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I
El juicio a Joaquín Guzmán Loera en Nueva York resultó a veces tan revelador como una comisión de la verdad, otras poco verosímil como un talk show latinoamericano. Una de las interrogantes que sembró este proceso judicial es la de que el famoso criminal apodado El Chapo no es en realidad quien ha movido los hilos del narcotráfico todos estos años. Que el poder detrás del trono ha sido siempre su socio y compadre Ismael Zambada García, un capo de bajo perfil conocido como El Mayo, quien lleva medio siglo dedicado al tráfico de drogas ilegales sin haber pisado nunca una cárcel.
¿Por qué un hombre de más de setenta años de edad nacido en Sinaloa fue señalado una y otra vez por la defensa del Chapo como el auténtico jefe de jefes de la mafia?
Para intentar responder esta pregunta hay que regresar a finales de los setenta, cuando todavía funcionaba el monopolio del poder presidencial en el México del PRI. En el siglo pasado un solo partido gobernaba el país como una gran familia que invocaba la revolución de Pancho Villa y de Emiliano Zapata para imponer cada seis años al presidente en turno. Por ese entonces, al mundo del narco también lo dominaba una sola organización: el cartel de Sinaloa.
Es verdad que antes hubo traficantes famosos como Rodolfo Valdez, El Gitano, y Pedro Avilés, León de la Sierra, pero fue Miguel Ángel Félix Gallardo, El Jefe de Jefes, el primer líder que administró como una empresa esta actividad ilegal. Fue Félix Gallardo quien dejó atrás la idea de que quienes dirigían el negocio en el noroeste mexicano eran miembros de una plutocracia regional caricaturizada en el imaginario popular por sus botas y sombrero vaqueros.
Todo iba más o menos bien para el primer capo del cartel de Sinaloa hasta que el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena se volvió un arma de presión para que el Gobierno de Estados Unidos reforzara su cruzada contra las drogas y, de paso, la que sostenía contra el régimen de partido único que prevalecía en México.
Así fue como acabaron siendo detenidos los principales operadores de Félix Gallardo: Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca, convertidos después en los chivos expiatorios que requería el crimen del agente estadounidense, apodado Kiki, en el cual no se ha precisado la participación que tuvo otra agencia americana que por esos años operaba de manera intensa en territorio mexicano: la CIA.
Debido a la misma presión, en 1989 Félix Gallardo también fue detenido.
Con ello concluía el modelo de cartel único con el que se inició la industria del narcotráfico en el país.
Tras la captura de Félix Gallardo, el Gobierno mexicano divulgó la idea de que el capo nacido en Culiacán, ya en prisión, había organizado una reunión con sus principales allegados —puros traficantes sinaloenses— a fin de asignarles a cada uno el lugar del país en el que trabajarían de ese momento en adelante. Según la versión esparcida, el histórico reparto habría sido a grandes rasgos el siguiente:
1. Tijuana, Baja California: Familia Arellano Félix.
2. Tecate, Baja California: Joaquín Guzmán Loera, El Chapo.
3. San Luis Río Colorado, Sonora: Luis Héctor Palma, El Güero.
4 y 5. Nogales y Hermosillo, Sonora: Emilio Quintero Payán.
6. Ciudad Juárez: Familia Carrillo Fuentes.
7. Sinaloa: Ismael Zambada García, El Mayo.
Durante años esta fue considerada la “génesis” a partir de la cual el cartel de Sinaloa se dividió en células organizadas en diferentes lugares llamados “plazas”, según la jerga del narco. Sin embargo, cuando entrevisté al propio Félix Gallardo para mi libro El cártel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco, el capo me dijo que tal cosa sí había sucedido, pero que quien había convocado a la reunión y había asignado los lugares de trabajo habría sido Guillermo González Calderoni, jefe de la policía antinarcóticos al inicio del Gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari.
“Fue González Calderoni quien en su tiempo repartió plazas; él se lució ante sus superiores, pero después de mi detención ya no volvió a detener a nadie de importancia. Todos eran sus amigos. En 1989 no existían los “carteles…”, me contó Félix Gallardo, quien a diferencia del Chapo, nunca fue extraditado a Estados Unidos, aunque permanece encerrado en una prisión mexicana de máxima seguridad.
Cartel es una palabra que la DEA implementó a mediados de los ochenta en América Latina. Luego fue retomada por las autoridades mexicanas, posteriormente por la prensa y finalmente por los ciudadanos de a pie. No es el término más preciso para designar a los grupos de traficantes mexicanos. Cartel remite a una organización económica que domina todas las fases de un negocio y que controla todo el mercado. Eso no ocurre siempre con los grupos mexicanos involucrados en el narco.
Más allá de la mitología derivada del término, los propios traficantes han acabado por usarla también para nombrar a sus organizaciones. De esta forma, la palabra cartel ha trascendido su definición de diccionario y se ha convertido en una forma sencilla para referirse a un intrincado conglomerado de bandas establecidas en una región en específico, las cuales cuentan con estructuras flexibles para traficar drogas.
Aunque no queda claro si fue Félix Gallardo o el propio Gobierno quien creó el sistema de carteles que aún prevalece y se ha multiplicado en México, la idea de aquella decisión era que todas las células criminales seguirían organizadas de manera coordinada con las autoridades. Como me dijo Félix Gallardo: “Los narcos no estábamos contra el Gobierno, éramos parte del Gobierno”. De esta forma, a finales de los ochenta el narcotráfico funcionaba como una especie de empresa paraestatal a cargo de familias en su mayoría sinaloenses.
Pero ya en los noventa México estaba viviendo la irrupción del neoliberalismo y de una incipiente alternancia partidista, por lo que los nuevos tiempos de competencia, así como las leyes del libre mercado y el máximo beneficio, terminaron por imponerse también en el mundo narco, que mostró tener una notable aptitud ultracapitalista.
En este contexto, la primera célula de traficantes que se separó de las demás para convertirse en un cartel fue la de Tijuana (de manera coincidente —o no— asentada en el primer Estado gobernado por un partido distinto al PRI: el PAN). En su momento, la familia Arellano Félix decretó la autonomía de su territorio y empezó a cobrar tarifas especiales a los demás traficantes que querían usar la codiciada frontera con California, Estados Unidos.
Entre los afectados con esta decisión estaba El Mayo, que ya era un latifundista con enormes sembradíos de marihuana y adormidera en Sinaloa, así como El Chapo, que operaba en el cercano poblado de Tecate y era famoso desde entonces por haber creado una oportunidad de negocios debajo de la tierra: los túneles para cruzar la droga por la línea divisoria entre México y Estados Unidos. Ambos acabaron aliándose con la familia Carrillo Fuentes, que se había quedado con el control de Ciudad Juárez, el otro cruce importante de la frontera.
