Yiboula Emmanuel Bazie nació en Burkina Faso hace 41 años y se considera un soriano más. Residir en Quintana Redonda (480 habitantes) le ofrece lujos como pasear por vastísimos pinares, recoger setas en otoño o hincharse a torreznos, aunque hay algo que echa de menos comer: el cocodrilo. “Está buenísimo”, se relame, y explica la compleja caza del saurio y las formas de cocinarlo. Para su desdicha, este amenazador reptil no abunda en la zona, aunque reconoce que apenas tendría tiempo para intentar atrapar a bicharracos de ese calibre. Su agenda apenas incluye cinco horas de sueño diarias. Bazie compatibiliza sus labores como bombero forestal con el trabajo no remunerado como concejal socialista de Tajahuerce (26 vecinos, donde está empadronado) y una labor que le ha valido el reconocimiento de la ONU: la ayuda a la integración de migrantes. “Mi pacto con la vida es ayudar”, resume.
El único tiempo que no invierte en el trabajo o en sus ocupaciones altruistas se lo dedica a su pareja, Olga Gancedo, y al revoltoso Samuel Yipoa, su hijo. El niño, soriano de cuna con sangre africana y leonesa, va camino de cumplir un año, pero es tan despierto y está tan desarrollado que no sorprendería que de repente echara a correr en busca de aventuras. El pequeño observa con ojos grandes y negros la historia de su padre, que enseña las fotos que ilustran su vida mientras vigila los pataleos de su retoño. La historia del burkinés parte de una familia de ocho hijos que no sufrió la pobreza de su país. Él pudo estudiar y desarrollarse con cierta comodidad —algo infrecuente en la tierra en la que nació— hasta que en 1999 la guerra civil en Costa de Marfil sacudió su región, y decidió abandonar su formación en filología francoafricana para asistir a los más débiles. Las escenas, recuerda con pesar este creyente cristiano, eran espantosas. La gente sufría las heridas del conflicto. Las más fáciles de curar eran las externas. Las internas, agravadas por el dolor, las drogas y el hambre, necesitaban de “humanismo”, un concepto que Yiboula Emmanuel Bazie repite como un mantra.
Su compromiso con los necesitados dio lugar a su conexión con España. “Era mi destino”, afirma este vecino modélico al que mientras pasea por Quintana Redonda saludan unos y otros, encantados con su disposición a colaborar, bien sea en cosas cotidianas, como echar una mano en una chapucilla casera o en el huerto, bien en cuestiones de envergadura, como proveer de alimentos a personas sin recursos. Bazie colaboraba con la asociación española Remar desde 2001, viajando por múltiples naciones de su continente de origen gracias a su manejo de seis lenguas africanas y tres europeas, y así conoció a unos militares sanitarios españoles retirados que desarrollaban acciones solidarias. Ellos le ofrecieron ir a Europa. Él no lo dudó y, según relata, tras un proceso plagado de traiciones de socios y amenazas de muerte mientras trataba de conseguir los visados para viajar, aterrizó en Madrid a finales de 2004. Acto seguido se montó en un autobús de ALSA. El bus lo llevó a León, donde sería acogido mientras se reubicaba. “¡Hacía un frío!”, exclama el burkinés, como si aún sintiera la gelidez en la piel, al rememorar ese camino entre una nieve que solo había visto en una excursión al monte Kilimanjaro.
Sus peripecias en España han quedado marcadas por las temperaturas extremas: los crudos inviernos de León y Soria, provincia donde lleva instalado cinco años por motivos laborales, contrastan con el fuego que combate como bombero forestal. La acogida, dice, fue “perfecta”, e incluso cuida del huerto que le cedieron los padres del alcalde. El burkinés describe en un bosque cercano a su casa su trabajo en las brigadas, con entrenamientos consistentes en realizar rutas con pesadas mochilas, ensayar la actuación ante las llamas y, en resumen, “estar siempre disponible” cuando le toca el turno. Nada nuevo, no obstante, pues bromea con que además de bombero es apagafuegos de segunda profesión. Su teléfono no para de recibir llamadas y mensajes de personas que le piden respaldo. La mejor manera de charlar un rato con él consiste en acompañarlo intentando molestar lo menos posible mientras realiza sus diversas tareas.
Bazie se apura para coger comida que almacena en una nave de Quintana Redonda, en coordinación con el banco de alimentos local, antes de montarse en su modesto utilitario y poner rumbo al pueblo de El Royo, a unos 40 minutos de conducción entre las sinuosas carreteras de Soria.
El aparato de música del coche mezcla música religiosa en francés con rap eléctrico y algunas canciones de Joaquín Sabina, el autor español preferido del burkinés. El Royo acoge una de las iniciativas respaldadas por Yiboula Emmanuel Bazie, que asiste a un grupo de migrantes que ha recalado allí para trabajar en unas plantaciones de frambuesas. Las viejas casas con muros de piedra, ropa tendida a orear al sol y rosas en los parterres acogen a hombres y mujeres que tienen en este empleo una oportunidad para integrarse y ganar algo de dinero. Roberth Okenue, guineano, y Nuba Hydara, gambiano, dicen frente a su vivienda que no saben quién es ese hombre tan amable que les trae huevos, pasta, arroz, legumbres, leche o aceite. A la vez, el voluntarioso Bazie les recordará en la apañada cocina, donde reina el olor a arroz con pollo, que aunque no se conozcan son “hermanos”. Ellos le dirán que están encajando bien, que tienen trabajo y alimentos; en parte, claro, gracias a este samaritano.
Bazie aún se sorprende al hablar de cómo su labor solidaria iniciada en África y continuada en pueblitos de Soria ha llegado a la ONU, que lo ha nombrado embajador mundial para la paz. La organización internacional, cuenta con alegría, llevaba 15 años siguiendo sus acciones con los colectivos de Burkina Faso y ha continuado observando con interés su buena fe para tender puentes entre continentes. El premio también lo han recibido Josu Gómez, asesor del expresidente de Estados Unidos Barack Obama, y Uria Seheil, presidenta y fundadora de la Casa de África en España. Entre los tres han fundado el Foro Euroafricano, un sistema con el que aspiran a seguir creando lazos entre ambos continentes.
El vuelo de las golondrinas y el de los vencejos, estos tan agradables a la vista en el cielo como inoportunos cuando anidan encima de un alféizar como el de la propia casa del bombero forestal, marca el paso de las horas y, por tanto, señala que Yiboula Emmanuel Bazie tiene todavía quehaceres. Actualmente está cursando a distancia una diplomatura de Política Municipal y Cooperación Internacional, unos conocimientos que ni pintados para un concejal reconvertido a samaritano internacional, o viceversa. “De esta manera he descubierto que la gente tiene necesidades muy distintas, y todas importantes”, reflexiona antes de regresar a un hogar que jamás hubiera imaginado hace 20 años y a 6.000 kilómetros.
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