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Eduardo Madina: “El desgarro de un atentado es tan brutal que el lenguaje no alcanza a describirlo”

19 de febrero de 2002. Las imágenes muestran un coche convertido en un amasijo de hierros del que cuesta pensar que saliera alguien vivo. Pero salió. Se llamaba Eduardo Madina. Era un joven de 26 años que trabajaba, estudiaba, jugaba al voley y participaba en política como miembro de las Juventudes Socialistas de Euskadi. No era conocido, no llevaba escolta y resultaba un blanco fácil para una ETA desatada en unos años (2000, 2001, 2002) en los que sobrepasaba sus propios límites del terror casi con cada atentado. Fue la traca final de la desgraciada tesis de la socialización del sufrimiento que llevó a ETA a asesinar a cualquiera que planteara una forma de pensar y de vivir con la que ellos no estuvieran de acuerdo. Faltaban nueve años para que anunciara que dejaba de matar.

Lo que sucedió a continuación es conocido: a Madina le amputaron parte de la pierna izquierda. Dejó claro a ETA, en una emocionante declaración pública, que no iba a marcar su vida: “Tengo el corazón templado y emocionado, no siento odio y quiero decir bien alto que, tras las bombas y las lágrimas, los jóvenes socialistas vascos seguimos luchando”. Se concentró en la rehabilitación para poder seguir adelante. Entró en política de forma mucho más intensa. Fue diputado nacional dos años después del atentado e intentó llegar a secretario general del PSOE en 2014. Perdió. En 2017 abandonó la política y pasó a la empresa privada. Ahora trabaja en la consultora Harmon y colabora con medios de comunicación.

Pero en esta entrevista regresa al pasado, a aquel día en el que ETA le cambió la vida para siempre; a los años en que “los entierros eran tan frecuentes como la lluvia”. Eduardo Madina (46 años) es una de las pocas personas que ha sobrevivido a un coche bomba. Su experiencia vital muestra un asombroso recorrido de entereza y de obstinación por apartar de sí cualquier tentación autocompasiva; de empeño en que no se le perciba como una víctima. O, al menos, no solo como una víctima. Su historia personal contiene toda la historia de las últimas décadas del País Vasco, marcada a fuego por el terrorismo de ETA. En medio del camino de la vida, se encontró en una selva oscura. Pero salió de ella.

Pregunta. Se cumplen 20 años de su atentado. ¿Por qué es importante esta entrevista, hablar de algo ocurrido hace tanto tiempo?

Respuesta. Los hechos del pasado tienen poder pedagógico. Los grandes abismos europeos del siglo XX protegen hoy la historia de Alemania y la historia de Europa, y también la nuestra. Es muy importante que nunca más ninguna idea valga más que una vida. Hace no tanto, la mitad de la dirección de este periódico estaba amenazada por ETA, igual que la dirección de mi partido, igual que el Parlamento. La memoria es importante. No para pasar facturas a nadie, sino para que los países se sujeten. Igual no sirve de nada, pero al menos vamos a intentarlo.

P. Vayamos entonces a ese 19 de febrero de 2002.

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R. Es un día normal, me levanto normal, un martes normal, voy a la cocina, desayuno, me visto, salgo de casa tarde, diluvia. He dicho muchas veces que llueve, pero diluvia. No miro debajo del coche. Arranco y recorro el camino desde mi casa, en la parte alta de Deusto, hasta Sestao. Y cuando estoy a unos 300 metros de la empresa en la que trabajo, el coche explota. Tal cual.

P. ¿Qué siente?

R. Nada. En cuanto a impacto físico, nada. Es tan brutal que no notas nada. Inmediatamente me doy cuenta de que es un atentado de ETA. Abro la puerta, salgo del coche y veo las heridas, sobre todo en la pierna izquierda. Me tumbo en el suelo. Llega un hombre de otro coche, le doy el móvil y le digo “toma, es un atentado de ETA”. La ambulancia llega relativamente rápido y me lleva al Hospital de Cruces; casualmente, donde yo había nacido. Fue todo bastante impresionante. Un desgarro brutal que el lenguaje no alcanza a describir. Da igual lo que digas. Las palabras llegan mal, muy mal. Todo se queda corto.

