El príncipe Felipe de Edimburgo (99 años) preguntó a un estudiante inglés que hacía turismo en Papúa Nueva Guinea en 1998 cómo “se las había ingeniado para que todavía no se lo hubieran comido” los habitantes de la isla. El esposo de Isabel II, que se encontraba de visita oficial en la antigua colonia británica, daba por sentado que todas las tribus de la región seguirían practicando el canibalismo. La anécdota forma parte de una abundante lista de salidas de tono que los medios conservadores británicos publican de vez en cuando con una mezcla de complicidad y cariño hacia el duque de Edimburgo, ahora hospitalizado tras haber sido sometido a una delicada intervención coronaria.
Este domingo se celebraba el Día de la Comunidad de Naciones (la Commonwealth) y la BBC retransmitía una ceremonia especial en la abadía de Westminster. El discurso grabado de la reina hablaba de la “valentía, el compromiso y la dedicación altruista” demostrados durante la pandemia a lo largo de todos los territorios que un día formaron parte del imperio británico. Acompañaban a sus palabras imágenes de todas las razas de sus habitantes. Y un coro mixto cantaba a continuación, bajo las imponentes piedras del recinto sagrado, grandes éxitos del rey del reggae, Bob Marley.
La idea de una comunidad a gusto en su propia piel, que celebraba su diversidad cultural y étnica, recibía horas después un jarro de agua fría desde el otro lado del Atlántico. El príncipe Enrique y su esposa, Meghan Markle, revelaban a la periodista estadounidense Oprah Winfrey, en una entrevista televisiva emitida por la cadena CBS, que la familia real británica había expresado abiertamente su “preocupación” sobre el tono de piel (”cuánto de oscuro podría llegar a ser”) que tendría el niño que entonces esperaba la pareja. Markle es hija de un matrimonio de raza mixta y ella misma se define como afroamericana. Los duques de Sussex no quisieron revelar ni el contenido íntegro de esa conversación (en la que solo Enrique estuvo presente) ni quién fue exactamente el miembro de la casa real que expresó esos prejuicios. “Es algo que nunca voy a compartir públicamente”, ha dicho a Winfrey el hijo de Lady Di y nieto de Isabel II.
La estrategia de la pareja ante una entrevista que había generado una expectativa mundial era no salirse de la regla de oro: criticar a la institución monárquica (especialmente al personal de alto nivel que maneja el día a día de La Empresa, como se refieren a ella los tabloides británicos), pero no realizar ataques personales contra miembros de la familia real. Y sobre el papel, la cumplieron a rajatabla. Pero las cargas de profundidad que fueron soltando, sobre todo Meghan, que protagonizó en exclusiva la primera de las dos horas de entrevista, amenazan con provocar una crisis de dimensiones similares a la que en su día protagonizó Diana Spencer después de su divorcio del príncipe Carlos. La duquesa de Sussex pulsó todos los resortes anímicos que más pueden afectar no solo al público estadounidense, sino a todos aquellos espectadores de menos de cuarenta años que hayan seguido esta historia. El palacio de Buckingham, acusa Markle, no quiso conceder al pequeño Archie ni el título de príncipe ni la seguridad oficial que conlleva, ante la posibilidad de que su piel fuera más oscura de lo conveniente. El personal de la casa real al que acudió la duquesa de Sussex implorando ayuda cuando, embarazada de cinco meses, comenzó a desarrollar “inclinaciones suicidas” por el aislamiento al que estaba sometida, ignoró sus demandas. “Ya no quería vivir más”, llegó a confesar a la entrevistadora.
Los duques de Sussex han logrado transmitir la imagen de una pareja de enamorados a la que el entorno de la casa real decidió dejar desamparados, negarles su protección, permitir que los tabloides les descuartizaran de modo inmisericorde e incluso difundir mentiras contra ellos para proteger a otros miembros más valiosos de la casa de los Windsor. Quedaba claro a lo largo de la entrevista que Markle es la voz más firme de ese matrimonio, pero Enrique tenía también sus propias cuitas pendientes a las que no dudó en dar rienda suelta. Acusó a su padre, el príncipe de Gales, heredero al trono, de no haber querido atender sus llamadas telefónicas en los momentos más duros de la crisis. “Me decepcionó”, ha afirmado. Expresó una pretendida compasión por su padre y su hermano, el príncipe Guillermo, “atrapados” sin remedio en el sistema. Y admitió que, entre los hijos de Lady Di, hay hoy un “espacio” de distancia sentimental. Ambos tuvieron palabras de cariño para la reina y pretendieron salvarla de ese aquelarre televisivo. Sin dar la impresión de entender que Isabel II es la piedra angular de una construcción con la que la emprendieron a martillazos.
Anécdotas que, en circunstancias normales, habrían sido grandes titulares, casi pasaron inadvertidas en el torrente de quejas que fue la conversación con Winfrey. Como el anuncio de que el segundo bebé que esperan será niña; que se casaron en privado tres días antes de la ceremonia oficial; o que en el famoso desencuentro previo a la boda con su cuñada, Kate Middleton, la que terminó llorando fue Meghan y no la duquesa de Cambridge. Fueron casi las migajas de un descomunal ajuste de cuentas que va a tener ocupados a los tabloides británicos en los días, semanas y meses venideros.
Source link