Mientras ya iba acumulando tropas y armamento en la frontera con Ucrania, el pasado 15 de noviembre Rusia disparó un misil con el que destruyó su satélite Kosmos-1408, una reliquia soviética lanzada en 1982. La prueba causó una gran polémica internacional al haber producido una nube de residuos que puso en peligro a astronautas y otros aparatos. A la vez, el disparo fue un claro recordatorio de la importancia esencial del espacio en la vida contemporánea y, por tanto, del equilibrio de fuerzas entre potencias.
El espacio tiene un enorme interés por motivos estratégicos y económicos, sobre todo debido a su papel central en la recolección y flujo de datos. Los satélites son neurálgicos para actividades como las telecomunicaciones o la geolocalización, claves tanto para fines comerciales, como de espionaje y militares. Las fuerzas armadas modernas dependen en gran medida de sistemas espaciales para desarrollar sus operaciones ofensivas o defensivas. En paralelo, el espacio es importante por motivos tan diversos como las posibilidades de investigación científica que abre o las perspectivas futuras de minería.
En este contexto, el mundo asiste a una renovada carrera espacial, de características muy distintas de las que marcaron el pulso entre Estados Unidos y la URSS en el siglo pasado. Entonces era una lucha entre superpotencias. Ahora, hay decenas de Estados con programas espaciales, pero además hay un enorme fermento en el sector privado —no solo grandes empresas como las de Elon Musk, Jeff Bezos y Sir Richard Branson, sino también de menor tamaño o start-ups— o en el educativo —con la actividad de algunas universidades—.
El fermento es considerable. Por un lado, se registra “un enorme incremento en la actividad de lanzamiento de satélites en los últimos años”, señala Jonathan McDowell, experto de la Universidad de Harvard que sigue atentamente el sector. “Además del incremento, es notable cómo ha cambiado el equilibrio entre actividad gubernamental y privada. Ahora, a diferencia del pasado, esta última es la mayor”. De los alrededor de 5.000 satélites activos en órbita actualmente según el recuento de McDowell —cuya labor de catalogación es una referencia en el sector—, unos 2.000 los ha lanzado SpaceX, la empresa de Musk, que tiene previsto lanzar decenas de miles en los próximos años.
Por otra parte, hay actividad estatal de exploración espacial muy consistente. Estados Unidos tiene en marcha el proyecto Artemis, que prevé volver a enviar astronautas a la luna (en 2024) a través de una estación en órbita alrededor de la luna (Gateway), desarrollado en cooperación con varios países socios. China avanza en ambiciosos programas, desde el próximo estreno de su estación espacial, Tiangong (este año), hasta un proyecto de cooperación con Rusia para instalar una base en la luna (de horizonte temporal lejano y muy incierto).
El equilibrio de fuerzas
¿Cuál es la relación de fuerzas en esta nueva carrera espacial? “En términos de capacidades, Estados Unidos sigue siendo la potencia preeminente”, considera Mark Hilborne, jefe del grupo de investigación sobre la seguridad espacial del King’s College de Londres. Por experiencia, tecnología, medios, contexto empresarial, Washington mantiene una significativa ventaja sobre competidores y adversarios. A finales de 2019, Washington activó la Fuerza Espacial, un servicio específico dentro de sus Fuerzas Armadas. Al margen de esto y de la misión lunar, estudia o desarrolla multitud de planes, entre ellos sistemas para mejorar las defensas de satélites, por ejemplo dotándolos con propulsión nuclear.
La ventaja de Washington sigue, pues, clara, “pero China tiene una enorme ambición, un enorme potencial y empieza a desafiar EEUU en varias áreas”, prosigue el experto. “En sus documentos de planificación se detecta un tono agresivo y competitivo, con la intención de convertirse en potencia dominante a mediados de los años cuarenta de este siglo”, dice. Al igual que en otras áreas, el liderazgo chino dirige un esfuerzo poderoso para reducir distancias con su gran adversario estratégico —y superarlo—.
