Ícono del sitio La Neta Neta

El biólogo que analiza los ovarios de los mosquitos para prevenir la malaria en Venezuela

Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto la sección Planeta Futuro por su aportación informativa diaria y global sobre la Agenda 2030. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.

Como si de un detective se tratara, pero en vez de parapetado con una lupa, Melfran Herrera (Casanay, Venezuela, 1970) cuenta con unas botas altas de lluvia, un traje de camuflaje para adentrarse en pantanos y lagunas y un gran cuenco de metal con el que pescar larvas como armas principales para su investigación contra la malaria. Y por supuesto, con un microscopio. Con él estudia a la hembra del mosquito Anopheles, que es la que contagia esta enfermedad. Y a sus ovarios. Los saca, con mucho cuidado, para ver si ha puesto huevos o no. Y saber así si es ya un ejemplar “viejo”. “Estudiamos esta parte de su cuerpo porque podemos determinar la edad del insecto. Si se han reproducido hasta tres veces, eso significa que tiene ocho o nueve días, por lo que ha alcanzado la suficiente edad como para haber picado a alguien infectado con malaria y ser capaz de transmitirla”, explica este biólogo, detalladamente, al teléfono desde la oficina de Médicos sin Fronteras (MSF) en Carúpano (Venezuela).

Más información

Herrera, con más de 20 años de experiencia en entomología y análisis de insectos transmisores de enfermedades infecciosas como el paludismo, trabaja desde 2018 como supervisor de Control Vectorial con Médicos Sin Fronteras (MSF) en el estado de Sucre, al noreste de Venezuela. La organización internacional sanitaria apoya al Programa Nacional de Malaria de la Dirección Regional de Salud Ambiental en esta región para disminuirla en una de las zonas del país con mayor incidencia.

El paludismo, que mata cada año a más de 400.000 personas en el mundo, estaba controlado en Venezuela desde la década de los sesenta, pero hace unos años reapareció de nuevo con fuerza. Desde 2017 los números se han triplicado hasta alcanzar el millón de infectados en 2019, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Así se convirtió en la región más afectada de Latinoamérica, con especial incidencia en el noroeste del país, en el estado de Sucre, donde Herrera y su equipo trabajan. En 2019 se registraron 8.566 casos en esta área, mientras que en 2021 se informaron de 1.641 durante el mismo período, lo que ha conseguido reducir la incidencia en un 80%, según un estudio interno de MSF. “Son cifras verdaderamente significativas donde el trabajo y la constancia han rendido sus frutos. Gracias a una estrategia adecuada basada precisamente en el análisis científico”, detalla, contento, el investigador.

Desde 2017 los casos de malaria en Venezuela se triplicaron hasta alcanzar el millón de infectados en 2019, según datos de la OMS

La estrategia de la que presume Herrera comienza mucho antes de posar sus ojos en un microscopio y estudiar los ovarios del mosquito Anopheles. Para llegar hasta ahí, el equipo que supervisa el biólogo, con casi 40 personas a su cargo, se encarga de todo el proceso, paso a paso. Además de los 30 fumigadores que trabajan repartidos por las siete comunidades del estado de Sucre —Yaguaraparo, Coicual, Putucual, Guaca, Caño Ajíes, Agua Clarita y San Vicente— otras ocho personas se dedican a la vigilancia entomológica de los ejemplares y en su estudio. Su análisis comienza por ubicar los posibles criaderos de estos insectos, lo que implica ir a caños y lagunas cercanas a las poblaciones donde hay casos de malaria; de allá recolectar muestras de agua y confirmar si hay larvas y en qué densidad.

Un biólogo muestra una placa que contiene ovarios de mosquitos ‘Anopheles aquasalis’ para ser estudiados.Matias Delacroix / Matias Delacroix

Lo siguiente es visitar las distintas comunidades afectadas para atrapar a los mosquitos, con la intención de estudiarlos. “Hemos descubierto que el 70% de acá pican fuera de la vivienda, por lo que sabemos que las mosquiteras no son una herramienta tan efectiva como en algunas regiones de África”, explica el científico. “Así que cuando realizamos prevención en las comunidades no las entregamos de manera masiva, sino solo a las familias con niños y embarazadas y donde sabemos que hay más insectos que entran a picar al interior de las casas cuando la gente duerme”, añade el entomólogo, que desde que era un niño sentía pasión por los insectos. Su hermana mayor, también bióloga de profesión, aunque especializada en botánica, fue quién le dio el último empujón para dedicarse a ello. “Me encanta que mis investigaciones y sus resultados mejoren la calidad de vida de mis compañeros y de mis paisanos”, asegura Herrera.

Gracias a este trabajo en terreno, y a través de lo que el análisis de un mosquito puede contar a este grupo de científicos, se puede definir mejor cuál es la aplicación más adecuada de biolarvicidas en las aguas estancadas. Además, les ayuda a conocer cuáles son los mejores horarios de fumigación y qué técnicas, y cómo, en definitiva, reducir el número de infectados por la malaria. “En 2009 solo tuvimos 350 casos y eso nos hizo pensar que podíamos emular la erradicación que se vivió en los años sesenta del siglo XX con el doctor Gabaldón. Mi meta es poder volver a esos 350 casos y llegar a cero en Sucre”, cuenta.

En 2009 solo tuvimos 350 casos y eso nos hizo pensar que podíamos emular la erradicación que se vivió en los años sesenta del siglo XX con el doctor Gabaldón. Mi meta es poder volver a esos 350 y llegar a cero en Sucre

Pero este equipo y este trabajo no ha sido el único ni el primero para Herrera en el ámbito de la lucha contra la malaria. Desde que se licenciara en biología en la Universidad de Oriente (UOD) y realizara su tesis sobre los depredadores naturales de los mosquitos, el científico trabajó casi dos décadas en el departamento público de salud de malariología. “No es la especialidad que elegirían la mayoría de mis colegas, pero creo firmemente en que las instituciones públicas tienen que contar con personal preparado y con pasión por lo que hacen; así no estarán condenadas a ser ineficientes”, reflexiona.

Con la mirada puesta en el próximo mosquito que le toque analizar a través del microscopio, Herrera, a sus 51 años, ya se siente preparado, con “toda una vida de experiencias más allá de las enseñanzas de los libros”, para dedicarse a la docencia en su especialidad. “Es una pasión que me importa demasiado”, asegura. “Algunos de mis amigos me dicen que por qué si mi padre criaba vacas, yo me dedico a criar mosquitos, si es que el kilo de insecto cotiza mejor”, se ríe divertido. Herrera transmite humildad a través de su tono de voz sosegado cuando cuenta los entresijos de su profesión. Confiesa que ejercería igual que hasta ahora aun sin remuneración y abunda en otra idea más sobre la importancia de la formación: “Me gustaría dejarle un buen legado a las nuevas generaciones, en un país donde, por razones obvias, faltan muchos técnicos. Creo que la mejor inversión está en el capital humano que se podría formar y que podría levantar este país y darle un futuro”.

Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.




Source link

Salir de la versión móvil