Ya es de noche y Eliades Ochoa (Santiago de Cuba, 1946) está visiblemente agotado después de un tercer día de atender a los medios en Madrid para promocionar Vamos a bailar un son, su vigesimosexto disco. “Cada mañana, cuando despierto, lo que hago es colar el café, tomarme una copa, encender una plumilla y echar unos humos”, comienza contando con cierta desgana el que fuera guitarrista y cantante del grupo Buena Vista Social Club. Pero al poco le sirven el café con leche que ha pedido y un bizcocho que va sumergiendo por pedazos en la taza. Al fin le vuelven la sonrisa y las ganas de repasar, una vez más, sus 57 años de carrera musical.
Antes tuvo que quitarse el pañuelo verde que lleva como mascarilla —“porque hace mucho frío en la calle; es que en Cuba tenemos verano permanente”—, pero se deja en la cabeza su icónico sombrero vaquero negro. Desde luego, éste no es el mismo que usaba en sus primeros años como guitarrista; los que se desgastan, terminan en una galería —junto con sus viejas guitarras y otros objetos personales— que originalmente estaba en su Santiago natal, pero que este verano abrirá en La Habana, en el mismísimo barrio de Buena Vista donde estaba el club en el que “se reunían los viejecitos a jugar dominó”, según recuerda Ochoa, y que inspiró el surgimiento del grupo que encumbró la música cubana a nivel mundial.
En esta nueva galería, Ochoa también pretende establecer un espacio exclusivo para que se toque la música cubana tradicional que lleva tantas décadas defendiendo. Y su nuevo disco no es la excepción. En Vamos a bailar un son se conjuntan un par de temas inéditos de su autoría, como el que da nombre al disco, con clásicos del repertorio cubano de la talla de María Cristina y algunas versiones como el dúo que hace con su compatriota Pablo Milanés en Como la nube se impone al sol, original del mexicano Agustín Lara.
La fórmula, aunque parezca conservadora, no está libre de riesgos. Ochoa está tan convencido de este camino que, por primera vez, decidió correr con todos los gastos de producción del disco. Su única garantía es el análisis que él mismo hace de la música tradicional de su país. Por un lado, porque está convencido de que “la gente que visita Cuba, busca el son cubano”. Pero también porque confía en el legado que dejó la música de Buena Vista Social Club: “Eso está sembrado y echó raíces, y goza de una salud extraordinaria en cualquier parte del mundo”.
Aun así, le gusta pintar una línea entre su carrera en solitario y aquella época dorada que compartió junto a figuras como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer y Rubén González. “Yo llevo haciendo música desde que era niño, pasando por la radio campesina, en Santiago, y el Cuarteto Patria, del que me dieron la batuta en 1978; no puedo pensar que lo de Buena Vista Social Club ha sido lo mejor que he hecho”, reflexiona. Sin embargo, es consecuente con esa figura de “embajador de la música cubana en el mundo” en la que se convirtió gracias al proyecto, a tal punto de que, en ocasiones, se refiere a sí mismo en tercera persona: “En Cuba, queda Eliades Ochoa nada más. Todos los otros viejecitos [que fundaron el grupo] ya no existen físicamente. Yo, donde quiera que me pare, la gente va a ver a una estrella del Buena Vista; eso no lo puedo evadir. Porque lo soy, de veras lo soy”.
La estela de esa fama, por lo pronto, le ha dado suficiente impulso para realizar una gira de presentación de su nuevo disco por Europa, que recalará en países como Bélgica, Alemania o Reino Unido, antes de aterrizar en Madrid para ofrecer dos conciertos el 28 de febrero en la sala Galileo Galilei. Asimismo, ha adelantado que en 2021 se estrenará un musical en Broadway sobre la historia del Buena Vista Social Club.
Por todo lo anterior, Ochoa está confiado del futuro de la música tradicional cubana. A pesar de que niega que pueda existir un grupo más grande que el Buena Vista, le daría alegría que surgiera una nueva generación de músicos “que llenara estadios en todos los países” y saber que “la música cubana va a tener de nuevo un home run con las bases llenas en el noveno inning”. Porque si bien otra de sus pasiones es el béisbol —“en Cuba veo a los equipos de la parte oriental, de Las Tunas, Camagüey o Guantánamo”—, su principal vocación apenas le deja tiempo para disfrutarlo: “Yo voy a seguir haciendo música porque es lo que me gusta, para sentirme el Eliades que soy”.
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