La grave crisis ecológica provocada por el vertido de 20.000 toneladas de diésel en la zona industrial de Norilsk, en la península de Taimyr (Rusia), ha encendido las alarmas sobre un proceso silencioso pero potencialmente devastador provocado por el calentamiento global: el deshielo del permafrost. Este término designa la capa de hasta un kilómetro de grosor que forma el subsuelo de las regiones muy frías, entre ellas la tundra siberiana, compuesta por rocas y sedimentos que han permanecido congelados miles de años. Las primeras investigaciones apuntan a que el tanque que contenía el combustible se agrietó a causa del deshielo del suelo sobre el que estaba construido, y la mala gestión del incidente agravó los efectos.
Mientras el vertido se extendía por el río Daldykan, un vídeo grabado el día 3 en la zona de Alta, en el norte de Noruega, mostraba cómo toda una ladera se desprendía de la montaña con sus casas intactas y era engullida por el mar. Episodios como este se suceden en los países nórdicos, Alaska, Canadá y Rusia como consecuencia del calentamiento del Ártico, que esta primavera ha registrado temperaturas hasta 20 grados superiores a lo esperable en algunos puntos. En septiembre de 2019, la superficie helada había retrocedido un 40% con respecto a la existente en 1979. Este proceso ha alterado ya los ecosistemas y está afectando a toda la cadena trófica, con especies invasoras que rompen el equilibrio de las autóctonas, cambios en las migraciones y una cadena de efectos ambientales en cascada.
El deshielo del permafrost puede tener consecuencias muy graves, pues es el suelo sobre el que asienta la población y la actividad productiva de extensas regiones. Se estima que más de la mitad de Rusia se encuentra sobre tierra helada. En este caso, el suelo se hace inestable y puede dañar todo tipo de infraestructuras. El negacionismo oportunista que impera en la política ambiental rusa, más preocupada por sacar provecho del retroceso del hielo que por combatir el cambio climático, muestra ahora su talón de Aquiles. Pero las consecuencias se extenderán a todo el planeta, pues el deshielo del permafrost libera grandes cantidades de dióxido de carbono y metano, lo que agrava y acelera el proceso de calentamiento global. En 2006, el permafrost siberiano liberaba unos 3,8 millones de toneladas de metano; en 2013, eran ya 17 millones de toneladas, casi cinco veces más.
El metano es el responsable de que la tundra tiemble y en algunos casos explote, provocando incendios forestales difíciles de controlar. Todo esto muestra de nuevo la necesidad de una gobernanza global capaz de imponer medidas contra el cambio climático que pasen por encima de los intereses a corto plazo de los diferentes países.
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