Así fue como El Mayo y El Chapo primero se aliaron y luego construyeron junto a sus familias una de las organizaciones criminales más afamadas de los últimos años en el mundo, la cual terminaría siendo diseccionada en el juicio de Nueva York, al final del cual El Chapo fue condenado a cadena perpetua y se generó la sospecha de que había sido traicionado por su socio, quien de manera aparente siempre ostentó el poder detrás del trono en el cartel de Sinaloa.
II
Hubo una época hace no mucho tiempo en la que escribir sobre el narcotráfico no estaba de moda. Por entonces era un tema censurado y lejos del morboso glamur de hoy, el cual hizo que algunos proyectos de televisión —y ciertos académicos tan ruidosos como oficiosos— lo volvieran fetiche comercial y sensacionalista, en lugar de un asunto que había que documentar, analizar y exhibir.
En aquellos años era imposible imaginar que los medios de comunicación dieran cuenta de manera detallada de esta realidad. Los reporteros de prensa batallábamos para publicar investigaciones o incluso simples notas como esta. Para quienes trabajábamos en diarios de provincia, la batalla contra el silencio era todavía más cruenta.
Con el paso del tiempo, cuando el fenómeno se volvió más presente en las principales ciudades y colapsó la vida de un país que se preparaba para gozar la democracia, resultó imposible ocultar la información que emanaba de esa enorme cloaca, la cual ahora es observada como nunca hasta que de nueva cuenta se imponga la censura (oficial y/o criminal) y en lugar de reportear sobre una de las principales tragedias de nuestro tiempo tengamos que hacerlo sobre la pequeñez del mono tití.
Faltan nombres, pero entre los periodistas pioneros que registraron operadores, rutas, modus operandi, crímenes, pugnas y demás situaciones de este mundo están Jesús Blancornelas y Jorge Fernández Menéndez, así como los académicos Luis Astorga y Rossana Reguillo, y los escritores Élmer Mendoza y Yuri Herrera.
Tiempo después, una nueva generación de reporteros (todos con nombres que inician con A) como Anabel Hernández, Adela Navarro, Alejandro Almazán, Alejandro Suverza, Alfredo Jiménez Mota (desaparecido), Alejandro Gutiérrez, Alejandro Sicairos, Alfredo Joyner (QEPD), Alejandro Páez y Abel Barajas escribirían de manera profusa sobre el tema. De manera destacada lo hizo también mi amigo Javier Valdez, asesinado a causa de ello en 2017 en Sinaloa.
La primera nota que me tocó hacer a mí sobre el tema data del año 2000. Recuerdo que un editor de la Ciudad de México cuestionaba que estuviera “inventando” en mis textos la existencia en el noreste del país de un grupo llamado Los Zetas. “La PGR [Fiscalía del Estado] no lo tiene en su lista oficial. Además, ese es un nombre ridículo”, decretó, para luego eliminar de mi artículo la mención a la banda, sin imaginar que años después esta última letra del abecedario se convertiría en una realidad de pesadilla.
Según mi archivo, la primera vez que reporteé de manera directa en Sinaloa fue en 2004, cuando entrevisté en Culiacán a políticos locales de cara a las elecciones de ese año en el Estado, en las cuales descubrí que el coordinador de la campaña del entonces candidato favorito para ganar era amigo de un temido secuestrador llamado Miguel Ángel Beltrán, El Ceja Güera.
Tras publicar la historia, el político señalado —dueño de un ego hipertrofiado— no negó sus vínculos con el criminal e incluso organizó un mitin en una plaza pública donde lanzó diatribas contra la publicación y acabó prendiéndole fuego al reportaje delante de cientos de sus seguidores que celebraban su ataque contra mi trabajo.
Finalmente, el candidato que apoyaba este hombre no ganó aquella elección.
Tampoco fue investigado nunca por sus vínculos con la mafia.
Años después sería asesinado.
El candidato que sí ganó la elección se convirtió en gobernador. Tras asumir el poder, un día me invitó a desayunar con él a la casa de gobierno. Según mis notas de aquella conversación off the record, esa fue la primera vez que dimensioné que quien mandaba realmente en Sinaloa no era el gobernador ni el presidente, sino un narcotraficante poco famoso a nivel nacional: Ismael Zambada García, El Mayo.
Desde entonces a la fecha, de manera intermitente he entrevistado a capos, sicarios, empresarios, campesinos, víctimas, policías, jueces y políticos, mientras voy recopilando una carpeta de investigación con documentos oficiales, testimonios y notas específicas sobre este personaje al que —quizá inspirado en el mundo del narco donde los apodos acaban siendo más memorables que los nombres— titulé la carpeta de trabajo sobre El Mayo con el apodo de Jefe de Jefes.
III
En un ambiente tan traicionero, para sobrevivir es inevitable que los capos busquen no solo lealtad sino incondicionalidad entre sus cercanos. Primero reclutan a la familia y después, a través de alianzas lo más profundas posibles, a fieles colaboradores, como sucedió con Félix Gallardo, quien tenía como sus principales operadores a Caro Quintero y a Fonseca Carrillo.
Bajo esta misma lógica se fue construyendo la triada que controló hasta hace no mucho tiempo al cartel de Sinaloa, la cual encabezaban El Mayo, El Chapo y el capo que juntó a ambos: Juan José Esparragoza, a quien por haber sido policía y por su tono azuloso de piel apodan El Azul.
El trío de socios de Sinaloa que controló el cartel a partir de los noventa: 1. Ismael Zambada García, El Mayo. 2. Joaquín Guzmán Loera, El Chapo. 3. Juan José Esparragoza, El Azul. / Fotos: Proceso, AFP / Ilustración: Fernando Hernández
El Azul —septuagenario fugitivo igual que El Mayo— trabajaba en los setenta con otro traficante apodado El Diablo, casado con una hermana de El Mayo. Así fue como ambos se conocieron y trabajaron varios años. En 1986, a causa de las redadas derivadas del asesinato del agente Camarena, El Azul también fue detenido aunque desde la prisión siguió operando a través de diversos testaferros, entre los que estaban miembros de la familia Beltrán Leyva, conformada por los hermanos Arturo, Alfredo y Héctor, así como El Chapo y su hermano Arturo, El Pollo, quien movía drogas y dinero por la frontera a través de una flotilla de camionetas Ford Bronco, las más famosas de la época.
Cuando la familia Arellano Félix se independizó de los narcotraficantes del resto del país inició una guerra en Tijuana. El Azul concertó desde la prisión la alianza entre El Mayo y El Chapo, aunque la figura que lideraba en ese momento el grupo era Amado Carrillo Fuentes, un antiguo piloto de la policía —también nacido en Sinaloa— apodado El Señor de los Cielos, quien mantenía el control de Ciudad Juárez y a quien El Mayo conocía desde que eran jóvenes.
