Hay un insecto diminuto con luz propia que las noches de verano se podía contemplar en el campo o en los pueblos pequeños. Ver bailar a las luciérnagas era magia pura. Ya no quedan apenas, las de por aquí se han muerto. Todavía puede disfrutarse de su danza de luz en lugares privilegiados donde hemos llegado pocos o no hemos llegado en masa.
Al menos en las especies europeas, son las hembras las que brillan (lo cual no nos sorprende), lo hacen para atraer a los machos. Pero lamentablemente, con las luces de los humanos estos se desorientan. Las luciérnagas se han apagado porque son delicadas y sus ciclos reproductivos se han resentido. Dicen los que saben que los insectos están muriendo por una combinación letal de pérdida de hábitat, uso de pesticidas, cambio climático e iluminación artificial. Pero en el caso de los insectos bioluminiscentes como las luciérnagas, las luces artificiales son una de sus mayores amenazas.
La cantidad y la intensidad de la superficie iluminada ha aumentado en todo el planeta de la mano del abaratamiento del coste de las instalaciones (aunque nadie lo diría viendo el recibo de la luz) y el desarrollo de tecnologías más eficientes energéticamente. Pero la rebaja del coste de nuestras instalaciones de luz, si no va acompañada de políticas efectivas de protección del cielo, lo pagamos todos los seres vivos. El apocalipsis de los insectos, la pesadilla de su exterminación, es solo un ejemplo de forma de vida que se ve amenazada por la denominada contaminación lumínica: una forma de contaminación menos evidente que la de los ríos, la atmósfera o los plásticos. La calidad del nuestro sueño y con ello nuestra salud general también se ve afectada por la iluminación artificial. Y como las luciérnagas, también se están apagando las estrellas. Las vamos apagando con cada foco mal colocado, con cada farola, con cada despropósito de iluminación nocturna. No creo que haga falta explicar que iluminar hacia arriba es innecesario. ¿A quién queremos deslumbrar si desde arriba no nos puede ver nadie?
La calidad del cielo nocturno es importante no solo para que podamos preguntarnos por el cosmos en una noche estrellada, sino porque estamos aprendiendo que las condiciones de vida de todo el planeta dependen de ello. Las luces artificiales tienen un impacto real en los ecosistemas y se ve afectada la vida de muchas especies, incluida la nuestra que a veces parece que es la única que nos importa. Encendemos luces en la noche para sentirnos más seguros. Pero, ¿quién iba a suponer que el invento de la bombilla traería tan nefastas consecuencias? El problema aparece cuando las encendemos sin necesidad de ver, solo por hacer un alarde desmedido de nuestras (dis)capacidades evolutivas. Y sin querer ser aguafiestas me refiero, entre otras cosas, a la jactancia que se hará en próximas fechas por ver quién tiene las luces de navidad más grandes.
Tenemos por delante una oportunidad única, con el proyecto de reforma del Real Decreto 1980/2008 que regula la iluminación exterior, de hacer las cosas bien. Nos permitiría reducir el efecto de la contaminación lumínica y el impacto en la biodiversidad, de la iluminación en espacios abiertos. Con un efecto directo en la posibilidad de ver mejor las estrellas. Pero para ello hay que regular de verdad y redactarlo bien. En nuestro país hay gente que lleva años trabajando en estudios para la protección del cielo y tenemos mucho que aprender de ellos. Quizás no sea mala idea (y aquí levanto la tarjeta del sarcasmo) involucrarlos en el proceso de redacción de las leyes. Mencionar también que hay una iniciativa en marcha para la creación de un nuevo Objetivo de Desarrollo Sostenible para la Calidad del cielo nocturno y acceso a la luz de las estrellas ODS (Objetivo de Desarrollo Sostenible) (Objetivo nº18) ante Naciones Unidas
Se puede mejorar la iluminación en espacios abiertos de manera sensible con el entorno y con el cielo redactando leyes sensatas que no pisoteen la posibilidad de otros seres de existir también, sin alterar hábitats ni ciclos biológicos (incluidos los nuestros) de plantas y animales. Sabemos que la vida es un ecosistema complejo y como sigamos encendiendo fuentes artificiales en intensidades, direcciones u horarios innecesarios seremos nosotros los que nos quedaremos a oscuras.
La noche es hermosa, dejémosla estar. Las estrellas se apagan por sí solas, no nos necesitan a nosotros, lo que si nos perderemos es la posibilidad de medir la complejidad de sus fuegos artificiales y con ello aprender algo acerca de dónde venimos. Reducir la contaminación lumínica nos ayudaría bastante. Permitamos que se enciendan más luciérnagas apagando más luces.
Eva Villaver es investigadora del Centro de Astrobiología, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CAB/CSIC-INTA).
Vacío Cósmico es una sección en la que se presenta nuestro conocimiento sobre el universo de una forma cualitativa y cuantitativa. Se pretende explicar la importancia de entender el cosmos no solo desde el punto de vista científico sino también filosófico, social y económico. El nombre “vacío cósmico” hace referencia al hecho de que el universo es y está, en su mayor parte, vacío, con menos de 1 átomo por metro cúbico, a pesar de que en nuestro entorno, paradójicamente, hay quintillones de átomos por metro cúbico, lo que invita a una reflexión sobre nuestra existencia y la presencia de vida en el universo. La sección la integran Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología; Patricia Sánchez Blázquez, profesora titular en la Universidad Complutense de Madrid (UCM); y Eva Villaver, investigadora del Centro de Astrobiología
Puedes seguir a MATERIA en Facebook, Twitter e Instagram, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.