. Y ha estado insistiendo en acelerar los procesos. Mientras que en Salud están siendo más cautos”, explican fuentes de la Cancillería.
No es la primera vez que la intervención del secretario de Exteriores tensa la cuerda dentro de la Administración. El año pasado, Ebrard fue el encargado de liderar la negociación del acuerdo migratorio con Donald Trump en medio de la difícil crisis diplomática con EE UU, que amenazaba con imponer duros aranceles. Su omnipresencia arrinconó por el camino a otros mandos del Gobierno como la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, de la que dependen orgánicamente las competencias de migración, o a Seguridad, responsable del mando civil de la Guardia Nacional, desplegada en la frontera por órdenes de Ebrard. Las discrepancias internas llegaron a provocar incluso la salida del titular del Instituto Nacional de Migración. Y apenas un mes después de sofocada la crisis, el presidente consolidaba a golpe de decreto la entrega total de la política migratoria a la Cancillería.
“No importa el cargo, sino el encargo”
Fiel a su estilo de gobierno intuitivo y personalista, uno de los dichos favoritos de López Obrador es: “No importa el cargo, sino el encargo”. Muchos encuentran ahí parte de las claves del ascenso del canciller. “Ebrard ha estado cumpliendo con los cometidos que le ha designado el presidente. Y lo ha hecho bien. Eso, claro, ha despertado ciertas inquietudes y críticas. Pero es que teníamos una amenaza muy grande para la economía”, apunta Martha Lucía Mícher Camarena, senadora de Morena y alta funcionaria durante el mandato de Ebrard como jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
Otra confirmación reciente de los logros obtenidos por la Secretaría de Exteriores fue la insólita negociación con EE UU en torno al exsecretario de la Defensa Salvador Cienfuegos. Detenido el 15 de octubre en Los Ángeles acusado de narcotráfico y lavado de dinero, la maquinaria diplomática emprendió una cruzada sin precedentes para traer de vuelta a México al general, esgrimiendo una grave violación de los acuerdos bilaterales en seguridad por la nula comunicación y la actividad unilateral de las autoridades estadounidenses.
“Difícilmente se hubiera producido este tipo de negociaciones con los Gobiernos de Peña Nieto o Calderón, más acostumbrados a asumir una posición de subordinación en la relación bilateral”, apunta Eunice Rendón, experta en seguridad y migración. “Quizá la falta de experiencia de este Gobierno en algunos temas resultó positiva. No se siguieron las vías diplomáticas habituales y las exigencias de México provocaron desconcierto en EE UU. Ebrard ha quedado como un gran negociador, que ha sido capaz, con discreción y habilidad de doblar la mano a la DEA”.
Un segundo vector para explicar la relevancia del canciller es la lealtad, uno de los valores que más importancia da el presidente. Ambos llevan compartiendo sus carreras políticas durante décadas. Ebrard fue el responsable de Seguridad de López Obrador durante su mandato al frente de la Ciudad de México, hasta llegar a sucederle como jefe de Gobierno en la capital en 2006. El actual canciller no dudó tampoco en subirse al barco de Morena tras la llamada de su fundador. Un poco antes, había dado otra muestra de lealtad. En 2012, con la inercia de su buena imagen como jefe capitalino optó por presentarse como candidato a la presidencia por parte del PRD. En la elección interna, perdió por un palmo frente a López Obrador. Aceptó instantáneamente la derrota y se sumó al proyecto del que ya había sido su jefe.
El entorno de Ebrard prefiere de momento no hablar del futuro camino hacia una posible candidatura presidencial. Esta vez, sucediendo a López Obrador. De momento, la pugna interna, desatada en otoño dentro de Morena y que concluyó con la elección de Mario Delgado como presidente del partido, abre un poco más las puertas al actual canciller. El triunfo de Delgado supone la victoria del sector más pragmático, donde se encuadra también Ebrard dentro del partido. Además de la sintonía ideológica, el nuevo presidente también trabajó a las órdenes del hoy canciller en al antiguo D.F.
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