Coincidiendo con este punto de quiebre del mundo criminal, México firmó el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y Canadá. Los narcos, a final de cuenta empresarios armados, aprovecharon el acuerdo internacional para desarrollar una vasta infraestructura que les permitiera realizar sus operaciones ilegales a la par de la integración económica formal de los tres países.
Tal circunstancia fue también uno de los factores que provocarían que los capos mexicanos arrebataran el control comercial a sus pares colombianos, quienes después de haber sido los amos del negocio en la era de Pablo Escobar, terminaron por convertirse básicamente en productores, dejando la parte más lucrativa de la actividad —el transporte y la distribución— a los mexicanos.
De esta forma, al igual que exitosos empresarios formales mexicanos como Carlos Slim, Germán Larrea y Alberto Bailleres, la triada de El Mayo, El Chapo y El Azul —en su momento junto con el fallecido Señor de los Cielos—, aprovechó el momento histórico que vivía la economía del norte de América para llevar a cabo muy buenos negocios y empezar a figurar en los rankings mundiales de riqueza de la revista Forbes.
IV
Aunque el narcotráfico es algo peligroso además de ilegal, en Sinaloa resulta ser popular y común desde mediados del siglo pasado, al grado de que existe un santo consagrado a dicha actividad: Jesús Malverde, bandido del que no existen fotografías ni registros gráficos pero cuya representación fue inventada en los setenta tomando como modelo la figura de la histórica estrella del cine mexicano Pedro Infante, según me contó alguna vez el exgobernador sinaloense, Juan Millán.
Siguiendo con ese sincretismo narco, católico y cinematográfico que refleja el poder cultural del fenómeno en Sinaloa, un abogado me dijo alguna vez de manera rotunda:
—El Chapo era como Jesús y El Mayo el Espíritu Santo. Al que todos veían trabajando era al Chapo pero el que le daba la fuerza era El Mayo, aunque nadie lo viera.
—¿Y quién es Dios?— pregunté, siguiendo su desorbitado juego.
—¿Dios? Pues Dios es el Gobierno gringo, ¿quién más?
Por ahora no hay ningún corrido norteño que se refiera a El Mayo como Espíritu Santo, pero en otros sí es llamado El del Sombrero, El M grande, El Padrino o El Quinto Mes. A sus 72 años, este hombre moreno de 1,80 de estatura presumió de tener seis mujeres al periodista Julio Scherer en una legendaria entrevista publicada en la revista Proceso. La información oficial indica que por lo menos tiene diez hijos procreados con cuatro parejas distintas (Rosario Niebla, Margarita Imperial, Leticia Ortiz y Norma Sicairos), así como quince nietos y un par de bisnietos.
Justo a principios de este 2019, vi en persona a otra de las parejas de antaño que le achacan: Sandra Ávila Beltrán, quien lleva tres fuera de prisión, después de ser detenida en 2007 y extraditada a Estados Unidos bajo la acusación de trabajar para El Mayo. Ella estaba en una cafetería de la Plaza Antara, una de las más exclusivas de la Ciudad de México. Platicamos un rato sobre el periodista Scherer, que también la entrevistó y publicó un exitoso libro titulado La Reina del Pacífico, apodo que la policía mexicana le dio a esta mujer, inspirándose a su vez en la famosa novela del escritor Arturo Pérez Reverte La Reina del Sur: este, uno de esos peculiares casos en los que la ficción termina por inventar la realidad.
Pero La Reina del Pacífico es real y ha sido señalada como supuesta lavadora de dinero del Mayo, quien controla a través de familiares y prestanombres negocios lícitos como gasolinerías, mueblerías, granjas porcícolas, bienes raíces, restaurantes, centros comerciales y establos. Santa Mónica, la marca de leche más consumida en Sinaloa, es producida por la empresa Nueva Industria de Ganaderos de Culiacán, la cual, según el Departamento de Tesoro de Estados Unidos, es propiedad del Mayo.
A diferencia de la mayoría de las parejas conocidas del Mayo, La Reina del Pacífico no nació en Sinaloa, sino en Mexicali. Aunque El Mayo vivió algún tiempo atrás en Tijuana y otro en Ciudad de México, su principal centro de operaciones y lugar de residencia a lo largo de su vida ha sido el sur de Culiacán, en la comunidad de El Salado, donde posee ranchos a los cuales se trasladaba en helicópteros, casi siempre pintados de color negro, o bien vía terrestre, en camionetas Cheyenne, su marca preferida. La bahía de San Carlos, en Guaymas, Sonora, o las montañas de la sierra del vecino estado de Durango también son refugio ocasional cuando arrecian los operativos en su contra.
Para evitar ser detenido, más allá de la red de protección política y policial que lo protege, El Mayo goza también en Sinaloa de una red de protección popular bastante potente. Se trata del típico narcotraficante que reparte dinero o construye carreteras o iglesias en los pueblos pobres de la región, como en Quilá, donde la virgen de la iglesia local lleva una corona de oro patrocinada por él. Su involucramiento ante los problemas de la comunidad es tal que durante una crisis de secuestros que vivió la entidad hace varios años, El Mayo ordenó a sus testaferros apoyar a la policía local a terminar con las bandas que asolaban la región. Por este tipo de acciones, no solo las clases populares sino también las medias y altas de Sinaloa ven al capo como una especie de patriarca que vela por la tranquilidad de sus pueblos y ciudades.
Lo que cuentan algunos de sus allegados es que fuera de su sociedad con El Chapo y El Azul, así como de los lazos con su familia, El Mayo es un hombre de pocos amigos. Quizá el más importante que tuvo fue Baltazar Díaz Vega, El Balta, quien además de ser su primer socio del negocio se convirtió en su compadre al casarse una hija del Mayo con el primogénito del Balta.
Tanto su compadre como su yerno acabaron asesinados en los noventa como parte de las vendettas de la mafia, las cuales han provocado que a lo largo de la trayectoria criminal del Mayo este haya visto entierros, encierros o destierros de múltiples socios, sobrinos, amigos, hermanos e hijos.
En cambio, El Mayo, libre hasta el día de hoy, es poseedor de un poder especial, ya que si del Chapo ha sorprendido su poder para fugarse dos veces de prisiones de máxima seguridad, ¿qué debería pensarse sobre el poder acumulado por El Mayo para no haber pisado nunca la cárcel y seguir activo y con vida siendo ya bisabuelo?
Pregunté lo anterior al abogado que conoce bien los entretelones de ese mundo. “Sí, es muy espectacular —contestó— que El Chapo se haya fugado de dos cárceles de máxima seguridad, pero ¿quién le ayudó a que pudiera hacerlo? Fue El Mayo. La hazaña de verdad no está en quien se escapa de una prisión, sino en quien es capaz de sacarte de la prisión”.
