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El City, la mística y la mesa de los patrones


El fútbol traslada a la semifinal Manchester City-Real Madrid una consideración que sobrevuela la eliminatoria. Dos grandes equipos empezarán hoy a dirimir sus cuitas. No falta el material necesario: la urgencia por alcanzar la final, jugadores extraordinarios, sensación general de incertidumbre, dos entrenadores con un palmarés rebosante de éxitos y el cosquilleo que produce en Madrid la presencia de Pep Guardiola en el banquillo inglés. Sin embargo, el Madrid-City no es un clásico. No todavía.

Cuando Guardiola llegó al Manchester City, declaró que era necesario llenar de trofeos una sala casi vacía de plata. Nacido en el ambiente parroquial que tan decisivo resultó para el crecimiento del fútbol en Inglaterra, el City adquirió su nombre en 1898. Este poso de club antiguo no se compadece con la visión que se tiene de su equipo. Todavía hoy, después de ganar cinco títulos de la Premier League en los últimos 10 años, al City se le mira con distancia, un adinerado parvenu que no es bien recibido en algunos salones.

Tuvo sus buenas épocas, especialmente en los años sesenta, cuando se atrevió a desafiar y superar al Manchester United. El City ganó la Liga en 1968, la Copa inglesa en 1969 y la Recopa en 1970, pero esos títulos se contradijeron con años de penurias, descensos y avisos de bancarrota. En la ciudad cohabitaba con un club que también conocía el sinsabor del descenso y un profundo vacío de éxitos. Entre 1967 y 1992, el Manchester United no consiguió ganar la Liga, pero su inoperancia no le privó de una majestuosa consideración. Donde no le llegaba con los títulos, le servía el mítico paisaje de los Busby Babes, el accidente aéreo de Múnich, la rebelde figura de George Best y la admiración que se le profesaba a Bobby Charlton.

El United sí pertenecía al selecto club que se observa, y le observan, como la aristocracia del fútbol europeo. A ese rango se adscriben el Real Madrid, Milán, Bayern, Juventus y Liverpool, equipos que han construido un largo y doble relato en las competiciones europeas y en sus respectivas Ligas. El Barça, que echaba en falta varios títulos de Liga —sólo dos entre 1960 y 1990— y la Copa de Europa para figurar en la curia, se aseguró el ingreso a través de una leyenda (Johan Cruyff), un estilo cautivador y un reguero de éxitos.

El ingente trabajo de Guardiola pasa principalmente por sentar al City en la mesa de los clásicos. Por supuesto, necesita ganar la Copa de Europa y proseguir su fantástica racha en Inglaterra —los citizens han ganado tres veces la Premier League en los últimos cinco años y es líder esta temporada—, pero a día de hoy el Manchester City jamás ha conseguido el jugador que pretendía cuando los viejos jerarcas entraban en la puja.

El Liverpool se llevó a Van Dijk, el Barça a Frenkie de Jong, Harry Kane se mantiene en el Tottenham, Maguire, sí, Harry Maguire, eligió el Manchester United y Hazard —un favorito de Guardiola— fichó por el Real Madrid. El City sondeó y se apartó. No tenía ninguna posibilidad, a pesar del dineral de Abu Dabi, la fama del entrenador y los constantes éxitos del equipo. A estas sutiles cuestiones también remite una semifinal que no afectará a la posición del Real Madrid en la escala del fútbol, pero dirá mucho de la ubicación del City. Es un buen momento para saber si tiene posibilidad alguna de darse de alta en el férreo club de patrones o seguirá con las puertas cerradas. Es decir, si por vez primera una figura indiscutible elige al Manchester City sobre cualquiera de los habituales pretendientes. El principal actor de este misterio ya tiene nombre: Erling Haaland.

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