Edificios atrevidos para un Madrid distinto

La calle Alcalá había sido la city de Madrid durante décadas, pero los bancos buscaban lucirse en la Castellana, el flamante eje que surcaba la ciudad de norte a sur. A los propietarios del Banco de Bilbao la sede tradicional de Alcalá, un diseño de 1918, se les quedaba vieja, y plantearon un nuevo edificio corporativo en la gran avenida a la que el franquismo había rebautizado como “del Generalísimo”.

En 1971 el banco convocó un concurso restringido para una torre de 30 plantas que se ubicaría en el centro Azca, el nuevo corazón financiero de Madrid. Los arquitectos tenían que resolver una gran dificultad: había que levantarla sobre un terreno horadado por el túnel ferroviario que une Chamartín y Atocha. Un proyecto, por cierto, del ingeniero Eduardo Torroja y Secundino Zuazo, el arquitecto que antes de la Guerra Civil había diseñado la expansión de la Castellana.

Que sea tan fácil conocer el final de esa historia —basta acercarse a Castellana, 81 y admirar la torre de Francisco Javier Sáenz de Oíza, ese prisma bronceado y rotundo al que ablandan sus esquinas redondeadas no la hace menos interesante. Si el arquitecto navarro, fallecido en 2000, no hubiera concurrido, en ese lugar había hoy una atalaya bien distinta. Y podría haber tenido una apariencia modular, de escogerse el diseño de Coderch. O su fachada habría sido irregular y llena de elementos asimétricos, como la imaginaron Corrales y Molezún. Quizá habría sido una torre redonda, con una especie de almenas sobresaliendo sobre la cubierta, porque así la ideó Bonet, o también un prisma como el actual, pero con panales de celdas triangulares por fachada. 

El otro gran hito de Sáenz de Oíza para la ciudad en que pasó casi toda su vida se quedó a medias. El plural con que se conoce el edificio de Torres Blancas alude a dos, pero la segunda quedó en la imaginación y sobre los papeles del arquitecto. La razón hay que buscarla en el Ayuntamiento. “Fue bastante difícil conseguir la licencia incluso de esta única torre en la carretera de Barcelona, como se conocía a la avenida de América a principios de los años sesenta”, explica el hijo del autor, el arquitecto Javier Sáenz Guerra, que ha comisariado junto a sus hermanos Vicente y Marisa la exposición Sáenz de Oíza. Artes y oficios en el Museo ICO, clausurada hace unos días.

“El Ayuntamiento de Madrid no estaba seguro ni convencido de cómo iba a quedar este hito en la entrada de la capital”, añade el arquitecto. Su padre encargó varias maquetas del proyecto, y también unas fotocomposiciones para mostrar las dos torres a la entrada. “Gracias al peso que tenía la empresa constructora Huarte en la sociedad madrileña se lograron vencer las numerosas reticencias”. Salió adelante una de las torres, pero también se frustró la idea para el solar que dejaba libre la segunda. Sáenz de Oíza proyectó para él unas grandes bandejas que armonizaban con los inconfundibles balcones circulares del rascacielos. Habrían alojado las oficinas de Huarte. “Con su línea, muy wrightiana, ese edificio hubiese sido claramente una solución mejor que el grupo de viviendas construido junto a la torre”, sentencia su hijo Javier.

Propuesta de Rafael Aburto para un Teatro de la Ópera en Azca, en 1963, recogida en la exposición ampliar foto
Propuesta de Rafael Aburto para un Teatro de la Ópera en Azca, en 1963, recogida en la exposición “Cámara y modelo”, de Fundación ICO.

Un teatro de la Ópera para la Castellana

La Castellana se convertía en un enorme escaparate para los bancos, pero también para la cultura. Con ese espíritu hay que entender el hecho de que en 1962 se organizase un concurso para dotar a la avenida de su propia ópera. Lo convocó la Fundación Juan March, que había destinado nada menos que 400 millones de pesetas para construirla, en una enorme parcela de más de 200.000 metros cuadrados ubicada en los terrenos en el actual Azca. Se presentan 143 anteproyectos: un catálogo completo de las tendencias contemporáneas en arquitectura. Las maquetas y croquis despliegan fantasías naturalistas, expresionistas, brutalistas, organicistas… Esta última tendencia, apunta el catedrático emérito de Historia de la Arquitectura Antón Capitel, era la que, en su versión madrileña, estaba “más en boga” en aquel momento. 

Rafael Aburto presenta uno de sus mejores trabajos a aquella competición tan disputada. Así lo cree el arquitecto Iñaki Bergera, quien dedicó una tesis doctoral a su colega vasco. “Es un personaje con dos facetas: por la mañana hace viviendas sociales y grandes barriadas, como San Blas, y en la vida nocturna pinta y hace proyectos más personales”, apunta este investigador de la Universidad de Zaragoza. Esa intención plástica queda plasmada, considera, en la fachada de su ópera. “Es un arquitecto muy ‘artista’, atormentado y en permanente búsqueda”.

Higueras, genial y heterodoxo

Higueras, en 1973.
Higueras, en 1973.

“Fernando Higueras es al movimiento moderno lo que Gaudí es al modernismo. Es alguien que, que partiendo de las premisas de un movimiento que parecía haber alcanzado ya su cénit, abunda en él y logra algo más”, considera Eduardo Delgado, del estudio Resetland. “Si hubiera sido norteamericano o francés, probablemente lo tendríamos hasta en la sopa. Pero creo que no encajó en su época, que rompió moldes. Fue un arquitecto profundamente heterodoxo”.