A diferencia del Chapo, que desde principios de los noventa ya estaba fichado, El Mayo empezó a ser buscado por las autoridades mucho tiempo después. Según registros oficiales, no ocurrió hasta 1998, durante el llamado maxiproceso iniciado en el Estado de Quintana Roo que culminó con la detención del primer gobernador mexicano acusado de narcotráfico: Mario Villanueva, quien de acuerdo con la investigación oficial hecha en el Gobierno del presidente Ernesto Zedillo, junto a otros políticos y policías, habían convertido Cancún y la Riviera Maya en un paraíso por igual para los narcos que para los turistas: decenas de cargamentos de cocaína provenientes de Colombia desembarcaban ahí cada mes, a tal grado que hasta Pablo Escobar tenía una casa de descanso en la zona. Otro de los beneficiarios de esta “zona comercial especial” era precisamente El Mayo.
Pero la acusación pasó desapercibida en buena medida. No sería hasta el inicio de este nuevo siglo cuando el capo finalmente cobraría algo de notoriedad. Su perfil empezaría a ser de mayor interés para la DEA, que llegó a colocar anuncios panorámicos con la fotografía del Mayo en las carreteras de Arizona, donde tras haberse hecho una cirugía plástica en el rostro, el capo solía pasearse de vez en cuando.
A la par de esto, la industria musical generó corridos en su honor en los que se le atribuían expresiones como éstas:
—Paso a paso subí la escalera, muchos años tengo en el poder, aquellos que han querido tumbarme, de aquí arriba los miro caer.
—La vanidad es el peor enemigo de este trabajo.
—Todo lo que vale la pena, nunca será sencillo y tampoco imposible.
—Puta gente corriente, dejaré que hablen y sigan chingando… ya les llegará el calor del quinto mes.
—En esta vida he ganado todas las guerras contra mis enemigos, pero perdí las más importantes, cuidar bien a mis hijos.
—La humildad se lleva en la sangre, no en la cartera.
—Tanto ‘perico’ y la gente metiendo las narices donde no la llaman.
—No es necesario usar marcas para tener buenos gustos.
—Aprendí a perder, pero nunca a darme por vencido.
—La envidia no duerme.
—La historia hay que terminarla para poder escribirla.
Sería hasta 2010 cuando ocurriría su momento de mayor visibilidad, al aparecer de manera sorprendente en la portada de la revista Proceso fotografiado junto al periodista Julio Scherer, en una entrevista donde diría frases como estas:
“El monte es mi casa, mi familia, mi protección, mi tierra, el agua que bebo”.
“La tierra siempre es buena, el cielo no”.
“El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción”.
“Tengo pánico de que me encierren”.
“El problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí”.
V
La locomotora salió de Sufragio, Sinaloa, pasó por Empalme, Sonora, y a siete kilómetros de ahí, cuando enfilaba hacia Arizona, algo sucedió con las válvulas de vapor, por lo que el monstruo tuvo que detenerse. Nada es casualidad en la vida, sobre todo en la de los trenes. Unos policías estaban a la espera. Los vagones del convoy iban repletos de migrantes y de marihuana propiedad del Mayo.
Los tres maquinistas fueron arrestados y llevados a Hermosillo, donde luego fueron condenados a diez años de prisión. En el juicio, los maquinistas aseguraron no saber cómo es que viajaban con dos vagones cargados de más de una tonelada de yerba. La habitual omertá del cartel de Sinaloa se activaba.
Empalme es un pueblo desértico a medio camino de Sufragio y Hermosillo. Ahí divergen las vías ferroviarias hacia las ciudades fronterizas de Mexicali y Nogales. A menudo, los despachadores avisan a los operadores del cartel sobre las rutas y dónde y cuándo deben detener los trenes para guardar la marihuana que después cruza la frontera de México con Estados Unidos.
No es la única forma de pasar la droga. Con más de cincuenta años en el negocio, El Mayo logró desarrollar una variada infraestructura para transportar su mercancía por aire, mar, tierra y hasta por debajo de la tierra. La forma más común de burlar la seguridad de las aduanas estadounidenses es a través de vehículos de carga que llevan droga escondida en compartimentos secretos o en productos legales como manteca y latas de chile marca La Comadre.
Otra forma que no ha dejado de emplearse es aquella con la que el Chapo sorprendió a sus colegas en sus inicios y que se volvió famosa durante su segunda fuga de una cárcel de máxima seguridad en México: la de túneles construidos para atravesar de manera subterránea el muro divisorio hasta el lado americano. Estas obras son iniciadas del lado mexicano, por lo regular en casas o ranchos de apariencia normal, aunque algunas veces son usados sitios más extravagantes. Por ejemplo, una capilla de un cementerio fronterizo era una de las puertas de entrada para introducir la droga de manera subterránea a Estados Unidos.
Marihuana, metanfetaminas y heroína, las drogas que la organización produce en Sinaloa, Durango y Chihuahua —zona llamada Triángulo Dorado— suelen moverse vía terrestre. Pero la cocaína importada de Colombia requiere de una logística especial que la debe hacer pasar por Centroamérica, llegar a la frontera sur de México y de ahí recorrer —vía aérea o terrestre— todo el país hasta Sinaloa o Sonora, donde es embodegada a la espera del momento oportuno para ser cruzada a Estados Unidos a través de Sonoyta, Agua Prieta, Nogales, San Luis Río Colorado o el desierto de Altar, donde los migrantes son empleados como cargadores (“mulas”, les llaman) de sacos de hasta 20 kilogramos de marihuana cada uno.
Ya en Arizona, la mercancía es almacenada en casas especiales de Tucson o Phoenix, propiedad de ciudadanos estadounidenses que aparentan llevar una vida normal. Luego es trasladada hasta Chicago o Nueva York, los principales destinos de la mercancía de la organización, aunque también hay envíos ocasionales a Los Ángeles, un mercado dominado por la familia Arellano Félix, que cuenta históricamente con contactos en las corporaciones policiales locales de California.
Al llegar al destino final estadounidense, la mercancía es llevada a bodegas especiales, donde se usan autos con compartimentos secretos para ocultarla. Luego, dichos autos se dejan en estacionamientos de centros comerciales con las llaves escondidas para que los compradores los recojan y se lleven la droga.
En ocasiones, los autos son devueltos al día siguiente en el mismo lugar y en los compartimentos donde había droga, ahora van los dólares del pago, por lo que se inicia, pero de regreso a México y con dinero en efectivo en lugar de drogas, la misma logística.
En el juicio de Nueva York, el primogénito del Mayo, Vicente Zambada Niebla, El Vicentillo, explicó que una inversión de 9 millones de dólares para transportar 15 toneladas de cocaína de Colombia a Estados Unidos podía generar una ganancia neta de 39 millones de dólares si era entregada en Los Ángeles, 48 en Chicago y 78 en Nueva York.