Agentes de la Ertzaintza analizan el coche en el que viajaba Eduardo Madina por Sestao (Vizcaya) tras la explosión de una bomba lapa.Txetxu Berruezo

P. ¿Cómo fue el despertar en la UCI?

R. Rodeado de pantallas, tubos y ruidos. Todo drogado, con muchos calmantes. Un despertar químico, muy raro de percepción. Había un doctor, luego vino todo el equipo médico. Los días que estuve allí fueron momentos muy importantes, porque ahí decides dónde vas a colocar el trípode desde el que enfocar tu vida a partir de ese momento. Vi todo con una lucidez que no he vuelto a tener. Supe que había que mirar hacia adelante, que no había que tropezarse en repasar un día que no tenía arreglo. Decidí que el futuro iba a ser mío y no de ETA. Al principio lloré y grité, pero sabía que estaba en riesgo y quería salvarme. Salvarme en un sentido amplio de lo que significa la vida. Y para eso había deberes que hacer: curarse, reiniciarse, adaptarse, empezar algo que iba a ser totalmente distinto.

P. ¿Qué supuso para su familia, para su madre?

R. No puedo imaginar su dolor, pero a mí me ayudó de manera clave y determinante verla bien, verla conmigo. Era una mujer increíble.

P. Le habían amputado una pierna, pero no solo. Su vida iba a cambiar para siempre. ¿Cuándo empieza a ser consciente?

R. Me llamó la atención que cuando la gente venía a visitarme al hospital, entraban en la habitación blancos. Todos. Yo pensaba que era por la impresión de verme, por el atentado, pero no era solo eso. Para entrar habían pasado por delante de dos policías encapuchados y armados que custodiaban la habitación por si ETA decidía rematar lo que había empezado. Eso me impresionó mucho. Luego me dijeron que no podía seguir viviendo en casa de mis padres; que era mejor ir a alguno de los pisos que me ofrecían con buenas condiciones de seguridad. Por supuesto, iría escoltado. Natalia, mi novia en ese momento [Natalia Rojo, de las juventudes socialistas entonces y parlamentaria del PSE de 2005 a 2020] se vino conmigo. Yo creo que ella sintió esa especie de responsabilidad, pero el peso que nos cayó encima fue brutal.

P. ¿Cómo fueron esos meses?

R. Muy agridulces. Estaban los dolores físicos, la vuelta a una vida que ya no era igual. Y la realidad de ETA continuaba incluso mientras yo estaba en el hospital. En esos días asesinaron a un concejal socialista, Juan Priede, e intentaron matar a una mujer maravillosa que luego he conocido y querido mucho, que en aquellos momentos era concejal en Portugalete, Esther Cabezudo. Yo me centré en recuperarme. Iba todos los días al hospital, al gimnasio, a rehabilitación, para volver a andar y curarme bien de todas las heridas. A la vez, me impliqué mucho en las juventudes socialistas. Y tuve que aprender a explicar mi vida sin el deporte, al que había dedicado gran parte de mi tiempo desde los 13 años. Esa parte de mi identidad, muy importante para mí, desapareció por completo y para siempre. Fue la gestión de un gran shock vital. Ese sería un buen titular para aquellos días.

Dos meses después del atentado, en abril de 2002, el político dio una rueda de prensa ante los medios. Foto: ALFREDO ALDAI

P. ¿Cómo manejó el miedo?

R. No lo vi venir en los días de hospital, pero tuve mucho miedo después del atentado. Pensaba en ello una y otra vez. Soñaba con ello. Hablaba con los escoltas. Estaba convencido de que ETA iba a volver. Fue un fenómeno psicológico tremendamente complicado de gestionar, muy agotador, que duró más de un año.

