Todo el poder de Vladímir Putin se ha cimentado en torno a un mito que ha calado en la sociedad rusa en las últimas dos décadas: el presidente puso fin a la violencia que asolaba al país en los años noventa. El atentado perpetrado el domingo en un café de San Petersburgo, así como el coche-bomba que acabó con la vida de la hija de uno de los referentes intelectuales del ultranacionalismo ruso en agosto, han despertado los recuerdos de aquellos años de pesadilla en la población, especialmente entre la élite.
La guerra se combate en territorio ucranio, pero cunde la sensación de que ya nadie está fuera de peligro. Tampoco la oposición rusa, a la que el Kremlin ha vinculado con el acto terrorista del domingo, sin más indicios que la simpatía por los puntos de vista del líder opositor Alexéi Navalni de la principal sospechosa del atentado.
Una bomba acabó con la vida del miliciano y bloguero proguerra Vladlén Tatarski la tarde del domingo en una concurrida cafetería de San Petersburgo, donde la víctima mortal asistía a un coloquio. Otra treintena de personas resultaron heridas. Horas después, varias personas se acercaban al cordón policial para despedir al activista, cuyo canal con más de medio millón de seguidores alentaba a continuar la guerra. Putin lo ha condecorado este lunes con la Orden al Valor post mortem.
Una de ellos, una joven que quería mantener el anonimato, recordaba una frase que ha repetido a sus amigos todos estos meses: “El 24 de febrero creíais que San Petersburgo estaba muy lejos (del frente) y no nos afectaría (la invasión), pero os lo dije: nos afectará a todos de una u otra forma”.
Para esta mujer, la línea roja fue el asesinato a las afueras de Moscú de Daria Dugina, hija de Alexánder Dugin, filósofo de cabecera del círculo más ultrapatriótico del Kremlin y, hasta cierto punto, influyente en la concepción de que Rusia debe librar una guerra con el mundo occidental. “Y Cartago debe ser destruida”, es el lema que Dugin copia de Catón El Viejo en su portal Geopolítika, donde Moscú es la Tercera Roma y Occidente, su Cartago.
La colocación de una bomba en el coche de Dugina en pleno corazón de Rusia, a las afueras de Moscú, y la posterior huida exitosa de los sospechosos, provocó por primera vez intranquilidad en la élite rusa, que hasta entonces se creía a salvo de sus enemigos.
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“Hemos visto que los servicios especiales ucranios y sus supervisores pueden llevar a cabo operaciones (en Rusia). Esto lo demuestran los ataques terroristas donde murieron Daria Dugina y Maxim Fomin (nombre real de Tatarski)”, subrayaba el lunes otro corresponsal de guerra muy popular en Rusia, Alexánder Kots, en el programa de uno de los jefes de la propaganda rusa, Vladímir Soloviov. “Ucrania actúa de manera agresiva y profesional en el territorio de la Federación de Rusia”, resaltaba antes de destacar que la amenaza no proviene solo de saboteadores ucranios, sino también de personas críticas dentro de Rusia.
En este último punto también hizo hincapié este lunes el jefe de la compañía de mercenarios Wagner, Yevgueni Prigozhin, que además posó vestido de militar con una bandera tricolor rusa donde estaba escrito “recuerdo eterno a Vladlén Tatarski”. El empresario respondió a través de un comunicado a la lluvia de preguntas sobre el café atacado, pues Prigozhin también es el dueño del local donde se realizaban las charlas ultranacionalistas.
“Sí, todo es similar a la muerte de Daria Dugina, pero no culparía al régimen de Kiev por estas acciones. Creo que hay un grupo de radicales que no tiene mucha relación con su Gobierno”, apuntó el dueño de Wagner.
Ironías del destino, el canal Shot no solo publicaba en primicia el lunes varias imágenes de la detención de la supuesta autora del crimen. Además, aseguró, según sus fuentes, que en el atentado pudo estar implicado un antiguo miembro del Partido Nacional Bolchevique, fundado por el propio Dugin en los noventa junto al escritor Eduard Limónov y posteriormente prohibido por el Kremlin por su radicalidad.
Este medio afirmaba que Roman Popkov, exjefe del partido en Moscú y posteriormente periodista exiliado en Kiev, habría entregado la estatuilla cargada de explosivos a la sospechosa engañándola con que solo era un sistema de escucha. “Es mentira”, respondió el acusado al diario The Insider. Popkov reconoce que ambos se conocían desde que ella empezó a escribirle en redes sociales al comenzar la guerra por su trabajo, pero nunca “haría un tipo de operación así”. “¿Crees que haría esto, con mi familia en Rusia?”, advertía tras afirmar que hay “suficientes grupos (dentro de Rusia) que harían ataques así”.