Dicha cocaína de Colombia llega a México de diversas formas. Puede ser enviada también vía marítima. Otra historia revelada en el juicio de Nueva York —que bien pudo haber sido la versión psicodélica de un cuento de Gabriel García Márquez— fue la de un capitán de navío que mientras dirigía su embarcación probó del producto que transportaba y acabó por hundir en aguas mexicanas su nave con cargamento y todo, por lo que tuvieron que pasar varios meses para que un equipo especial de buzos enviado por el cartel pudiera hallar la cocaína en el fondo del mar, la cual, como estaba impermeabilizada, se pudo recuperar; solo hubo que agregarle compuestos químicos antes de seguir su camino de nuevo hacia las narices de sus consumidores finales en Estados Unidos.
El proveedor de dicho cargamento era Juan Carlos Ramírez Abadía, Chupeta, capo colombiano del cartel del Norte del Valle quien relató también que al principio el acuerdo con el cartel de Sinaloa era que el 60% de las ganancias de cada cargamento serían para él y el resto para sus socios mexicanos. También relató que, en sus mejores momentos, aeronaves procedentes de Colombia aterrizaban cargadas de cocaína como si nada en Los Mochis, Sinaloa, donde eran recibidas por policías federales que las trasladaban hasta la frontera.
Una logística menos compleja es la usada para la adquisición de las armas y municiones de la organización, las cuales son adquiridas en su mayoría en Arizona y Texas, donde los controles son menos estrictos que en otros lugares. Aunque el cartel ha sido capaz de adquirir armamento de sectores corruptos de las fuerzas armadas de México, El Salvador, Ecuador y Colombia, la industria estadounidense es la mayor proveedora del arsenal de la organización.
Incluso, en algunas ocasiones, ha sido el propio Gobierno americano el que ha dado las armas a los narcotraficantes mexicanos, como sucedió con la fallida operación encubierta Rápido y Furioso realizada por la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF), que proveyó a los cárteles de dos mil pistolas calibre 5.7, 9 milímetros y rifles AK-47, AR-15 y Barret .50, con los que se cometieron diversas atrocidades en el país.
Todas las operaciones de tráfico de drogas, dinero y armas eran dirigidas por una primera línea de poder del cartel de Sinaloa en la que figuraban principalmente El Mayo, El Chapo y El Azul, mientras que en la segunda lo hacían hermanos, hijos y otros familiares de los capos. En el caso del Mayo, su hermano Vicente participaba en las operaciones del sur del país desde Cancún; su hermano Jesús, apodado El Rey, en el centro, desde la Ciudad de México y el estado de Hidalgo; y el propio Mayo en el norte desde Sinaloa. Mientras tanto, su hijo Vicentillo se encargaba de las operaciones internacionales.
El Mayo tenía también delegados especiales en algunos Estados clave: en Baja California estaba Manuel Garibay Espinoza, El Meño; en Chihuahua, Germán Magaña Pasos, El Paisa; en Nueva York, Ismael Lugo Rodríguez, El Cholo; en Guerrero, Rogaciano Alba, y en Centroamérica, los hermanos Gastélum Serrano. De la siembra de marihuana y heroína en el Triángulo Dorado se encargaba la familia Cabrera Sarabia; y de las operaciones financieras, Margarita Cázares, La Emperatriz.
Para el manejo general del negocio, El Mayo contaba con José Lamberto Verdugo Calderón, quien supervisaba los envíos de droga a Estados Unidos y recibía los pagos en efectivo. Parte de ese dinero era guardado en casas especiales de Culiacán para luego ser lavado o usado por operadores como Dimas Díaz Ramos, quien se encargaba de pagar los sueldos de los principales colaboradores de la organización, así como de hacer las compras necesarias para la logística de transporte y de seguridad, como celulares encriptados, programas de espionaje y redes de radiocomunicación.
Por varios años, el brazo derecho del Mayo fue Javier Torres Félix. Este hombre, apodado El JT, provenía de un grupo de guardias rurales y se encargaba también de la seguridad del capo y de su familia, así como de ir en su representación a diversas negociaciones. Para cumplir su labor, El JT contaba con un pequeño batallón de más de 50 personas armadas, así como de una red de infiltrados en diversas dependencias federales que le daban reportes regulares sobre los movimientos del ejército y la policía federal. Su hermano Manuel, El Ondeado, también colaboraba en la faena. No sobra decir que todas las corporaciones policiales de Sinaloa ya estaban bajo sus órdenes.
Otros pistoleros importantes del Mayo eran los antiguos policías Gonzalo Araujo Payán, El Chalo, y Gonzalo Inzuna, El Macho Prieto, quienes a su vez solían reclutar soldados de la Tercera Región Militar, con sede en Mazatlán, para reforzar la seguridad de la organización, sobre todo durante las diversas guerras contra otros carteles. Durante los últimos años, cuando arreciaron los conflictos de la organización, El Mayo ordenó la creación de un grupo especial de seguridad que tomó el nombre de Los Ántrax, dirigido por Rodrigo Aréchiga, El Chino Ántrax, pistolero de espíritu carnavalesco al que le gustaba subir a Instagram, Facebook y Twitter fotos de su día a día en aviones privados, autos de lujo o con celebridades como Paris Hilton, hasta que un día fue detenido recién aterrizado en Ámsterdam, donde planeaba celebrar el año nuevo.
Tanto El Chino Ántrax como todos los personajes anteriores que colaboraron con El Mayo en la consolidación de su organización criminal acabaron muertos o detenidos.
VI
En el año de 1994 México vivió la entrada en vigor del TLC, la insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, el asesinato de un candidato a la presidencia y el de un líder nacional del PRI, así como también la peor crisis económica en su historia. Por si fuera poco, se reactivó a las orillas de la capital del país el volcán Popocatépetl.
Ese año también estuvo a punto de morir El Mayo.
Un coche bomba estalló en el Hotel Camino Real de Guadalajara, muy cerca de donde se encontraba el capo. El artefacto había sido colocado por emisarios de la familia Arellano Félix, quienes antes habían hecho estallar otros dos autos llenos de explosivos en Culiacán.
La disputa de la familia Arellano Félix con el cartel de Sinaloa fue la primera guerra del narco que se vivió en México a escala nacional. Dos años antes del coche bomba de Guadalajara, El Chapo y El Mayo habían enviado un comando a la discoteca Christine de Puerto Vallarta con el fin de matar a Benjamín Arellano Félix, el líder del cartel de Tijuana. Sin embargo, el ataque fracasó y acabó en una masacre.
