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El cerco a los asesinos del presidente de Haití agita las calles de la capital


El día después del asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, Puerto Príncipe (la capital) recuperó ayer el sonido de las motocicletas y algo del bullicio habitual en las calles mientras la tensión se trasladaba a Petion Ville, el barrio elegante de la ciudad donde vivía. La cacería emprendida por las autoridades para encontrar a los autores del magnicidio desató una ola de ira entre una parte de la población, que se echó a la calle. Una turba enfurecida rodeó durante la mañana la comisaría donde supuestamente estaban los sospechosos e intentaron linchar a dos de ellos.

La información oficial confirmó que hasta el momento hay seis detenidos, uno de ellos estadounidense de ascendencia haitiana, y cuatro fueron abatidos por la policía, según Mathias Pierre, ministro de relaciones entre partidos. “Las unidades especiales están tratando de proteger la comisaría, porque la población está muy enojada y está tratando de llegar hasta ellos, de quemarlos”, dijo Pierre. “Estamos tratando de evitar eso”, aseguró. Las autoridades no dieron a conocer la identidad del resto de detenidos, pero el ministro de Comunicaciones de Haití, Pradel Henríquez, los describió como “extranjeros”.

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La forma en que se ejecutó la matanza sigue siendo un misterio. Los vídeos conocidos revelan que la operación fue ejecutada por un grupo de unas 30 personas que huyeron tranquilamente de la residencia presidencial en cinco camionetas. Del asesinato se sabe que Moïse recibió 16 disparos en su cama y que su esposa ya está fuera de peligro en un hospital de Miami después de recibir un disparo. Los asesinos se presentaron con chalecos de la agencia antidroga estadounidense DEA, aunque el Departamento de Estado negó que los atacantes fueran agentes suyos. Una fuente cercana a la presidencia haitiana que prefiere no dar su nombre por sentirse amenazada confirmó a este periódico que “se trató de una operación perfectamente orquestada que requiere de tiempo y dinero para su organización”. Según esta fuente, muy cercana al presidente Moïse, se trató de una operación ejecutada “por profesionales”. “Aunque aún no sabemos quién está detrás, queda claro que el presidente tenía muchos enemigos entre los monopolios empresariales y la clase política que perdía privilegios con la reforma constitucional”, señala. Y añade que “un grupo de 24 agentes estadounidenses llegó el miércoles al país para ayudar con las detenciones y a resolver el caso”.

El embajador de Haití en Washinton, Bocchit Edmon, dijo que según la información existentes podrían ser “extranjeros ayudados por cómplices locales”. En los videos que circulan en las redes sociales sobre la noche de su muerte, se escucha a un hombre con acento estadounidense decir en inglés por un megáfono: “Operación de la DEA. Todos se retiran. Operación DEA. Todos retrocedan, retírense”.

Con estos mimbres el magnicidio ha inquietado a la comunidad internacional al ver cómo Haití se sume en una nueva crisis. El presidente de EE UU, Joe Biden, calificó de “atroz” la muerte de Moïse y dijo que la situación en Haití es “muy preocupante”. Otros mandatarios de la región como el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, o el de El Salvador, Nayib Bukele, condenaron sin dobleces el asesinato. El Papa pidió calma y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se reunió de urgencia ayer al tiempo que llamaba a la calma en la nación caribeña, consciente de cómo han terminado algunas de las revueltas políticas más recientes desde los tiempos de los Duvalier o Aristide.

Un bidón de gasolina

En una entrevista con Associated Press, el primer ministro Claude Joseph pidió una investigación internacional sobre el asesinato, dijo que las elecciones programadas para septiembre de este año deberían celebrarse. Joseph se refirió también a los enemigos de Moïse a quien describió como “un hombre valiente” que se había opuesto a “algunos oligarcas del país, y creemos que esas cosas no dejan de tener consecuencias”, dijo. El mensaje añadía tensión y narrativa en un país hastiado donde el 60% de una población de 11 millones de personas gana menos de dos dólares al día.

A todos los males que vive el país caribeño se suma la delicada estabilidad política y una retorcida combinación de circunstancias que convierten a Haití en un bidón de gasolina donde la cerilla pasa de mano en mano. Hace solo unos días, el 5 de julio, el presidente asesinado había nombrado a Ariel Henry, de la oposición, como figura de acercamiento para recomponer relaciones de cara a las elecciones presidenciales y legislativas señaladas como hoja de ruta para salir de la crisis actual. El nuevo primer ministro había sido nombrado públicamente, sin embargo no había llegado a jurar el cargo y ahora el primer ministro saliente, Claude Joseph, dice que no se va. Joseph de claro que mantendría las riendas del poder al anunciar que Haití estaba en estado de sitio, cerrando la frontera del país y colocándola bajo la ley marcial después de una reunión con los ministros del gobierno. Sin embargo, el nuevo primer ministro desconoció al antiguo y dijo que “Claude Joseph no parte de mi gobierno”, dijo en una entrevista con el periódico haitiano le Nouvelliste. Henry añadió que “hay que llegar a un consenso, no soy el único capitán a bordo” y dijo que no quería “echar gasolina al fuego”. Joseph tendría que haber dimitido en estos días para que Henry pudiera formar gobierno. En paralelo, la institución encargada de resolver la controversia, la Corte suprema está disuelta y su presidente murió la semana pasada por Covid. Al mismo tiempo tampoco hay Asamblea, ya que había sido disuelta y Moïse gobernaba por decreto desde hace más de un año.


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