A lo largo del mes musulmán del Ramadán, durante el que las telenovelas viven su gran momento del año, una serie ha atraído especial atención ―y una dosis igual de polémica― en Egipto. El propio presidente del país, Abdelfatá al Sisi, le dedicó elogios en su recta final, y la icónica plaza de Tahrir de El Cairo se llegó a cerrar brevemente para tomar una foto de equipo, un honor reservado solo a grandes ocasiones de Estado.
La serie, llamada La elección, representa un ejercicio inédito de revisión histórica de la lucha antiterrorista en el país entre 2013, coincidiendo con el golpe de Estado de Al Sisi, y 2020, fiel a la narrativa del régimen. La descripción de la productora, vinculada a los servicios secretos del país, no deja espacio a la duda: “basada en hechos reales”, la telenovela “revela el verdadero heroísmo de las fuerzas de seguridad para proteger a nuestro país del terrorismo”.
“Nuestras fuentes para la precisión [de la serie] provienen del Ministerio del Interior y las demás fuentes que hemos obtenido de diferentes entidades de confianza en Egipto”, asegura Hossam Saleh, el jefe de operaciones del Grupo de Medios Egipcios, el conglomerado que posee la productora. “Para la información sobre los personajes, en la mayoría de casos conocimos a sus amigos, personas y familias, y los detalles vienen de ellos”, añade Saleh, que señala que la serie ha llevado un año de trabajo y ha llegado a millones de personas.
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Que la serie fue una de las principales apuestas del año se desprende de la calidad de su producción, que contrasta con una historia y narrativa maniqueas, simples y masticadas para el gran público. Las fuerzas de seguridad aparecen siempre dispuestas a sacrificarse, exhiben una actitud heroica, son intuitivas, inteligentes, meticulosas, tienen sangre fría y derrochan valentía y cierta chulería para completar el prototipo de masculinidad. Frente a ellos se encuentran personas conducidas por su interés personal, cobardes, mentirosas, manipuladoras, drogadictas y con el cerebro lavado. El blanco principal son los miembros del movimiento islamista de los Hermanos Musulmanes, que aparecen demonizados y como el origen de cualquier grupo extremista.
El episodio más problemático de la producción es el que narra la matanza de partidarios del depuesto presidente Mohamed Morsi en agosto de 2013, mientras permanecían acampados en la plaza de Raba de El Cairo. En la serie, son los Hermanos Musulmanes quienes se preparan para el combate y los que abren fuego contra las fuerzas de seguridad, que pretenden que el desalojo sea pacífico y solo disparan a quienes van armados. La Hermandad, sobre la que se hace pesar la responsabilidad de todo lo ocurrido, exagera las cifras de muertos y manipula vídeos para esconder sus armas, que en la serie aparecen continuamente ―sobre todo con imágenes reales― pese a que en realidad se llegaron a encontrar solo unas pocas.
La versión de la serie contrasta con la reconstrucción de los hechos, mucho más agria, realizada por múltiples grupos de derechos humanos egipcios e internacionales, que documentaron la muerte de entre 800 y 1.000 manifestantes. Human Rights Watch, por ejemplo, consideró que el desalojo podría constituir crímenes contra la humanidad por su carácter generalizado y sistemático y por responder, probablemente, a un plan previo. Nunca se ha investigado.
Otros episodios sangrientos de la historia reciente de Egipto que se narran en la serie son el asesinato del ex fiscal Hisham Barakat en 2015, atentados contra objetivos cristianos como la iglesia de San Pedro y San Pablo en El Cairo en 2016, el atentado más mortífero de la historia reciente del país en la mezquita de Al Rawda del Sinaí en 2017, o asaltos a puestos de control militares. En ningún caso se trazan distinciones entre los episodios, sus perpetradores o los objetivos. Todos se atribuyen a un mismo y único fenómeno.
Un elemento especialmente destacado de la serie es la figura de los mártires de las fuerzas de seguridad, que entregan su vida por la patria, e incluso el propio martirio como destino. Los nombres e imágenes de policías muertos se recuerdan al final de muchos capítulos. Asimismo, se pone un énfasis especial en disputarle el espacio religioso a los Hermanos Musulmanes mediante recursos sutiles, como agentes que rezan o leen el Corán mientras se dirigen a alguna operación, y más directos, cuando los oficiales les discuten las ideas religiosas a los supuestos terroristas, siempre con más conocimiento de causa. La producción también se ocupa de mostrar unos interrogatorios que se desenvuelven gracias a la habilidad de los agentes y en los que no se recurre a la tortura, a pesar de que hay evidencias de lo contrario.
La telenovela, por último, se encarga de mandar un mensaje claro a la audiencia: pese a los logros, la lucha antiterrorista ―y se sobreentiende que, con ella, también las medidas extraordinarias que la acompañan― no va a detenerse. Ya que los ataques contra Egipto no cesan ni se prevé que lo hagan, en palabras de uno de los protagonistas, “mientras el país progrese”.
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