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El catenaccio de Unai Emery expuso las miserias del Bayern, el equipo más regular de la Champions en la última década, deshecho por una crisis interna que primero le privó del entusiasmo y después lo abocó a la eliminación más inesperada. A semifinales acudirá el Villarreal, exponente del toque progresivamente transformado en máquina del cerrojazo. Este equipo es digno del mejor Trappatoni. La obra culminó, como es de rigor, en un contragolpe. Lo interpretó Gerard Moreno con unos pasos de baile de maestro en el arte de no caer en fuera de juego. Su entrega dejó solo a Chukwueze, que metió el 1-1 cuando restaban dos minutos para el final. Como si hubieran faltado dos años. Al Bayern ya se le había puesto cara de momia.
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Neuer, Dayotchanculle Upamecano, Lucas (Alphonso Davies, min. 86), Benjamin Pavard, Joshua Kimmich, Jamal Musiala (Gnabry, min. 81), Müller (Choupo-Moting, min. 89), Leon Goretzka, Lewandowski, Kingsley Coman y Sane
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Rulli, Albiol, Estupiñán, Pau Torres, Juan Foyth, Giovani Lo Celso, Coquelin (Chukwueze, min. 83), Capoue, Parejo (Aurier, min. 92), Arnaut Danjuma (Alfonso Pedraza, min. 84) y Gerard Moreno
Goles 1-0 min. 51: Lewandowski. 1-1 min. 87: Chukwueze.
Árbitro Slavko Vincic
Tarjetas amarillas Lewandowski (min. 32), Juan Foyth (min. 58) y Giovani Lo Celso (min. 90)
El Allianz Arena registró el segundo lleno tras la pandemia. Cuando los equipos saltaron al campo, la grada rindió homenaje a Torpedo Müller como quien invoca la divinidad del gol, y los jugadores del Villarreal formaron un círculo en medio del campo. Abrazados con las cabezas apiñadas, durante unos segundos escenificaron el fortín espiritual. El árbitro puso el balón en juego y lo primero que hicieron fue formar un bloque de absorción a 10 metros de su área. No transcurrió un minuto y todos, salvo Danjuma, se replegaron al cuadrante de 16 metros sobre la línea de gol. Así permanecieron, básicamente, hasta el descanso. Sin necesidad de que los centrales intervinieran en más de cinco acciones directas para evitar remates, sin recibir más que un tiro de cabeza, obra de Mussiala, a las manos de Rulli. El Villarreal permaneció encerrado sin sufrir contratiempos porque el rival que los asedió fue el Bayern más deformado y triste que se recuerda.
Unai Emery, durante el partido.Foto: EFE/EPA/FRIEDEMANN VOGEL | Vídeo: REUTERS
La primera jugada del partido fue un centro de Sané a la grada. La segunda fue otro centro de Sané que pilló a Lewandowski en fuera de juego, algo insólito dada la falta de espacios, revelador de la rigidez del delantero polaco y de la previsibilidad de la maniobra, reproducida con monotonía regular. El Bayern necesitaba un ataque masivo y asfixiante. Todo lo que produjo durante la primera parte fueron centros con variaciones más o menos lánguidas desde los pies de Sané y Coman, dispuestos como carrileros en un esquema con tres defensas, Kimmich y Goretzka en el medio, Müller y Mussiala entre líneas, y Lewandowski en el vértice. Ni en sus mejores días este Bayern fue un equipo refinado. Pero nunca dejó de ofrecer prestaciones de infalible tractor de cosecha. Resultó penosa la falta de dinamismo y ardor en la presión que exhibió contra el Villarreal en una noche que demandaba reacciones inmediatas ante un público exaltado.
El primer disparo correspondió a Gerard Moreno y se fue desviado. Fue un síntoma revelador del estado de perplejidad en el que vive instalado el equipo bávaro en las últimas semanas, distraído en conflictos internos que apuntan a un proyecto de regeneración de la plantilla. Ni los jugadores se sienten queridos ni el club les muestra mucho aprecio en una crisis en la que, de momento, Julian Nagelsmann, el técnico, ha salido reforzado. La problemática de la convivencia en pleno cambio de ciclo impregnó al equipo local en cada uno de los ataques que practicó hasta el descanso. Lo dirigió Kimmich, que miraba pero no veía, de tanto pasarle balones a compañeros marcados.
El Bayern dio muestras de frustración y el Villarreal no hizo más que buscar a Moreno con pases largos que casi invariablemente le ganaron Upamecano y Lucas. El ejercicio de resistencia fue tan pobre como el ataque de su oponente en un clima que se volvió soporífero. En la banda, Emery pedía calma con las manos, como si el partido no hubiese entrado hacía rato en fase de parálisis. El Villarreal pasó más de 10 minutos metido en su área y a la que enlazó dos pases seguidos, Danjuma se quedó solo ante Neuer. Pero el disparo del extremo se fue desviado, evidencia del estado mental en el que vivió Danjuma, frío como un marmolillo de tan poco entrar en juego, desquiciado a fuerza de tirar desmarques en el desierto.
Gerard Moreno: “Cometieron el error de no matarnos”
“¡Sí se puede!”, cantó la expedición de hinchas visitantes, excitados ante la ocasión de Danjuma. La gente se emocionó con lo poco que le ofrecieron. Tras el descanso, el Bayern aceleró apenas. Se vieron algunos desmarques briosos, jugadores que pedían la pelota entre líneas, lo mínimo indispensable. Fue suficiente para que a Lewandowski le llegara un balón cuando merodeaba el balcón del área. De espaldas, de parado, se giró y ejecutó la clase de operación específica que le ha convertido en celebridad: metió la pelota entre Albiol y Pau Torres, que de tan asfixiados que iban de hacer movimientos explosivos en cinco metros, no se bastaron para cerrar la brecha. El tiro pegó en el poste y entró para algarabía de la muchedumbre, que rompió a gritar después de sumirse en un silencio pasmoso. El mismo mutismo en el que recayó inexorablemente arrastrada por la inercia de un bloqueo tan prometedor para el Villarreal como letal para un Bayern.
En un equipo con vida, el gol de Lewandowski habría insuflado determinación y optimismo. En este Bayern, el 1-0 solo sirvió para reforzar la impresión de colapso. Tenían el balón, pero no lo administraban; disparaban a puerta, pero sin ángulos abiertos; se agitaban, pero con poco sentido. Cada minuto que empeñó el Villarreal en su pesada faena de supervivencia le brindó más certezas, mientras que su rival lo experimentó como la constatación de que lo que hicieran sería inútil. Perdido el entusiasmo, lo perdió todo.
“Cometieron el error de no matarnos”, dictaminó Gerard Moreno en plena celebración. El capitán del Villarreal habló de la eliminatoria como si la estrategia del Villarreal hubiera consistido en ofrecerse en sacrificio en un juego de azar que su adversario no interpretó bien. No le faltó cierta razón. “Llevamos a los rivales al límite”, dijo Raúl Albiol, que reconoció que en el proceso, el propio Villarreal también se aproximó a la catástrofe. “Hemos sufrido muchísimo”, comentó, con el trofeo al mejor jugador de la noche entre las manos, prueba fehaciente de una proeza que conduce al equipo de Castellón a las segundas semifinales de Champions de su historia.
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