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El aislamiento de los adolescentes privados de cuidado parental


“Hay muchos factores que generan estrés y el estrés familiar es uno de los determinantes de la violencia contra los niños”, dice la representante adjunta de Unicef Argentina, Olga Isaza. La pérdida del trabajo, el estudio en casa, la destrucción de las rutinas y, sobre todo, la convivencia forzada enrarecen el ambiente hogareño, hasta que toda la carga negativa cae sobre el eslabón más débil de la cadena: los niños. Sin herramientas para defenderse, son ellos los que se llevan la peor parte del confinamiento.

“En las familias donde ya había violencia hay mujeres y niños conviviendo con un agresor. Hay que tener en cuenta que los violentos y los feminicidas tienen como modus operandi el aislamiento de sus víctimas. Y lo que sucede en esta situación extrema es que los factores de protección, como la escuela, no están, y los factores de riesgo, como el aislamiento, aumentan”, dice Marisa Graham, la Defensora de Niño, Niña y Adolescentes en Argentina.

El Estado cuenta con una red de asistencia a los menores víctimas de violencia a través de la línea 102, pero su alcance no es nacional. Por eso la ayuda se ha concentrado en la línea 137, destinada a casos de violencia familiar. Graham dice que aún no hay una estadística fina que permita elaborar un mapa de llamadas, pero aclara que, contra lo que podría esperarse, los pedidos de ayuda han disminuido desde el inicio del confinamiento. “Eso no tiene por qué ser una buena noticia”, aclara, “es probable que esos niños no hayan podido llamar” porque están conviviendo las 24 horas con su agresor. La dirección del 137, que depende del Ministerio de Justicia, rechazó hacer declaraciones a este diario o aportar información estadística.

“Por emergencias previas tenemos la experiencia de que las agresiones contra mujeres y niños aumentan. No tenemos duda de que ahora también han aumentado. Estimamos que seis o siete de cada 10 niños y niñas pueden estar sufriendo algún tipo de violencia”, advierte Isaza, de Unicef. La directora de Aldeas Infantiles, Alejandra Perinetti, una ONG que vela por los derechos de la infancia en barrios pobres, dice que el problema es especialmente grave en familias en las que la violencia “es cotidiana”. Llama, sin embargo, a poner también el ojo sobre las casas de clase media y alta. “Los hogares más pobres tienen una lupa gigante sobre ellos, pero cuidado porque las familias de mayor poder adquisitivo no están exentas de la violencia. Y esos niños están más desprotegidos porque no entran en el radar y no tienen acompañamiento del Estado o de las organizaciones”, dice Perinetti.

Lo que sucede en esta situación extrema es que los factores de protección, como la escuela, no están, y los factores de riesgo, como el aislamiento, aumentan

Marisa Graham, Defensora del Niño, Niña y Adolescentes en Argentina

El problema no es patrimonio de Argentina. Sin embargo, es el país de la región que más tiempo lleva en cuarentena obligatoria, y donde esta ha sido más restrictiva. Más de cinco semanas sin salir de casa ha permitido hasta ahora al Gobierno del peronista Alberto Fernández planchar la curva de contagios y mantener a raya el número de infectados por la covid-19 (más de 4.700 hasta el 4 de mayo). Pero la demora en alcanzar el pico de la pandemia ha traído como daño colateral la extensión del confinamiento.

El fin de semana del 25 de abril, Fernández anunció un plan de “salidas recreativas” de una hora por día para los más pequeños. Respondió así a los asesores que le advirtieron del deterioro progresivo de la salud psicológica de los confinados, sobre todo en las grandes ciudades. El lunes se vieron familias con niños en la calle, pero la medida pronto fue anulada por los gobiernos regionales de los distritos más poblados, como Buenos Aires, Córdoba o Rosario. El temor a un empinamiento de la curva de contagios dejó a los niños en casa. Y sin fecha de salida.

Con el avance de los días, los problemas intramuros crecen. “Los niños y las niñas no pueden expresar igual que los adultos sus preocupaciones. Entonces hacen pataletas, lloran y gritan más de lo habitual, o no duermen o no comen. A todos esos cambios de comportamiento los adultos los manejamos con violencia. Es una cadena sin fin, que tiene a todos angustiados”, dice Isaza, de Unicef. Para Graham, esta convivencia conflictiva se salda con actos de “microviolencias cotidianas”. “No se visualizan como violencia, como el zamarreo, el grito o el chirlo [un golpe suave en, por ejemplo, la cabeza], cosas que hace años venimos peleando para que dejen de suceder. En el caso de los adolescentes es el insulto, porque los adultos no son tontos y a los más grandes los castigan con algo que no sea físico”, explica la defensora de la Niñez.

¿Cómo controlar esos estallidos familiares? Desde Unicef recomiendan algunas prácticas que pueden dar resultado. “Primero, es importante que podamos ponernos de acuerdo sobre las normas de la familia, para anticiparse a los problemas; segundo, ayuda mucho que el niño no pierda el contacto con el adulto de confianza, que no siempre son el papá o la mamá, sino un abuelo o una tía; tercero, debemos entender que los niños no se expresan como nosotros y actividades como dibujar o hacer teatro los ayudan a digerir la realidad; cuarto, no debemos sobreexponerlos a las noticias sobre el coronavirus, porque eso aumenta la tensión”, resume Isaza. Desde Aldeas Infantiles SOS recomiendan también flexibilizar las restricciones en casa, con límites menos rigurosos para el uso de pantallas, por ejemplo, y aceptar que la casa pueda no estar del todo ordenada.

Si nada de esto funciona y la violencia existe, debe intervenir un tercero. Perdidos los lazos con el exterior, es determinante el control social. “Es importante no callarnos cuando el vecino de al lado le grita a su hijo o se escuchan golpes. Lo que decimos desde Aldeas es: ‘Miremos y escuchemos, que esto le puede estar pasando a un niño muy cercano a nosotros”, dice Perinetti. Y cuando todo esto pase, habrá que reconocer el esfuerzo de los niños, niñas y adolescentes que se las arreglaron para superar el momento. “Son ellos los que se adecuaron a la educación a distancia, los que esperan que la mamá termine con la única computadora de la casa, o los que no tienen y usan el celular del papá para pasarle a la maestra la foto del trabajo que hicieron a mano”, dice Graham. “Como los médicos que cada día reciben su homenaje desde los balcones, los niños se merecen todos los aplausos”.

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