P. Nunca pidió ayuda psicológica a pesar del tremendo trauma sufrido. ¿Por qué?

R. La verdad es que no sé por qué no lo hice. No paré quieto. Llené el día a día de cosas para tener pocos huecos. Y en noviembre me fui a vivir a Bruselas. Empecé a trabajar ahí, en un mundo nuevo, en un idioma distinto.

P. ¿Necesitaba salir de Euskadi?

R. No. Mi relación con Bilbao es una carta de amor completa, total y para siempre. Pero me hicieron ver que era bueno y lo vi. Y me vino increíblemente bien.

P. Su madre murió un mes después de que se fuera a Bruselas.

R. Ante las secuelas de un atentado, tienes capacidad de luchar, y de ti depende minimizar las consecuencias hasta el límite de lo que se pueda. Con la muerte de una madre es más difícil, porque no puedes hacer nada. De hecho, yo aspiro a no superarlo nunca. Es mi manera de que esté siempre conmigo.

Eduardo Madina narra ante el juez el relato de su atentado durante el juicio de 2006.

P. ¿Cómo fue el proceso de afrontar todo lo ocurrido?

R. Muy lento, muy largo y muy difícil. Volver a vivir una vida más o menos normal en Bruselas, luego aquí en Madrid o salir elegido diputado no lo soluciona. Despista incluso. Si una mañana tu coche explota y estás vivo de milagro, eso redefine todo, cambia las jerarquías. Pero ese proceso de reordenación dura muchos años. Son experiencias dolorosas, incomprensibles. Te sientes vulnerable, desnudo. Tienes que volver a aprender a vivir siendo dueño de tu propia vida para todo lo que esta tiene de bueno y de malo, y eso implica un esfuerzo enorme. Cuando llegan de nuevo las felicidades plenas empiezas a pensar que estás viviendo una vida normal.

P. ¿Cuándo llegaron esas felicidades plenas?

R. Años después. Hubo cosas preciosas por el camino, pero la más plena de todas fue un niño que se llama Unax y que nació en 2009. Fue la felicidad más sorprendente y más increíble. Es cuando empiezas a ver que la vida adquiere significados nuevos. De todas formas, lo que pasó hay que tenerlo bajo vigilancia siempre, porque si una pequeña pieza se descoloca puede desequilibrarlo todo y provocar males mayores.

P. ¿Qué supone tener un hijo para alguien que ha estado a punto de morir asesinado?

R. Siempre lo he visto en clave de normalidad, que es, además, el peso exacto que quiero poner sobre los hombros de Unax. No quiero proyectar nada. Pero es verdad que es una vida por los pelos. La mía y, por lo tanto, la suya. De todas formas, no lo pienso demasiado porque mi vida ha adquirido mucho de cotidiano y normal.

Video: Un repaso a fotografías del pasadoLa memoria íntima de Eduardo Madina.

P. Su hijo nació en un mundo que iba a dejar atrás el terrorismo muy pronto. Usted, recién muerto Franco. ¿Qué era ETA en ese momento, en enero de 1976?

R. Era una organización terrorista muy fuerte, que se estaba partiendo por la mitad entre la ETA Político-Militar y la ETA Militar, y que salió de la dictadura mal, sin hacer cambio de época, y con un cierto halo romántico procedente de la lucha antifranquista.

P. Siempre recuerda el funeral de Enrique Casas, al que acude con su padre en San Sebastián en 1984, como el momento en el que empieza a darse cuenta de que algo malo pasa en el lugar en el que vive. A partir de ahí, ¿cómo procesa un niño vivir rodeado de atentados cuando socialmente los mensajes eran, además, contradictorios?

R. Tengo que agradecer a mi madre, a mi padre y a mis abuelos que en mi casa no había mensajes contradictorios. Se hablaba de la vergüenza que suponía ETA y de lo inaceptable que era que matara. En mi entorno familiar convergen un socialismo democrático con un nacionalismo de baja intensidad, moderado y muy volcado en el euskera, pero no independentista. Y con un punto en común: la vida humana es sagrada y hay que levantarse frente a la injusticia del asesinato terrorista. Yo lo agradezco, porque me colocó mejor en el mundo. No me soportaría a mí mismo si fuese un vasco de esos que nunca vio nada, que nunca escuchó nada, que nunca sintió nada.