En respuesta, un año después El Chapo sería atacado en el aeropuerto de Guadalajara, pero los pistoleros enviados por la familia Arellano Félix confundieron al capo con un importante jerarca religioso: el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, quien acabó muerto mientras que El Chapo, que estaba en otro vehículo, resultó ileso.
La muerte del cardenal desató una crisis política e incluso diplomática con El Vaticano. Esto provocó una cacería en contra del Chapo, quien se refugió en Guatemala, donde finalmente fue detenido y luego entregado a las autoridades mexicanas, las cuales presumieron de su encierro y siguieron administrando la crisis política con la Santa Sede.
La disputa con la familia Arellano Félix se mantuvo durante años y continúa hasta el día de hoy, aunque con menos intensidad. Fue la muerte de Ramón Arellano Félix en 2002, en Mazatlán, la que significó el triunfo del cartel de Sinaloa. En aquella ocasión, el mafioso de Tijuana acudió al carnaval de la ciudad con el fin de asesinar a El Mayo, pero este fue advertido por policías locales, quienes finalmente mataron al más joven de los hermanos Arellano Félix. Meses después, el primogénito Benjamín sería detenido para luego ser extraditado a Estados Unidos, quedando en la actualidad al frente de la organización su hermana Enedina.
Esos años fueron recordados en un juicio en Estados Unidos por Serafín, otro de los hijos de El Mayo, quien dijo que cuando cumplió dos años de edad explotó una bomba fuera de donde se celebraba su fiesta. “Viví en una jaula de oro con lujos inútiles. Desde 1992 hasta el 2000, los días fueron difíciles y sangrientos, en los que hubo una guerra estúpida y sin sentido donde muchas familias fueron destruidas”.
No mucho tiempo después de aminorar la guerra de la familia Arellano Félix con El Chapo y El Mayo, comenzó otra con la familia Carrillo Fuentes, la misma que durante los noventa había sido su aliada.
El 11 de septiembre de 2004, más de 500 balas fueron disparadas en el estacionamiento de un cine de Culiacán. Varias atravesaron los cuerpos de un cuidacoches, cinco sicarios, así como de Rodolfo Carrillo Fuentes y Giovanna Quevedo, su novia de 18 años. Rodolfo era el hermano menor del ya fallecido Señor de los Cielos. Le decían Niño de Oro.
Su asesinato había sido decretado un par de meses antes en una reunión en Monterrey encabezada por El Mayo y El Chapo. La razón de la sentencia de muerte era que el Niño de Oro había asesinado a su vez a diversos socios y cómplices del Chapo y El Mayo que eran piezas clave para la introducción de cocaína a Estados Unidos.
En represalia, la familia Carrillo Fuentes ordenó semanas después el asesinato de Arturo, El Pollo, hermano de El Chapo que se encontraba preso en el Penal de Almoloya.
De esta forma se recrudecieron los enfrentamientos en Culiacán y como tanto un bando como el otro tenían bajo su servicio unidades de policías, militares y políticos locales, no quedaba claro la forma en la que acabarían las escaramuzas. Tan riesgosa era la situación que Vicentillo salió de la ciudad ya que un sicario detenido por sus hombres confesó haber sido contratado para secuestrar a la esposa del hijo del Mayo, cortarle la cabeza y enviársela en una caja a la familia, un tipo de venganza que ya había sucedido en otras ocasiones en el inmisericorde mundo narco.
La guerra siguió los años siguientes y en 2008 el cartel de Sinaloa lanzó una ofensiva en Ciudad Juárez con el fin de arrebatarle el control del lugar a la familia Carrillo Fuentes, cosa que no logró del todo y que provocó una larga lista de enfrentamientos con un grupo especial creado por el cartel chihuahuense llamado La Línea. Aunado esto a una ocupación militar, la disputa acabó con más de 1.500 homicidios y el colapso de la vida civil de los habitantes de esta ciudad fronteriza con El Paso, Texas.
Casi a la par de este ataque, El Mayo y El Chapo sostuvieron una tercera guerra, ahora contra la familia Beltrán Leyva, que desde los ochenta había trabajado con ellos. Esta se desató tras la detención de Alfredo, El Mochomo, a quien sus hermanos Arturo y Héctor quisieron rescatar, a lo que se opusieron los jefes del cartel de Sinaloa. Después, la familia Beltrán Leyva los acusó de haber entregado a su hermano a las autoridades a cambio de que el Gobierno apoyara su ataque a la familia Carrillo Fuentes en Ciudad Juárez.
La tensión del Mayo y El Chapo con la familia Beltrán Leyva fue creciendo hasta que estos últimos terminaron por aliarse con la familia Carrillo Fuentes y ambas organizaciones ordenaron el asesinato de un joven de 22 años de edad llamado Édgar Guzmán, hijo del Chapo, que ocurrió en las vísperas del Día de las Madres en el estacionamiento de un centro comercial.
Los periódicos de Sinaloa no se animaron a dar la noticia al día siguiente, a pesar de que tenían muy bien registrado el suceso. El asesinato era un parteaguas en la historia local.
El vehículo donde viajaba el hijo del capo recibió más de 300 tiros en forma de abanico, a diez metros de distancia. Un local comercial arropó buena parte de los disparos y del bazucazo que el comando lanzó al final.
Durante el funeral de su hijo, El Chapo envió más de cincuenta mil rosas para cubrir su ataúd.
Unos meses después, a finales de 2008, durante una fiesta en una mansión cercana a Ciudad de México, llegaron decenas de agentes de la Policía Federal con el fin de detener a Harold Poveda, El Conejo, principal intermediario que tenía la familia Beltrán Leyva para la compra de cocaína en Colombia.
El operativo no logró la captura del narcotraficante de origen colombiano, pero los agentes a cargo decidieron aprovechar la alberca, la sala de cine, los jacuzzis y el amplio jardín de la mansión para gozarlos también ellos, torturando a algunos de los participantes y violando a varias de las mujeres que estaban ahí, además de robar dinero, joyas y hasta algunas de las mascotas de la casa.
La información y decisión de realizar esta acción oficial no había surgido de una oficina gubernamental, sino del cuartel del Mayo y El Chapo, quienes habían incrementado los pagos a corporaciones federales con el fin de ganar la guerra que libraban contra la familia Beltrán Leyva, que había dejado Sinaloa para operar desde la Ciudad de México y el vecino estado de Morelos.
Jesús, hermano de El Mayo apodado El Rey, era el encargado de coordinar las acciones con un presupuesto mensual de 200 mil dólares solo para sobornos de autoridades.
Pero de manera sorpresiva, una semana después del operativo en la mansión del Conejo, El Rey sería detenido por agentes de la PGR que en lugar de estar en su nómina estaban en la de la familia Beltrán Leyva.
