En una actuación poco habitual, la Casa Blanca se pronunció respecto a la decisión de la condena contra el expolicía Derek Chauvin por la muerte del afroamericano George Floyd. Sin embargo, salvo contadas excepciones, resultó muy llamativo el silencio desde las filas republicanas. Más allá de las reacciones políticas, el Departamento de Justicia anunció este miércoles que investiga a la policía de Minneapolis, a la que pertenecía Chauvin, para determinar si las prácticas que aplica se ajustan a la ley.
Movido por el veredicto del martes, este miércoles compareció públicamente el fiscal general de EE UU, Merrick Garland, para anunciar que el Departamento de Justicia que dirige estaba iniciando una amplia investigación sobre las prácticas policiales en Minneapolis. La indagación busca establecer si existe “un patrón o práctica” de vigilancia policial inconstitucional o ilegal, que pueda conducir a cambios importantes en la vigilancia por parte de las fuerzas del orden en esa ciudad de Minnesota. Garland finalizó declarando que el veredicto del caso Floyd “no aborda problemas potencialmente sistémicos de vigilancia policial en Minneapolis”.
Antes, durante y después de que se leyera el veredicto que declaraba a Chauvin, de 45 años, responsable de los tres cargos de homicidio de los que se le acusaba, el presidente, Joe Biden, aseguró que “rezaba” para que el jurado alcanzara “un veredicto correcto” en un caso que calificó de “abrumador”. La Casa Blanca lanzaba el mensaje de que admitía también que consideraba a Chauvin culpable de haber matado a Floyd, aunque su jefa de prensa, Jen Psaki, intentó quitar hierro al asunto asegurando que el mandatario no intentaba influir sino mostrar compasión por la familia de la víctima. El propio Biden aseguró que hacía las declaraciones sabiendo que el jurado estaba aislado y no podía ser influenciado.
Biden: “El racismo sistémico es una mancha en el alma de Estados Unidos”
Minneapolis celebra el veredicto con una pregunta: ¿cuántos muertos no fueron grabados?
Sin embargo, nada más conocerse el veredicto, que supone un hito en la lucha contra el racismo en Estados Unidos, Biden llamó por teléfono a la familia de Floyd que se congregaba en los pasillos del juzgado de Minneapolis. En esa ocasión, el presidente de EE UU hizo su primera gran declaración, al proclamar la gran importancia del momento que vivía la nación. “Estados Unidos es hoy un lugar mejor”, sentenció.
Poco más de dos horas después y, una vez que la familia de Floyd había comparecido ante las cámaras de televisión, llegó el momento en el que el mandatario se dirigió a la nación, junto con su número dos, Kamala Harris. Ambos reconocieron el pecado fundacional del país. Biden fue directo: “El racismo sistémico es una mancha en el alma de la nación”. Era la tercera vez en el día en que el que fuera vicepresidente con Barack Obama rompía la barrera que separa el poder ejecutivo de la Casa Blanca del poder judicial y expresaba abiertamente su opinión respecto al caso Floyd al celebrar el veredicto como “un paso gigante para la justicia en Estados Unidos”.
El columnista del diario The Washington Post Paul Waldman escribió el martes que Biden no debería de haber dado a conocer su parecer antes de conocerse el veredicto, y que además existía una doble vara de medir al evaluar las acciones de Biden y de quien fue su jefe durante ocho años. ”Imagínense al presidente Barack Obama diciendo algo parecido. La reacción por parte de los republicanos hubiera sido sin lugar a dudas termonuclear”, apuntó.
Por poner un ejemplo, Obama fue duramente condenado por un simple comentario. El entonces presidente declaró tras la muerte en 2012 del joven de 17 años Trayvon Martin, tiroteado por un guardia de seguridad en Florida, que si él hubiera tenido un hijo “se parecería a Trayvon”. Esa simple frase, esa transgresión en opinión de la oposición política, fue usada durante años por los republicanos para asegurar que Obama era un instigador de la lucha racial.
Reformas pendientes
Si es cierto que Estados Unidos cerró el martes un capítulo trascendental en su historia racial, también lo es, como declaró Biden, que queda mucho camino por recorrer dentro de la catarsis nacional que despertó el caso Floyd, con la mayor ola de protestas contra el racismo en el país desde el asesinato de Martin Luther King, en 1968.
El presidente se quejó de que había hecho falta casi todo un año —la muerte de Floyd se produjo el pasado 25 de mayo de 2020— para que “un asesinato cometido a plena luz del día” tuviera un culpable condenado ante la justicia. Biden declaró hasta tres veces que había que poner fin a la violencia ejercida por algunas fuerzas del orden, para lo cual el Congreso debía actuar y convertir en ley el proyecto —que lleva el nombre de Floyd— contra los abusos policiales. Un proyecto que ya aprobó la Cámara de Representantes a principios de marzo, pero que languidece en el Senado y ahí donde puede acabar muriendo debido al filibusterismo. “Ya basta”, repitió Biden hasta tres veces. El mandatario y la vicepresidenta Harris llamaron a sacar adelante esa ley, que haría mucho más fácil enjuiciar a los agentes que actúan un uso indebido de la fuerza.
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