La máxima de que el tiempo es relativo, que tomó forma de ley tras Albert Einstein, ha inspirado más guiones de comedia que de ciencia ficción. Pero ha adquirido nuevo sentido tras el confinamiento. “Es curioso”, reflexiona el cineasta M. Night Shyamalan (Mahé, India, 50 años) en videollamada, “cómo habíamos olvidado la voracidad del devenir del tiempo”. Ese pensamiento le sacudió durante la cuarentena, “cuando la humanidad se dio cuenta de la cantidad de horas que desperdiciamos o de cómo despreciamos algunos momentos maravillosos. Mis padres me contaban en mi adolescencia lo difícil que era para ellos, al emigrar a Filadelfia, hablar por teléfono con su familia en la India. Telefoneaban a sus hermanos y tenían que esperar días para que les devolvieran la llamada. Cuando por fin hablaban, se emocionaban con sus voces, y esas charlas las atesoraban en sus cabezas durante semanas. Hoy nada nos impresiona”.
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Por eso cuando sus hijos, en un día del padre, le regalaron el cómic Castillo de arena (Astiberri), de Frédérik Peeters y Pierre Oscar Lévy, el cineasta supo que ahí estaba su siguiente película, Tiempo (Old, en su título original, que aporta más pistas), recién estrenada en España. Lo que no vio venir fue la covid-19, que le dio un valor añadido al guion y aumentó su relevancia como reflexión humanista. Igual le ha pasado a multitud de títulos actuales. No hay más que asomarse a las plataformas digitales o a la cartelera para ver que la nueva ciencia ficción está reflexionando sobre las diferentes mediciones del tiempo, su elongación o acerca de la posibilidad de mundos paralelos o distopías: Bliss, con su simulación de otro mundo y otra sociedad; Oxígeno, donde la cuenta atrás vital que sufre el personaje de Melánie Laurent en el espacio transcurre en una cuenta hacia adelante de la humanidad; Chaos Walking, donde chocan culturas y sociedades de aparentes distintas épocas…
Y no están solas, porque hay más estrenos próximos: en Reminiscencia —27 de agosto—, Hugh Jackman descubre una manera de viajar al pasado y recuperar un viejo amor; en Free Guy —13 de agosto—, Ryan Reynolds es un anónimo empleado de banca que descubre que su felicidad diaria, anodina en su repetición en un bucle temporal, procede de que es un personaje secundario en un videojuego. ¿Puede que sean ganas de olvidar y dejar atrás al coronavirus? “Todo viene”, asegura Shyamalan, “de que actualmente estamos a merced de las máquinas, nuestra relación con ellas es insana”. De ahí la pulsión por viajar más allá, no solo en el espacio, sino sobre todo en el tiempo. “Queremos ir demasiado rápido”, insiste el director de El sexto sentido, El protegido o La joven del agua.
Quien más reflexionó sobre esa posibilidad fue el científico y divulgador Carl Sagan. En su serie Cosmos, el capítulo Viajes a través del espacio y del tiempo se planteaba la posibilidad de llegar a estrellas próximas al Sol en menos de ocho años, al centro de nuestra galaxia en 21 y a Andrómeda en 28. Pero esos tiempos transcurrirían dentro de una nave espacial que avanzara casi a la velocidad de la luz, porque ese es el límite absoluto. Sin embargo, a la vuelta de esos astronautas a su casa, el tiempo habría transcurrido en la Tierra de manera muy diferente: tal vez habrían pasado miles de años. Lo maravilloso es que Sagan lo explicaba con un viaje en vespa de dos hermanos. Y después lo plasmó en una gran novela, Contacto, certera científicamente, que llegó al cine en 1997.
Para Einstein, el tiempo es como un río que serpentea entre las estrellas, que acelera y frena cuando pasa alrededor de cuerpos masivos. Un segundo en la Tierra no es un segundo en otro planeta, como bien mostraba Interstellar, de Christopher Nolan. Y en la vida real, después de seis meses en la Estación Espacial Internacional, un astronauta ha envejecido menos que los habitantes de la Tierra, pero solo cerca de 0,007 segundos. Con lo que no existen los viajes en el tiempo, sino a través de él para avanzar en el espacio.
“Los críos viven el tiempo de una manera muy distinta. Sienten el presente, se llenan de él”
A Shyamalan no le interesa el viaje de los humanos en el tiempo, sino el viaje del tiempo en los seres humanos. De ahí que coloque a los protagonistas de su película, una familia de vacaciones en un complejo hotelero de lujo, en una playa donde un día equivale a toda vida humana. Los niños crecen, los padres envejecen. Y no pueden escapar. “Una de mis mayores influencias a la hora de cómo contar los sentimientos en esta película es El ángel exterminador, de Luis Buñuel. El mejor reflejo en el cine de una pesadilla existencial”, explica el cineasta. “Por eso cuando leí el cómic, sentí una descarga. En otras películas mías ya he reflexionado sobre lo que significa ser niño, madurar o cómo aceptar lo que nos molesta de nosotros mismos”.
Ahora el cineasta vuelve a unos adultos con alma de niños en esa playa maldita: “Porque los críos viven el tiempo de una manera muy distinta. Sienten el presente, se llenan de él”. Y porque con ello, confiesa, subraya la apreciación que se tiene del devenir en las familias: “Mis padres tienen más de ochenta años y para ellos sigo siendo su niño. Además, mi padre sufre de demencia y en esa vuelta a un estado infantil de repente disfruta… de otras cosas”.
El envejecimiento, apunta el cineasta —que por primera vez ha rodado íntegramente una película fuera de su Filadelfia de adopción—, le provoca cierta ansiedad: “Y mi trabajo es trasladar toda esa ansiedad”, cuenta riendo, “a los espectadores. En Tiempo el miedo no nace de un asesino en serie, sino del brutal paso del tiempo, de cuando se envejece comiendo un sándwich. Como director debo adivinar cómo hacerte sentir lo más incómodo posible”.
Ya ha asumido que está a punto de cumplir 51 años. “La pandemia ha cambiado la perspectiva de la humanidad… y por desgracia poco hemos aprendido”. ¿Es Tiempo una película sobre la covid-19? “Desde el rodaje, que hicimos levantado el confinamiento, ya tuve esa sensación. Es increíble cómo los sentimientos de los personajes están tan unidos a los que albergamos ahora tras lo que hemos sufrido”. En un momento avanzado de la historia, el personaje de Gael García Bernal mira al de Vicky Krieps, ambos ya envejecidos, y le cuenta: “¿Dónde querría estar ahora? Aquí”. Shyamalan reflexiona: “Corremos tanto tras el tiempo, que no lo disfrutamos”.
Madrid, Madrid, Madrid
Para bautizar a los personajes, Shyamalan se mueve por pulsiones. Una de las empleadas del complejo hotelero se llama Madrid. “Porque es una ciudad maravillosa, en la que siempre he disfrutado, y que tiene algo misterioso para mí”, cuenta. “Y decidí hacer ese pequeño homenaje. Me gustan los nombres que resuenan de manera especial, como el de esta ciudad. Para que se entienda cómo pienso, la madre de la familia [a la que da vida Vicky Krieps] tenía otro nombre hasta que llegamos al lugar de rodaje y me presentaron a una trabajadora del hotel en República Dominicana que se llamaba Prisca, que significa anciana, y decidí bautizarla así”.
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