Si bien en el juicio de Nueva York se aseguró que el cartel de Sinaloa tenía un acuerdo con el entonces secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna (algo denunciado antes por la periodista Anabel Hernández y negado hasta la fecha por el exfuncionario), lo que no se explicó es que también algunos mandos de la PGR —la otra instancia que combate al narco en el país— tenían más bien un acuerdo con la familia Beltrán Leyva, de tal forma que cada cartel tenía una parte del Gobierno trabajando a su servicio.
La cooptación de las autoridades de Sinaloa por parte de la organización del Mayo se ha dado como un hecho de facto durante varios años, pero sus vínculos con autoridades a nivel nacional no se empezaron a documentar tanto como sucedió durante su guerra contra la familia Beltrán Leyva.
Dirigidas al entonces presidente Felipe Calderón (quien siempre ha respaldado a su subordinado García Luna), durante esos días eran colocadas de manera pública mantas de la familia Beltrán Leyva, con mensajes como este: “Con todo respeto a su investidura, señor presidente, le pedimos que abra los ojos y se dé cuenta de la clase de personas que tiene en la PFP [Policía Federal Preventiva]. Nosotros sabemos que usted no tiene conocimiento de los arreglos que tiene Genaro García Luna desde el sexenio de Fox con el cartel de Sinaloa que protege al Mayo Zambada, a Los Valencia, Nacho Coronel y Chapo Guzmán… Pedimos que pongan a personas que combatan al narco de forma neutral y no incline la balanza a un solo lado”.
En el juicio de Nueva York también surgieron revelaciones hasta ahora desconocidas de la narcopolítica o fantapolítica —según se prefiera ver—, como supuestas reuniones del hijo del Mayo con altos mandos del Ejército, empezando por el general Roberto Miranda, jefe del Estado Mayor Presidencial durante el Gobierno de Ernesto Zedillo (PRI), siguiendo con otras con el general Marco Antonio de León Adams, exmiembro de la guardia del presidente Vicente Fox (PAN), así como también una supuesta visita que hizo a Sinaloa el general Humberto Antimo Miranda, para reunirse con El Mayo, justo al inicio del gobierno de Felipe Calderón (PAN).
Otro de los señalamientos delicados que surgieron en el juicio es el de que durante la campaña a la presidencia de Enrique Peña Nieto (PRI), el cartel de Sinaloa donó dinero a través del estratega electoral venezolano J. J. Rendón. Cuando le pregunté al respecto a un importante miembro del equipo de campaña del expresidente me dijo que no metería las manos en el fuego por el consultor. “En una campaña a veces llega más dinero del que estás esperando”, respondió.
De diversas formas, todos los altos funcionarios aludidos de Gobiernos anteriores rechazaron las acusaciones en su contra. Hasta ahora, el Gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador (Morena) no ha iniciado ninguna investigación especial por estas acusaciones de vínculos entre las más altas esferas del poder criminal y el político dadas a conocer en el juicio de Nueva York.
VII
Cuando parecía que la vieja guerra contra la familia Arellano Félix ya estaba superada, en noviembre de 2010 El Mayo recibió la noticia de que su hermana Águeda, así como su sobrina Isabel y la pequeña hija de esta habían sido secuestradas por miembros de la organización rival al poco de haber llegado al aeropuerto de Tijuana.
No mucho tiempo después, un equipo especial del Ejército liberó a las familiares de El Mayo de la casa donde se encontraban. La noticia casi pasó desapercibida hasta que aparecieron a posteriori una serie de mantas en diversos lugares de Culiacán. Una de ellas decía: “Chapo y Mayo, para que vean que no somos tan corrientes como tu propia sobrina te lo dijo, las dejamos vivas porque no quisimos matarlas en la fiesta, no tengan miedo y manden a pelear a su gente para ver cómo nos toca, si mandan Gobierno también les hacemos frente”.
Los miembros de la familia Arellano que colocaron las mantas decidieron que quien firmara los mensajes fuera un viejo conocido del cartel de Sinaloa: “Atentamente Ramón Arellano, desde el infierno”, decía el texto, en alusión al viejo rival del Mayo asesinado tiempo atrás durante el carnaval de Mazatlán.
Todas estas disputas entre carteles provocaron que miles de padres y madres perdieran a sus hijos durante los últimos años. La nebulosa de violencia llamada de manera oficial guerra del narco por el expresidente Felipe Calderón causó en una década más de 200.000 asesinatos, 35.000 desaparecidos y el desplazamiento forzoso de otras 35.000 personas, por lo que en este primer cuarto del siglo XXI la democracia de México ha registrado más dolor y destrucción que cualquier típica dictadura latinoamericana del siglo pasado.
El Mayo, uno de los responsables parciales de esta situación, no ha salido ileso. Por lo menos veinte de sus familiares directos han sido asesinados, detenidos, fichados o secuestrados. La lista comienza con el único varón de los cinco hijos que tuvo con su primera esposa Rosario Niebla: Vicentillo fue detenido y extraditado a Estados Unidos, al igual que Ismael Zambada Imperial, Mayito Gordo, el hijo que tuvo con Margarita Imperial. Lo mismo ocurría hasta hace poco con Serafín Zambada Ortiz, hijo que tuvo con Leticia Ortiz, aunque a finales de 2018 fue puesto en libertad.
Otros hijos suyos, como Ismael Zambada Sicairos, Mayito Flaco, enfrentan órdenes de aprehensión, mientras que sus hijas María Teresa, Miriam, Mónica y Modesta Zambada Niebla están fichadas por diversas agencias de Estados Unidos.
Además del secuestro de Águeda, un hermano de El Mayo, Vicente, fue asesinado; el otro, Jesús, El Rey, está preso en Estados Unidos; mientras que sus sobrinos Vicente y Jesús, hijos del Rey, también están muertos, el primero fue asesinado y el segundo se suicidó tras ser detenido y convertirse en testigo protegido. Otro sobrino, Édgar, hijo de María Teresa, también fue asesinado.
Quizá las desgracias personales que más desconcertaron al Mayo fueron las detenciones de su hijo Vicentillo y la de su hermano El Rey. Furioso, durante un reunión con El Chapo en las montañas de Durango, el capo habría considerado la posibilidad de contratar a un soldado estadounidense para que realizara un atentado contra alguna institución de EE UU, pero finalmente esto no sucedió.
Lo que sí se planeó en algún momento, según el testimonio del propio Vicentillo en el juicio de Nueva York, fue contratar a un grupo de militares mexicanos para asesinar al zar antidrogas, José Luis Santiago Vasconcelos, en represalia por la detención en Guadalajara del hijo del Chapo, Iván Archivaldo, Chapito, a quien el Gobierno estuvo a punto de extraditar a Estados Unidos, pero que finalmente fue liberado por un juez, por lo que el plan de matar a Vasconcelos fue cancelado.