Rusia, señala Hilborne, cuenta con el activo de una larga experiencia en el sector. “Entienden el espacio”, dice. El disparo contra el Kosmos-1408 ejemplifica el asunto: la antigua URSS ya hizo pruebas de ese tipo, igual que EEUU (y, en este siglo, China e India). Moscú es un miembro importante de proyectos internacionales como la Estación Espacial, y es muy activo en lo que en jerga se conocen como operaciones de proximidad, es decir acercamiento a satélites adversarios. Pero el Kremlin no compite al mismo nivel que Washington o Pekín. “Las capacidades están significativamente limitadas por falta de tecnologías (aquí las sanciones occidentales importan) y de capital humano, debido a limitaciones financieras y baja eficiencia económica”, dice Pavel Luzin, experto en asuntos de Defensa, Seguridad y Política rusa.
Los países europeos, por su parte, disponen de altas capacidades tecnológicas y un sector privado bastante vibrante. Pero su pujanza tecnológica y su activismo en el segmento civil/comercial vienen acompañados de circunstancias que limitan su capacidad de proyección en la cada vez más descarnada arena internacional, especialmente la falta de unión política en la materia y la menor atención militar al asunto comparado con otras potencias.
Por un lado, está la cuestión de la visión. “Estados Unidos ve el espacio, en primer lugar, como un instrumento de dominación. Luego también tiene un interés comercial, pero lo otro es lo principal. Europa, a diferencia de otras potencias, no tiene esa aproximación, la suya es de perfil económico y científico. En ello, tiene una posición bastante única. En ese marco, la vertiente militar supone nada más de un 10-15% de las actividades”, comenta Jean-Jacques Tortora, director del Instituto Europeo del Política Espacial.
Por el otro, está la cuestión de la vertebración. “La Agencia Espacial Europea es un activo tremendo, muy respetada internacionalmente”, dice Tortora. “Pero obviamente no es un actor político. Por otra parte, la Unión Europea no tiene competencias de peso en la materia. Las instituciones comunitarias querrían avanzar, pero hay reticencias de países miembros en ese sentido. Así, en un entorno cada vez más competitivo y congestionado, los Gobiernos se dan cuenta que es necesario tomar posiciones, y asistimos a un florecer de iniciativas nacionales al respecto, creación de agencias espaciales nacionales, regulaciones, lanzamientos. Me parece previsible que esa dinámica seguirá”.
En esa línea, cabe destacar que el Gobierno español acaba de dar luz verde a principios de año a la constitución de una Agencia Espacial nacional, anunciada en mayo del año pasado, y que será dirigida por el exministro de Ciencia y astronauta Pedro Duque. En términos militares, Francia creó en 2019 la unidad de Comando del Espacio.
Las alianzas
Europeos, estadounidenses y otros países occidentales desarrollan una estrecha cooperación desde hace tiempo. El proyecto lunar Artemis liderado por la NASA, por ejemplo, cuenta con una amplia red de colaboración. Estas sinergias permiten grandes ventajas con un reparto eficiente del trabajo en ciertos emprendimientos. Las alianzas también constituyen redes de seguridad en casos de emergencia o ataque. Un cortocircuito de capacidades satelitares tendría efectos diferentes contra un país con aliados dispuestos a apoyar que contra otro sin las complicidades suficientes con otras potencias espaciales como para recibir esa ayuda.
Durante las últimas décadas, los países occidentales han cooperado también con Rusia en algunas iniciativas, con el proyecto de la Estación Espacial Internacional quizá como emblema. Pero esta perspectiva se reseca a pasos agigantados en un escenario geopolítico de conflicto entre Moscú y Occidente.
