La primera vez que entré en el Centro de Alimentación Terapéutica de Saná, en Yemen, hace un año y medio, me impresionó el estado de los niños. En estas instalaciones se trata a aquellos con desnutrición aguda severa, un tipo que pone en riesgo su vida. Parecían muy pequeños y débiles, tanto que, a veces, no podían ni llorar. Estaban perdiendo pelo. Su piel estaba estropeada. Estos son signos del trastorno alimentario que sufren.
En la mayoría de estas clínicas, los pasillos están decorados con coloridos dibujos, flores y animales, pero el ambiente es apagado. Hay salas de juego con juguetes, pero ningún niño está jugando. No oyes mucho ruido, excepto alguna vez un llanto infantil o una madre tarareando una nana. Todo el mundo camina despacio, como si no quisieran despertar a un bebé dormido.
He conocido una y otra vez a madres desesperadas que se enfrentan a este dilema insoportable: llevar a su hijo a que le den un tratamiento fuera de casa o alimentar al resto de la familia
En Yemen, hoy, 2,2 millones de niños menores de cinco años están gravemente desnutridos. De ellos, 540.000 sufren desnutrición aguda severa. Esto significa que, si no reciben tratamiento urgentemente, podrían morir en un breve espacio de tiempo. Además, casi 1,3 millones de mujeres embarazadas o lactantes también están gravemente desnutridas, lo cual contribuye a perpetuar el círculo vicioso del hambre.
Ese día, conocí a Fátima y su madre. Fátima parecía muy frágil en su cama de hospital. Su progenitora, sentada a su lado, estaba muy preocupada porque su hija estaba vomitando mucho y tenía diarrea. La llevó al hospital, donde el equipo médico le diagnosticó deshidratación severa y desnutrición. La metieron en un programa de tratamiento y su estado empezó a mejorar un poquito, día a día.
La familia de Fátima también sufría por esta situación. La madre estaba desesperada cuando se dio cuenta de que algo iba mal. Ir al hospital supuso un desafío para la familia, como para muchas otras. La mayoría no sabe dónde ir o, sencillamente, no se puede permitir los costes del transporte, alojamiento y comida fuera de sus casas.
He conocido una y otra vez a madres atormentadas que se enfrentan a este dilema insoportable: tener que elegir entre el poco dinero que tienen para llevar a su hijo a que le den un tratamiento fuera de casa, o alimentar al resto de la familia. Ningún padre debería tener que verse nunca en la situación de tomar una decisión tan terrible.
La crisis humanitaria en Yemen es una trágica convergencia de muchas amenazas tras ocho largos años de uno de los conflictos más brutales de la historia reciente: una contienda violenta y prolongada; una devastación económica; un sistema de apoyo social destrozado que afecta a la provisión de servicios básicos (salud, nutrición, agua y saneamiento y educación); una respuesta humanitaria infra financiada, y los efectos de la actual pandemia de la covid-19.
Más de 23 millones de personas, o cerca del 72% de la población yemení, necesita ayuda humanitaria vital. Esto incluye a 12,9 millones de niños, o lo que es lo mismo, casi el 80% de la población infantil del país. En otras palabras, cuatro de cada cinco menores de edad.
Unicef apoya el tratamiento de la desnutrición aguda severa en 34 Centros de Alimentación Terapéutica y más de 4.000 instalaciones sanitarias, lo cual ayuda a cientos de miles de niños y familias. Además, la organización respalda a cerca de 300 equipos móviles, que van por las comunidades examinando a los pequeños para detectar la desnutrición, proporcionar tratamientos y aconsejar a los padres. Pero nuestras intervenciones no son suficientes, y pronto podrían terminar debido a la falta de fondos.
Más de 23 millones de personas, o cerca del 72% de la población total de Yemen, necesita ayuda humanitaria vital
Estas labores vitales necesitan al menos poder mantenerse en el tiempo, y aumentarse en algunos lugares para afrontar el gran desafío de la desnutrición aguda infantil. Para salvar a estos niños necesitamos más recursos urgentemente. Unicef requiere 240 millones de dólares (218,4 millones de euros) para cubrir las necesidades más urgentes durante los próximos seis meses.
A pesar del sufrimiento que afronta, la madre de Fátima sigue teniendo una gran esperanza por su hija. “Espero que se ponga bien y siga bien, y que en el futuro pueda recibir una educación”, cuenta. No podemos ignorar una esperanza así en la cara de una de las peores crisis humanitarias del mundo. El mundo no puede abandonar a estos niños.
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