El Alavés ha cerrado una temporada desconcertante, marcada sin duda por la Covid-19. Hasta el confinamiento, el equipo trasladó señales de esperanza con su despegue en la segunda vuelta. Sin embargo, los buenos augurios se han convertido en una desesperante pesadilla. El brutal hundimiento final, que incluso ha estado cerca de costarle el descenso, le obliga a reflexionar. De cara a un próximo curso en el que se prevén bastantes cambios, elegir al entrenador es ahora la principal prioridad.
El club babazorro podrá celebrar su centenario entre los grandes, pero da la sensación que esta campaña ha sido un paso en falso. En las tres anteriores de su actual etapa en la élite, ofreció un rendimiento bastante superior al de un candidato a la permanencia.
En la 16-17, la del regreso a la Primera División, consiguió salvarse con brillantez y disputó la final de Copa, el segundo gran éxito de su historia. En la 17-18, tras un horrible inicio, la incorporación del Abelardo en diciembre le permitió remontar y sellar la permanencia con holgura. En la pasada, la 18-19, realizó una gran primera mitad liguera que le permitió instaurar en 32 puntos su récord de puntuación en Primera. En la actual, el equipo ha transitado casi siempre entre la zona templada y baja de la tabla, oscilando entre la 11ª y 17ª posición en la mayor parte del curso.
Demasiada tensión
A pesar de que el equipo nunca ha ocupado plazas de descenso y casi siempre ha mantenido rentas de entre tres y siete puntos con el 18º, la campaña no ha sido ni mucho menos tranquila en el seno del club. Antes del parón, Asier Garitano ya pasó dos momentos complicados.
El primero, al poco de empezar la liga, cuando en la sexta jornada, el 26 de septiembre, el equipo, que venía de perder 2-0 en San Mamés, encajó un 3-0 ante la Real Sociedad que le dejó al borde del abismo. La inmediata victoria tres días después ante el Mallorca (2-0) y la solida marcha del equipo en Mendizorrotza al abrigo de su público espantaron los fantasmas.
El segundo llegó en diciembre, cuando el Alavés sólo sumó dos puntos en cinco jornadas. Pese a mantener una renta tranquilizadora sobre los tres últimos -cinco puntos-, el técnico de Bergara volvió a estar cuestionado. De nuevo, la reacción del equipo, con el arreón pegado en el arranque de la segunda vuelta -12 puntos en ocho duelos- calmaron las aguas.
Así, el conjunto babazorro alcanzó el confinamiento con 32 puntos y siete de ventaja sobre el descenso. Su buena racha final apuntaba a que la permanencia ya estaba conseguida.
Sin embargo, todo se torció de manera tan radical como inesperada. Durante el parón, la dura negociación económica, que finalmente se cerró por un acuerdo por el que a la plantilla se le aplicó una de las rebajas de sueldo más severas de la competición, añadió aún más tensión a la ya acumulada por la situación atípica provocada por la pandemia.
Reacciona a tiempo
Al Alavés se le atragantó el confinamiento hasta el punto de que, en el regreso a la competición, se convirtió en una caricatura de sí mismo. Sin el nivel físico necesario para imponer su férreo estilo y sin tiempo para preparar a conciencia los partidos, una racha de un triunfo y seis derrotas -cinco de ellas seguidas tras ganar a la Real Sociedad- encendió todas las alarmas.
Josean Querejeta, acostumbrado a actuar con contundencia, puso en duda la profesionalidad de los jugadores con unas duras declaraciones y, tras perder en Valladolid, destituyó a Asier Garitano.
La llegada de López Muñiz, que ha estado quince días en el club, sirvió finalmente para conseguir que el equipo, totalmente hundido, reaccionara y, con cuatro puntos ante Getafe y Betis, atenuara su brutal hundimiento salvando la categoría.
El último partido ante el Barcelona, saldado con un humillante 0-5 tras una hiriente primera parte, es una muestra del verdadero estado de ánimo de un plantel que, tras perder su carácter competitivo, ha cerrado la temporada como un alma en pena.
Al final, 39 puntos, la puntuación más baja en esta etapa en Primera, y tres de renta sobre el descenso son el balance de un Alavés que acaba el curso con un aprobado raspado y tiñe de interrogantes su futuro inmediato. Ahora, definir quién va a ser el nuevo entrenador es la prioridad.