Aunque meses después Vasconcelos murió en un increíble accidente aéreo: una aeronave gubernamental en la que viajaban él y al secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, se estrelló en el transitado Periférico de la Ciudad de México.
Por su parte, tras ser liberado, Iván Archivaldo se convirtió junto con su hermano Alfredo Guzmán, Alfredillo, en un activo colaborador del cartel de Sinaloa. Con las detenciones de los hijos de El Mayo, así como el escaso interés en el negocio de Cristian y Juan José, hijos del Azul, Iván y Alfredo fueron aumentando su poder dentro de la organización hasta convertirse, tras la detención y extradición de su padre a Estados Unidos, en los nuevos líderes, no sin antes enfrentarse con Dámaso López Núñez, El Licenciado, un antiguo colaborador del Chapo que también buscó relevar a su antiguo jefe pero que acabó en una cárcel de Estados Unidos, junto con su hijo de mismo nombre, apodado El Mini Lic.
Durante esta disputa entre los hijos de El Chapo y la familia López Núñez, El Mayo trató de mediar en vano, ya que la pugna se fue desbordando cada vez más hasta convertirse en una nueva guerra que volvió a estremecer el noroeste del país.
Durante la misma, los reporteros que mejor estaban informando al respecto eran mis amigos Martín Durán, Cynthia Valdez y Javier Valdez, quienes por ello resultaron amenazados.
Al final, en el caso de Javier, su trabajo periodístico le costó la vida: fue asesinado un mediodía, el mediodía más triste en la historia de Sinaloa.
VIII
¿Cuándo empezó todo? ¿Por qué Sinaloa es la capital internacional del narcotráfico? La creencia de que durante el siglo pasado el Gobierno de Estados Unidos alentó de manera formal la siembra de marihuana y adormidera en este lugar de México es tan fuerte que hasta la fecha los sinaloenses de a pie suelen dar esa explicación cuando se les hace la pregunta.
No solo ellos. El fundador del cartel de Sinaloa, Félix Gallardo, aseguró lo mismo cuando lo entrevisté y también lo han afirmado de manera pública desde secretarios de Estado, procuradores y jefes policiales hasta algunos agentes estadounidenses.
Según esta versión, el Gobierno de Franklin Delano Roosevelt impulsó y financió entre los años treinta y cuarenta el cultivo de adormidera para producir la morfina que atemperaba los dolores de los soldados estadounidenses heridos en combate. Mediante un acuerdo oficial con el Gobierno de Manuel Ávila Camacho, eligieron la zona serrana de Sinaloa por sus condiciones favorables para el cultivo de adormidera.
Sin embargo, el investigador Carlos Resa Nestares considera que este es uno de los tantos mitos que predominan sobre el narcotráfico en México. En sus análisis, Resa concluye que existen suficientes elementos para cuestionar la verosimilitud de esta historia creída por muchos en México. En primer lugar, debido a que no hay evidencia de que un territorio como el de Sinaloa dé origen a una mayor eficiencia en la producción de adormidera y opio que, por ejemplo, los más fértiles valles bajos del mismo Estado.
Otra de las razones, rebate el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, es que esta producción de drogas se hubiera podido hacer de manera legal en el amplio territorio estadounidense. “En realidad” —explica el analista— “los archivos de la Segunda Guerra Mundial muestran un profundo descontento de los funcionarios estadounidenses con sus homólogos mexicanos por su incapacidad para controlar la producción y exportación de drogas”.
Lo que sí es evidente es que el Gobierno de Estados Unidos ha usado por mucho tiempo su hegemonía para definir las políticas públicas de México en materia de combate al narcotráfico. Lo que no se sabe es el nivel de detalle. Por ello cada vez más periodistas, académicos, políticos y conocedores del tema suelen afirmar que en las agencias estadounidenses están los auténticos jefes de jefes de un negocio tan intrincado y complejo que adquirirá otro cariz cuando concluya el régimen de prohibición de drogas actual.
En los tribunales de Chicago, antes del juicio de Nueva York a El Chapo, se inició un proceso judicial en contra de Vicentillo, el cual prometía mostrar más datos de ese mundo del narco en Estados Unidos, tan poco conocido debido a que, entre otros factores, hay más periodistas estadounidenses reporteando historias del tema en México que en su propio país.
Tras ser extraditado a Estados Unidos, a través de sus abogados, el hijo del Mayo amagó con revelar mediante documentos oficiales que el cartel de Sinaloa había trabajado en colaboración con varias agencias estadounidenses como la DEA (antidroga), el FBI y el ICE (servicio de inmigración y control de aduanas). En uno de sus alegatos mencionaba específicamente al director regional de la DEA para Sudamérica, al de Méxicoy a agentes asignados a la embajada estadounidense en Ciudad de México y los consulados de Hermosillo y Monterrey.
Según la documentación del proceso que se hizo pública, el intermediario de estos acuerdos era un abogado llamado Humberto Loya Castro, quien operó el supuesto acuerdo entre el cartel de Sinaloa y el Gobierno estadounidense desde 2004 hasta la detención de Vicentillo. El presunto convenio estribaba en que a cambio de que las agencias policiales americanas no intervinieran en las operaciones del cartel de Sinaloa ni tampoco procesaran al Mayo y El Chapo, el grupo criminal proveería al Gobierno de Estados Unidos de información sobre las demás organizaciones involucradas en el tráfico de drogas.
Pero el juicio al Vicentillo donde se ventilarían estos alegatos se fue posponiendo a lo largo de cuatro años, en medio de negociaciones que finalmente concluyeron con un acuerdo de cooperación entre la Fiscalía y el hijo del Mayo. Este se declaraba culpable de cargos menores y aceptaba ser testigo colaborador en otros procesos, como el del Chapo, a cambio de que se le redujera su estancia en prisión y de que su esposa e hijos fueran protegidos por el Gobierno estadounidense.
Por ello, durante el juicio de Nueva York, cuando Vicentillo subió al estrado a declarar en contra de su padre y del Chapo (a quien se refirió como compadre), el abogado de este, como lo hizo a lo largo del proceso, reiteró que le parecía sorprendente que El Mayo siguiera libre, asegurando que esto sucedía porque había corrompido a todo el Gobierno mexicano y porque su hijo tenía un acuerdo especial con el de Estados Unidos.
—¿A qué se dedica tu papá?— preguntó en un momento el abogado a Vicentillo.
El primogénito de la familia Zambada no lo pensó mucho para responder.
—Mi padre es el líder del cartel de Sinaloa.
*Diego Enrique Osorno es reportero, escritor y cineasta. Autor, entre otros libros, de Slim (Debate, 2016) y La guerra de los Zetas (Debate, 2017). Esta primavera de 2019 aparecerá una nueva edición de El cartel de Sinaloa (Grijalbo, 2009). Twitter @DiegoEOsorno.
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