En colaboración con Antonio Miró, el singular Fernando Higueras presentó un edificio de apariencia espectacular. Las cubiertas amplias que generaba las ocuparían, como terrazas habitables, parques de recreo, vegetación y bancos donde sentarse. Concurren también Fisac, Fullaondo, Moneo, Fernández-Longoria… pero el gato al agua se lo lleva un arquitecto polaco, Jan Boguslawski, con una propuesta formalista menos espectacular visualmente que otras. Aquel técnico, según recordaría luego Higueras, llegó a visitar el estudio de su colega madrileño “para tratar una posible colaboración”.

Sabemos bien que aquel edificio no se llegó a construir: se impuso el desacuerdo con los organizadores de aquel arquitecto venido del otro lado del Telón de Acero. Tampoco salió adelante la segunda propuesta ganadora. Mientras, en el terreno de la ópera crecía la hierba y, a los pocos años, los rascacielos característicos de Azca.

Una escuela para complementar la Residencia de Estudiantes

No lejos de allí, sobre la Colina de los Chopos, el lugar de la Residencia de Estudiantes y luego del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en los años de la República se aprobó un proyecto casi desconocido, que languideció y desapareció tras la Guerra Civil. Una escuela diseña la pareja casi inseparable de arquitectos Carlos Arniches y Martín Domínguez los mismos que firman, junto al ingeniero Eduardo Torroja, el Hipódromo de la Zarzuela. Aquel proyecto heredero de los planteamientos pedagógicos de la Junta de Ampliación de Estudios no superó la guerra, ni la depuración de los arquitectos no afectos del nuevo régimen.

“Cuando el proyecto ya se está ejecutando, los dos arquitectos son depurados por el franquismo. Aunque nunca cogieron un fusil, habían participado en el diseño de las defensas del norte de Madrid durante la contienda. Domínguez, amigo de Federico García Lorca, será sancionado de por vida y Arniches quedará apartado del ejercicio de la profesión durante cinco años”, describe Pablo Rabasco, profesor de la Universidad de Córdoba que ha investigado el trabajo de los dos arquitectos. Domínguez se exiliará a Cuba, donde su genio quedará para siempre vinculado con grandes edificios del centro de La Habana. Pero volverá a vérselas con el rigor totalitario, esta vez de la dictadura castrista. “Tuvo un encontronazo con Che Guevara y tuvo que salir con sus hijos hacia Estados Unidos”.

No quedó el daño de la guerra en el abandonado proyecto de escuela. “El Auditorio de la Residencia se derriba para construir una iglesia en su lugar, la capilla del Espíritu Santo, ahuyentando de esa forma los malévolos espíritus del liberalismo progresista, y destruyendo la idea, y el espacio de una institución cultural”, señala Martín Domínguez, hijo del arquitecto represaliado. Aquel espacio incluía, además de la desaparecida sala de conferencias, salas de cursos y seminarios, y una biblioteca, todo alrededor de un pequeño claustro ajardinado.

Una cruz-acueducto en el Valle de los Caídos

Proyecto para una cruz-acueducto para Cuelgamuros, de Francisco de Asís Cabrero.
Proyecto para una cruz-acueducto para Cuelgamuros, de Francisco de Asís Cabrero.

No llegó a entrar en concurso un proyecto singular para la cruz del Valle de los Caídos, la megalómana construcción impulsada por el franquismo para el valle de Cuelgamuros, pero aún hoy sorprende. Un joven Francisco de Asís Cabrero no había acabado aún sus estudios de arquitectura, aunque ya había bebido de las fuentes de la arquitectura del fascismo italiano, como las del barrio EUR de Roma. Idea un proyecto “muy juvenil, muy utópico”, señala Eduardo Delgado, arquitecto y miembro del grupo de investigación FAME. “Es el único que oculta la cruz en una estructura”, refiere Bergera. “Una hibridación con el acueducto de Segovia”, apunta, pero llevándolo a su terreno, tercia Delgado: “Plantea construir un trozo de acueducto que va de ninguna parte a ningún sitio”.

“Aquellos concursos eran una ocasión para los arquitectos, pero también para las instituciones convocantes, para marcar un pulso a la tensión arquitectónica del momento. El concurso del Valle de los Caídos es el mejor ejemplo del eclecticismo, la confusión y el academicismo de la posguerra”, señala Bergera, que comisarió la exposición Cámara y Modelo de la Fundación ICO. De Cabrero quedarían, no obstante, dos grandes exponentes en Madrid: la Casa Sindical de Madrid (proyectada junto con Rafael Aburto) y el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo.


Este reportaje pertenece a la serie Érase una vez Madrid, que divulga a aspectos poco conocidos del pasado de la ciudad y que se publican semanalmente a lo largo del verano.

Puede leer aquí los reportajes ya publicados:
• Las otras ‘Gran Vía’ que no pudieron ser
• La primera plaza de España de la que solo se salvó Cervantes
• Una enorme calle para un ‘Escorial’ laico y republicano
• De la polémica Almudena a un ‘San Pedro’ futurista para Madrid
• El calendario de las fiestas perdidas de Madrid
• El primer ‘Madrid Río’ y aquella costumbre de bañarse en el Manzanares
• Los mercados olvidados que volvieron moderno Madrid
Madrid, hecho y roto, de la República a la Guerra
Del barro al césped: el tiempo quedó enterrado bajo las Siete Tetas de Madrid

Y también las fotogalerías:
• Así sería el Madrid del futuro
• Tres siglos de la plaza de España de un vistazo
• La Castellana nació de una fuente y una casa de campo
• Las catedrales que pudo tener Madrid
• Una ‘torre infiel’ para las fiestas de Lavapiés
• El río del que todos se reían y en el que muchos se bañaban
• Supervivientes y desaparecidos: los primeros mercados cubiertos de Madrid
La obra de la República y la destrucción de la Guerra
• Cerro del Tío Pío: la lucha por superar la pobreza en los suburbios de Madrid


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