Entierro del senador socialista Enrique Casas, asesinado por ETA. En la foto, el féreteo con los restos mortales es llevado a hombros por sus compañeros socialistas y de UGT, desde la capilla ardiente hasta la Basílica de Santa María del Coro.TXEMA FERNÁNDEZ (EFE)

P. ¿Cómo le explicaban en el colegio lo que pasaba?

R. Nunca tuve a un profesor o a una profesora que el día de un atentado dijera: hoy vamos a hablar de que han matado a un policía tres calles más arriba. Y es mucho más importante saber que no está bien asesinar que el año del descubrimiento de América. Pero me temo que no sucedía en prácticamente ningún colegio en el País Vasco. Hubo mucha gente que pensó que la vida tenía que seguir como fuera, que en su día a día debía absorber la presencia de la violencia terrorista y continuar como si todo fuese normal. Pero mis compañeros del colegio no justificaban los asesinatos, lo que sí ocurrió en el instituto.

P. Esa etapa la define como muy oscura.

R. Fue un shock al principio, porque venía de un entorno familiar y escolar en el que no había nadie así. De repente me encontré con un grupo de gente, concentrado en una serie de aulas, que estaba muy organizado y que controlaba el espacio de forma muy eficaz. Supongo que hay gente que estudió conmigo que estaba en contra de la violencia terrorista que quizá no lo recuerde así, pero a mí todo aquello me generaba una gran incomodidad. Uno de los estudiantes de la clase que estaba junto a la mía terminó formando parte del comando que casi me asesina.

En la imagen superior, la evacuación de uno de los niños muertos el 19 de junio de 1987 en el atentado de ETA en Hipercor (Barcelona). Abajo, imágenes del atentado contra la casa cuartel de Zaragoza, el 11 de diciembre de 1987EFE

P. Con 17 años se afilia a la agrupación socialista de Deusto. Estamos hablando de mediados de los años 90, con ETA matando sin pausa. La decisión de entrar es uno de esos momentos que definen una vida.

R. Decidí afiliarme porque mis padres me habían educado en unos valores cuyos contornos están en el ámbito de la socialdemocracia y me parecía que eran ideas que ayudaban a entender el mundo. Luego conocí a un grupo de gente en campamentos de verano que eran militantes de las juventudes socialistas. Uno de ellos, Mikel Torres, hoy alcalde de Portugalete y secretario general de Bizkaia del PSE. Me gustaba lo que hacían, que era básicamente interpretar el mundo con ideas que a mí me parecían las mejores y no callarse ante injusticias que para mí no eran muy difíciles de ver. Atentados terroristas, muchas desigualdades sociales, una etapa de dureza por la desindustrialización, un paro desenfrenado, la heroína disparada.

P. Era una Euskadi dura en general, pero tan atravesada por el terrorismo que supongo que pensó en el riesgo que podía correr.

R. Si no hubiera habido ETA, seguramente mi itinerario ideológico habría sido muy similar. Pero creo que aquello lo aceleró. La existencia del terrorismo evidenciaba el mal a mi alrededor y yo creí que había que hacer algo. Pero no pensé en mí. Y mi participación hasta los 24 o 25 años era de unas pocas horas cada no sé cuántos días. Mi vida era estudiar, jugar al fútbol, mis amigos y novias. Lo normal para cualquier persona de esa edad.

R. Era, en todo caso, colocarse en el lado incómodo.

R. Bueno, es que vivir bien en Euskadi era haber elegido mal. Porque cuando están matando indiscriminadamente, que quien asesina no te vea como un obstáculo está mal. Y, si te ve, es difícil vivir cómodamente. Yo seguramente entré a formar parte de algo incómodo, pero correcto. No cambiaría esa decisión si volviera atrás.

