Si Ronan Farrow hiciese uno de esos retos virales con “cinco cosas sobre mí y solo una es mentira”, podría poner: “1. Oficialmente, mi padre es Woody Allen pero todos creen, incluida mi madre, que soy hijo de Frank Sinatra. 2. Empecé la Universidad a los 11 años y me gradué a los 15. He pasado por Bard, Yale y Oxford. 3. Tuve 14 hermanos, de los cuales tres han muerto y una se casó con mi padre. 4. Trabajé para Barack Obama y Hillary Clinton antes de cumplir los 30. 5. No soy rubio natural”. La falsa, claro, es la 5.
En su libro, Depredadores. El boicot para silenciar a las víctimas de abuso (Roca Editorial), Farrow se quita de encima toda esa losa biográfica en apenas dos párrafos, como quien sortea un trámite incómodo. “Todo el mundo lo sabe todo sobre mí, para bien o para mal. No hay ni un esquina de mi biografía sobre la que no se haya proyectado una luz potente”, admite por teléfono desde Los Ángeles, donde está confinado con su novio, el podcaster y exautor de discursos para Obama Jon Lovett, al que le pidió matrimonio al final del libro. ¿Cómo lo llevan? “De momento, aún nos soportamos. Toco madera”. Ahora tampoco tiene muchas ganas de hablar de su vida pre-Weinstein. Cuando le preguntamos cómo era eso de vivir en un campus siendo un niño (se alojaba en la casa de un profesor), dice: “Tendrás que juzgar tú cómo de disfuncional he salido”.
Su investigación de las acusaciones contra Harvey Weinstein y otros hombres poderosos (Matt Lauer, presentador estrella de la NBC; Les Moonves, antiguo consejero delegado de la CBS; el ex fiscal general de Nueva York, Eric Schneiderman) le ha valido un premio Pulitzer y dosis de reconocimiento inalcanzables para cualquier periodista de su generación –o de cualquier generación–, pero también una larga lista de enemigos.
Un par de días después de la entrevista con ICON, The New York Times publicó un artículo titulado ¿Es Ronan Farrow demasiado bueno para ser verdad? en el que le acusa de retorcer algunos hechos para que se adaptaran nítidamente a un arco narrativo satisfactorio y de practicar “un periodismo de la resistencia” que “nada a favor de la corriente”. Lo que no dice la pieza es que Farrow fue uno de los que generó esa corriente, que hemos venido a llamar #MeToo y que implica escuchar a las víctimas. Incluso cuando sus perfiles, como los de Rose McGowan, Asia Argento y muchas otras de las mujeres que aparecen en el libro, se resisten a entrar en el estrecho molde de la “víctima perfecta” que los medios aún parecen esperar de alguien que ha sufrido abuso o violación. “Esa es una de las cosas que se extraen de mi reportaje. Es tentador buscar la fuente perfecta, pero no existe. Las personas son personas. Tienen defectos, son humanas. Sus vidas son complicadas, como las de todos”.
En Depredadores, Farrow y su productor en la NBC, Rich McHugh, se ajustan a esos papeles que hemos visto en todas las películas de periodistas: el héroe carismático de integridad inquebrantable y su compinche que se enfrentan a los jefes para destapar una verdad incómoda. La cadena se negó a emitir el programa que preparaban contra Weinstein y Farrow finalmente se lo llevó a The New Yorker, que publicó el artículo que lo cambió todo en octubre de 2017.
“Es tentador buscar la fuente perfecta, pero no existe. Las personas son personas. Tienen defectos, son humanas. Sus vidas son complicadas, como las de todos”
Durante ese periodo, fueron varias las personas que le recomendaron comprarse una pistola. El productor no le envió sicarios, pero sí espías israelíes y amenazó a él y a sus jefes con todo lo que tenía a mano. Cuando ya hacia el final del libro aparece el propio Weinstein, en la fase de comprobación de datos, es como si se presentara el mismísimo Lucifer con una gorra de los Yankees.
Solo hay un caso que sabe que no investigará jamás: el que concierne a su padre legal, al que siempre se refiere como “Woody Allen”, y su hermana Dylan, a la que, admite, no siempre apoyó. Antes de salir en su defensa con un artículo en 2014, él le rogaba que dejase el tema, que lastraba sus intentos de labrarse una carrera estelar al margen del escándalo familiar.
¿Le gustaría que alguien hiciera con su padre lo que él hizo con Weinstein? “No hay duda de que los errores judiciales que hubo en el caso de Woody Allen no se hubieran dado hoy. Fue la historia de un tipo muy poderoso tirando de sus contactos para impedir un proceso criminal. Incluso así, hubo una investigación que terminó con el fiscal diciendo: ‘Tenemos causas probables para continuar adelante, pero no vamos a hacerlo para proteger a la víctima’. Y en la sentencia sobre la custodia se dice: ‘Algo inapropiado ha pasado con esta niña y se la tiene que proteger, hay que mantenerla lejos de él’. Así que no fue una exoneración, sino todo lo contrario. El caso siempre permanecerá en un espacio de duda y debate”.
Farrow adopta un tono glacial cuando le preguntamos por Joe Biden, sobre el que pesa la acusación de abusos sexuales por parte de una exempleada, Tara Reade: “Se ha especulado mucho con la idea de que estoy investigando este caso. Solo puedo decir que no hablo de temas que no he publicado”. Es probable que en breve Joe Biden necesite un buen abogado.
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