El Kremlin busca el enemigo en Rusia
Trépova (San Petersburgo, 1997), fue detenida este lunes en un apartamento de un amigo en San Petersburgo. Su participación en las protestas contra la guerra de Ucrania en febrero del año pasado dieron alas al oficialismo ruso para vincular con el atentado a la oposición política.
El Comité Antiterrorista Nacional afirmó que el atentado fue perpetrado “por los servicios especiales de Ucrania con la participación de personas que colaboran con la Fundación Anticorrupción (FBK)”, la organización del disidente ruso Alexéi Navalni, declarada extremista por las autoridades. El Comité de Investigación ruso machacó el mismo mensaje y señaló que Trépova “tiene puntos de vista de la oposición y es partidaria de la FBK”.
La plataforma del opositor negó esta acusación. “Una organización involucrada en asesinatos políticos en Rusia no es la FBK, sino el FSB (Servicio Federal de Seguridad ruso)”, escribió en su cuenta de Twitter el jefe de gabinete de Navalni, Leonid Volkov. “Quedan preguntas por responder: en el centro de San Petersburgo, en el 24º año de la estabilidad (de Putin), a plena luz del día, matan a un propagandista clave audazmente. Esto es responsabilidad de una forma u otra de los supuestamente omnipotentes servicios especiales”, añadía Volkov, que consideró la acusación contra su plataforma una manera de eludir obligaciones por parte de las fuerzas de seguridad.
La politóloga Tatiana Stanovaya, fundadora del centro de análisis R. Politik, recalcó en sus observaciones del atentado que la acusación vertida contra Navalni solo busca criminalizar a todas las voces que se opongan a la invasión de Ucrania. “Ahora todos aquellos que participen en acciones contra la guerra se convertirán automáticamente en terroristas potenciales a los ojos no solo de las fuerzas de seguridad, sino también del público patriótico. Esto, por supuesto, agravará la división social”, afirma Stanovaya antes de acentuar que lo sucedido “demuestra lo vulnerables que son hoy los defensores activos de la guerra”.
Esta opinión la comparte la élite rusa. “Este atentado terrorista es un motivo más para que pensemos en nuestra propia seguridad a cientos de kilómetros del frente. La guerra alcanza a cualquiera en cualquier lugar”, advertía en Telegram el diputado Andréi Guruliov, general y miembro del Comité de Defensa de la Duma Estatal.
Otro conocido corresponsal proguerra, Alexánder Sladkov, criticó que sea la policía quien lleva la investigación, en lugar de los servicios de espionaje. “No creo que la calidad de los profesionales de la policía sea inferior a la de la Cheka (el organismo represor soviético), pero es un caso de terrorismo muy importante. ¿Por qué no está el FSB en el centro?”, se preguntaba el bloguero. “Estamos perdiendo luchadores ideológicos”, añadía Sladkov en una publicación donde comparaba esta lucha soterrada con Kiev con una partida de ajedrez “donde las blancas (Rusia) se están quedando sin peones y alfiles”.
Algunos miembros del círculo del Kremlin también clamaban venganza. “Esta vez no habrá jurados simpatizantes ni jurados de ningún tipo. Y gracias a Dios”, afirmó la jefa del canal Russia Today, Margarita Simonián, al establecer un paralelismo entre este atentado y el que sufrió el represor general Trépov en 1878, cuya autora quedó en libertad e inspiró algunos pasajes de Los hermanos Karamázov, de Fiódor Dostoievski. “La idiota escribe sobre feminismo y publica sus fotos semidesnuda en poses mitad pornográficas. El feminismo que nos merecemos. Los idiotas que criamos”, agregaba Simonián, en un ataque contra otro de los demonios del Kremlin, el feminismo fuera del conservadurismo, con varias fotos de la detenida en las que aparecía vestida.
El Kremlin reforzó con el asesinato de Tatarski su llamamiento a apoyar la guerra contra Ucrania. “Rusia se enfrenta al régimen de Kiev. Él apoya el terrorismo; está detrás del asesinato de Dugina y puede estar detrás del asesinato de Fomin. Ha estado detrás del asesinato de gente durante años”, manifestó este lunes el portavoz de Putin, Dmitri Peskov.
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