En ese marco, se replica en el espacio el acercamiento entre Rusia y China que también avanza en otros sectores, como ha evidenciado la reunión mantenida entre Xi Jinping y Vladímir Putin el viernes en Pekín. Los dos países desarrollan diversas iniciativas conjuntas en el espacio. Hay elementos lógicos de peso para esa convergencia: Moscú tiene la experiencia, Pekín las finanzas; ambas recelan de Occidente. Sin embargo, hay motivos para dudar del potencial real de esa cooperación.
“No hay suficiente confianza entre Rusia y China para una cooperación a plena escala”, argumenta Luzin. “Además, la colaboración de Moscú con Occidente se apoyaba en la idea de interdependencia. La estrategia de China, en cambio, no contempla ningún tipo de interdependencia. Rusia ayudó al programa espacial chino en los noventa y a principio de los 2000. China no está interesada ahora en replicar, en ser un donante. Por tanto, solo es posible un nivel limitado de cooperación. Aun así, Rusia usa la retórica de la alianza con China como elemento de presión con Occidente”. Al respecto, McDowell, de Harvard, incide en que esa colaboración “de momento, es más un asunto retórico que sustancial”.
El sector privado
El desarrollo de la actividad privada es en muchos sentidos asombroso. No solo SpaceX de Elon Musk es el principal lanzador de satélites, sino que empresas como las de Bezos y Branson han dado enormes pasos adelante y empiezan a hacer realidad el turismo espacial. La aceleración es extraordinaria, y estas compañías dominan tecnología que hasta hace muy poco parecía impensable que fueran dominadas por actores no estatales. Los intereses económicos son considerables, pero además es importante lo que el trabajo de compañías privadas aporta a las capacidades acumuladas de un Estado u otro.
Es evidente que EE UU goza en esta área de una ventaja considerable. El Gobierno ha alentado el crecimiento de estas compañías y cuenta con ellas para el desarrollo de ciertos proyectos. Tanto McDowell como Hilborne consideran que China cuenta con un sector menos visibilizado que el estadounidense pero crecientemente pujante. “En este apartado, en cambio, Rusia, se halla completamente rezagada”, dice el experto del King’s College.
Las normas
El texto de referencia es el Tratado del Espacio Ultraterrestre, acordado en el marco de la ONU y en vigor desde 1967. “Es un buen documento legal”, considera Tortora. “Fijó los principios, no es irrelevante”. Pero, más de medio siglo después, el escenario ha cambiado radicalmente, y esto plantea serios problemas. “La vida evoluciona y el derecho puede quedarse desfasado. Normalmente, la jurisprudencia ayuda a superar estos problemas con su interpretación, pero en el espacio estos es imposible porque no existe una autoridad jurídica”.
Las perspectivas para reformulaciones de fondo y vinculantes son prácticamente nulas a la vista de los posicionamientos políticos mayoritarios. “El escenario puede dividirse en tres bloques”, explica Tortora. “Las grandes potencias, que sustancialmente no quieren asumir compromisos vinculantes que limiten su capacidad de acción; los emergentes, que quieren tener la misma libertad que tuvieron los pioneros; y luego un grupo de potencias medianas, como los europeos o Japón, que sí contemplaría un nuevo marco normativo, pero están en minoría. En el corto-medio plazo, no soy optimista, pero a largo creo que, como en el medioambiente, se irá consolidando la idea de que son necesarios compromisos comunes acordes al desarrollo de los acontecimientos”.
Otros actores
La actividad es intensa, la pluralidad de actores, creciente. No solo están previstos decenas de miles de lanzamientos de satélites, sino que también la actividad lunar tiene ahora protagonistas impensables hasta hace no mucho. Entre ellos, cabe por ejemplo destacar el proyecto de Emiratos Árabes Unidos, que planea colocar en la luna su aparato Rachid. El programa cuenta con ayuda de tecnología japonesa para el alunizaje, y el lanzamiento correría a cargo de SpaceX. Muchas otras naciones dan pasos cada vez más decididos. La nueva carrera espacial es concurrida. La competición celestial tiene un gran impacto en los equilibrios terrestres.
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