Miles de vecinos de Ermua (Vizcaya), entre los que aparece un joven Eduardo Madina, se manifestaron para pedir la libertad de Miguel Ángel Blanco, concejal del PP, durante su secuestro. EFE/LUIS TEJIDO

P. ¿Cómo era el País Vasco en ese momento, a mediados a los años 90?

R. Euskadi, o por lo menos Bilbao, estaba en un gran proceso de cambio, como si se estuviera cerrando el último capítulo de la era industrial y abriendo una nueva etapa alrededor de la reconversión de la ría del Nervión y del Museo Guggenheim, una apertura hacia el futuro. Pero ETA actuó con una dureza brutal hacia dentro con su teoría de la socialización del sufrimiento, una reelaboración del fascismo llevada hasta límites bastante increíbles. Es esta idea de que el pueblo vasco es un pueblo que sufre, así que vamos a hacer que sufran todos esos vascos que todavía no lo saben. La generación a la que yo pertenezco se dio de bruces con Ermua y el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Los asesinados no eran ya altos políticos ni militares de Madrid, sino el que había ido contigo a clase, tu vecino, el que te vendía las chucherías por la mañana o el conductor de autobuses de tu entorno más inmediato.

P. Ahí estaba ya en la universidad, que define como una época de felicidad.

R. La Universidad de Deusto era una especie de zona verde en toda aquella atmósfera. Y tuve mucha suerte con mis compañeros más cercanos de clase. Todos a los 18 años le damos al botón de reinvención y entramos en una nueva vida, en un nuevo espacio, en un nuevo estado de ánimo. Lo agradecí mucho después de los años de instituto. Mi militancia política se activó un poco más y empecé a colaborar con la dirección de las Juventudes Socialistas de Euskadi.

Madina junto a un grupo de amigos de la Universidad de Deusto.

Madina durante su viaje fin de carrera a Roma, en 1999, frente al Panteón.

En un mitin de Patxi López en la campaña de las elecciones autonómicas vascas de 2005.

En San Sebastián, cenando junto a compañeros del PSOE, entre ellos, Carme Chacón y Leire Pajín.

P. ¿Pensó en dedicarse a la política?

R. No. Al acabar la carrera hice un máster de Relaciones Internacionales e Integración Europea y empecé otro de Recursos Humanos porque siempre me había gustado mucho. Me parece que las empresas son su gente. Nunca pensé en profesionalizarme en la política. Quería más bien acabar los estudios, estabilizarme, seguir con la militancia para ayudar y estirar la actividad deportiva hasta los 30 años.

P. ¿Cuándo empezó a ser consciente de que había un riesgo real y cercano?

R. Mi amigo Mikel Torres, al que había conocido con ocho años, un día llegó a la sede del PSE escoltado. Mi amigo Dani Díez, al que había conocido con 10 en una tienda de campaña, también. En 2000, 2001, empieza a ser muy evidente que se acercan y que tu entorno de toda la vida, tus amigos queridos, viven su día a día con protección. Ahí veo que estoy en el sitio correcto y que hay que hacer algo no sólo por ideas políticas abstractas, sino ya también por personas concretas.

Explosión del coche bomba que mató a Fernando Buesa y a su escolta, Jorge Díez Elorza, en Vitoria, el 22 de febrero de 2000.DAVID AGUILAR

P. En los meses previos al atentado, ¿temió por su vida?

R. Hacía demasiadas cosas como para pensar excesivamente en algo así. Trabajaba por la mañana, comía con mi madre, me iba a un máster que estaba estudiando, salía, iba a entrenar con mi equipo de vóleibol, acababa a las 10 de la noche y me iba a casa. Así día tras día. El fin de semana tenía partidos o actividades con las Juventudes Socialistas.

P. Pero sí miraba los bajos del coche.

R. Sí. En el año 99 había entrado en la dirección de las Juventudes Socialistas como secretario de política institucional. A partir del año 2000, tras la ruptura de la tregua, los funerales fueron constantes: profesores de universidad, concejales, dirigentes y militantes del PSOE y del PP. Fueron años durísimos con una polarización política brutal y algo muy paradójico: los que estaban amenazados y eran asesinados por ETA estaban en la oposición, no tenían poder político.

