Una fría tarde de 1982, el escritor Yann Andréa se sentó delante de su amiga la periodista Michèle Manceaux en el ático de la mansión que compartían él y la cineasta y literata Marguerite Duras, su pareja, en Neauphle-le-Château, a unos cincuenta kilómetros de París. Más allá de la diferencia de edad —Duras era 38 años mayo que Andréa—, a este lo que le remordía de su relación, nacida de una pasión desaforada del primero por el arte de la segunda, era su homosexualidad. Manceux puso la grabadora en marcha, sin más intención que Andréa pudiera verbalizar su dolor y sus sentimientos, y él empezó a hablar. Aquellas casetes quedaron en manos de la periodista y solo tras la muerte de ambos la hermana de Andréa las recuperó, las transcribió y las publicó en 2016. Esa es la base de Quiero hablar de Duras, la película de la francesa Claire Simon, que levanta pulcro testimonio de aquella conversación y que concursa en el festival de San Sebastián.
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Yann Andréa descubrió a Duras a los 20 años, cuando estudiaba Filosofía en Caen. Impresionado por su literatura, decidió que no leería a nadie más durante el resto de su vida. En 1975 se acercó a una proyección con coloquio de India Song, la sexta película de Duras, y tras una reflexión en público de Andréa sobre la toma final acabaron de copas con otros universitarios. Durante los siguientes cinco años, él le envío una carta diaria, hasta que se hartó de que no le respondiera, desistió y solo en ese momento Duras, estrella de la literatura y el cine, figura capital en la Francia de la segunda mitad del siglo XX, decidió hacerle caso.
Era 1980 y ahí empezó una relación que solo finalizó tras la muerte de Duras a los 81 años, en 1996. Fueron años en el que la figura de Andréa —que se llamaba en realidad Yann Lemée, Duras le obligó a cambiárselo para que usara de apellido el nombre de la madre de Yann, Andréa— aparece como un fantasma en la obra de ella, mientras que el mismo Andréa escribió novelas hasta cierto punto autobiográficas que la crítica literaria ridiculizó, considerándole un simple añadido de Duras. De puertas adentro vivieron 16 años de brutal relación, en la que la escritora le humilló, tiranizó y maltrató. El alcohol maceró aquella violencia. “Todos los hombres son homosexuales en potencia, solo les falta saberlo”, escribió Duras.
Sin embargo, el uno no podía vivir sin la otra, y ella encontró en él su propio despertar literario y alguien a quien esclavizar, en quien derramar su carácter volcánico. Andréa además devino en su secretario personal. Aquella tarde de 1982 Andréa ve venir, como un pez al que la red del pescador va envolviendo, la futura imposibilidad de salir de esa relación. Simon ha tomado un par de riesgos artísticos: el primero, casi obvio, es que el espectador no ve a Duras; el segundo es dejar que la conversación fluya en pantalla como si fuera una obra de teatro, e ilustrar así la opresión que atenaza a Andréa.
“Yo crecí con la literatura de Duras —mi madre, que no leía mucho sí seguía a Duras—, pero quiero recalcar que esta es una película sobre Yann. El texto contiene la historia, a los seres, es un archivo que hemos convertido en imagen y sonido, una traslación de la emoción que yo viví cuando lo leí”, contaba este lunes en San Sebastián Claire Simon, que confesó la impresión que le causó el libro cuando lo leyó en 2016. “Tanto que volví a leerlo, Y aunque parecía material de teatro, y así se lo recomendé a una amiga, finalmente se convirtió en mi película”, recordaba la directora y fotógrafa, veterana documentalista, sobre su quinto largometraje de ficción. “Para mí todo es cine, no diferencio entre documental y ficción. Ya estaba el texto original, solo había que desplegarlo, hacerlo presente para el espectador y trabajar con Swann Arlaud [que encarna a Andréa] y a Emmanuelle Devos [que da vida a Michèle Manceaux]. Sabía que esta historia era más universal que solo la plasmación de la relación de Andréa y Duras, que es en realidad el amor entre dos personas”. Aunque regateó cualquier influencia de Duras cineasta: “Lo mío es otra cosa. Tenía que rehuir la terrible posibilidad de que parecieran dos personas hablando en la televisión, y a la vez que el público tuviera claro que efectivamente existió una relación sexual entre Duras y Andréa”, algo que ilustra con acuarelas que salpican el metraje, “dibujos que muestran cuerpos y deseo”.
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