P. Mucha gente miró para otro lado en esos años tan duros.

R. Mucha gente nunca vio nada, nunca sintió nada, nunca escuchó nada y no quiso que le vieran en la foto con los judíos para que nadie se equivocara. Esa indiferencia compone para mí, todavía hoy, el principal misterio de lo que pasó. El grupo mayoritario en toda esta película lo compone el grupo de la indiferencia. Porque quienes mataban y aplaudían no eran más de 200.000, según se ha visto una y otra vez en los sucesivos procesos electorales. Pero la indiferencia era mayoritaria. La sociedad vasca vivió muy cómoda en el ‘algo habrá hecho’ otorgándole a ETA una especie de capacidad justiciera. Y durante muchos años mucha gente no tuvo ningún problema en vivir con un chaval de ETA en el tercero pero estaba muy incómoda con el agente de la Guardia Civil, que tenía que lavar la ropa hacia dentro y que no se viera colgada en el tendedero. Un sector de la sociedad pensó que todo aquello no iba con ellos.

P. ¿Qué importancia ha tenido ETA en su actividad política posterior al atentado?

R. Bastante, porque era miembro de la dirección del PSE y diputado nacional por Bizkaia cuando se abrió el proceso de paz. De 2004 en adelante fueron años de mucha intensidad, una etapa muy bonita en la que el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y políticos como Jesús Egiguren, Patxi López o Alfredo Pérez Rubalcaba tuvieron un papel fundamental. Y empezamos a tener la sensación de que el terrorismo llegaba a su fin.

P. Y llegó. El 20 de octubre de 2011 ETA anunció el cese definitivo de la violencia.

R. Fue un día de muchísimas emociones, muy bonito. Prácticamente no pude dormir. Pasé la noche en blanco. Pensé mucho en todo lo que habíamos vivido allí, en la felicidad de ese día, en la gente que se había perdido y quedado por el camino. Y dediqué aún más tiempo a pensar en lo que venía, en imaginar cómo sería la vida. Íbamos a vivir sin escolta, a ver las calles llenas de mujeres y hombres libres, a poder hacer política en Euskadi con normalidad. Era muy emocionante imaginar cómo sería. Aquella noche, de pronto, era el primer día de una vida nueva.

Clientes del bar de la sede del PNV en Bilbao ven el 20 de octubre de 2011 la lectura del comunicado de ETA anunciando el fin de la violencia.SANTOS CIRILO

P. Cuando se repasa la hemeroteca, parece increíble que todo eso sucediera hace tan poco tiempo.

R. Hasta hace 10 años vivíamos en un lugar donde un grupo de gente asesinaba a todo aquel que consideraba que debía asesinar, y lo hizo de manera sistemática y sostenida en el tiempo durante cinco décadas. ETA atravesó una dictadura, una democracia, contextos internacionales diversos, situaciones políticas y económicas de todo tipo, Gobiernos de izquierdas y de derechas. Es impresionante. Parece increíble, un pasado muchísimo más lejano.

P. ¿Qué conviene recordar y qué conviene olvidar?

R. Ese equilibrio no hace falta crearlo, porque el olvido sale solo. De hecho, de los grandes acontecimientos de la historia ya hay mucho que hemos olvidado. La memoria es lo que hay que cuidar, custodiar y proteger. Incorporar a los estudios los hechos dolorosos de nuestro pasado. La gran mayoría de los niños y niñas vascos no saben quién fue Miguel Ángel Blanco. Por eso me metí en el libro Todos los futuros perdidos con Borja Sémper [Plaza y Janés, 2021]. Y por eso, a pesar de todo lo que me cuesta hablar de ello, he aceptado esta entrevista. Como un pequeño granito de arena en términos de memoria.

Vídeo: Una mirada atrás Créditos:

Maquetación: Nelly Natalí


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