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El cólera, la enésima maldición de Siria y Líbano

EL PAÍS

El cólera, que llevaba tres décadas ausente de Líbano y una de Siria, se coló el pasado noviembre en la casa de Huda Izzedin en Arsal, una localidad de la región libanesa de la Bekaa a unos 15 kilómetros de la frontera con Siria. “Estoy segura de que fue en una boda, hace dos semanas, porque había mucha gente”, asegura esta madre de 21 años en el salón de la vivienda, mientras su suegra, Mariam, atiende al pequeño Wael, aún convaleciente de los vómitos que le causó la enfermedad con apenas seis meses de edad. El cólera, sin embargo, no suele transmitirse por el contacto con la multitud, sino por el consumo de agua o comida contaminada con la bacteria Vibrio cholerae, así que lo más probable es que llegase en el agua de pozo por la que pagan a un particular 800.000 libras mensuales (hoy unos 11 euros, en el volátil tipo de cambio del país).

Huda la define como “la más limpia de la zona” y al dueño como “alguien de fiar”, pero el agua no estaba tratada y nadie había verificado su calidad. En una zona pobre en la que el Estado, inmerso desde 2019 en una brutal crisis económica, resulta incapaz de asegurar la potabilización, saneamiento y tratamiento de aguas residuales, los lugareños beben, se asean y cocinan con agua procedente de hasta 6.000 pozos, tanto públicos como privados, explica Hussein Zreiq, coordinador de Salud en Líbano de la ONG Relief International. “Es casi imposible saber de dónde viene en cada caso y cuáles están contaminados”, lamenta.

El cólera es la enésima maldición de estos dos países que atraviesan días difíciles, sobre todo Siria, que encadena tragedias. Y lo más probable es que la última ―el terremoto que el pasado día 6 mató en el país a cerca de 6.000 personas― empeore el brote. La Organización Mundial de la Salud explica por correo electrónico que las organizaciones sanitarias “han revisado sus previsiones sobre transmisión de cólera [en Siria] dando por sentada una mayor tasa en los próximos meses” en las zonas afectadas por el terremoto. Las bajas temperaturas del invierno ayudan a frenar el empeoramiento, pero los problemas originados por el seísmo ―como daños a las infraestructuras de saneamiento, aglomeraciones y las dificultades de los desplazados para lavarse y lograr agua potable― apuntan en la dirección opuesta, sobre todo según el clima se vaya templando, agrega la OMS. Además, el terremoto ha dañado en esa zona 37 centros médicos y obligado a 20 a suspender operaciones, según la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU.

Hussein Zreiq visita las tiendas de campaña de refugiados sirios en Arsal.Diego Ibarra Sánchez

En países con sistemas sanitarios deficientes y problemas de acceso al agua, los desastres naturales suelen generar un rebrote de la enfermedad, como sucedió en Haití tras el seísmo de 2010. Más aún cuando la parte más afectada, el noroeste, concentraba la mitad de los más de 88.000 posibles casos y 101 muertes que registró Siria entre que comenzó la epidemia (el pasado agosto) y el pasado 28 de enero. La tendencia era descendiente, en parte por los dos millones de dosis de vacuna oral que se pusieron entre diciembre y enero en las cuatro provincias más afectadas. Cuando acababa de iniciarse un nuevo esfuerzo de vacunación, llegó el terremoto.

Tras casi 12 años de guerra que han causado medio millón de muertos, dejado al 90% de sirios en la pobreza y expulsado de sus hogares a más de la mitad de la población (unos 6,6 millones rumbo al extranjero y un número similar, desplazado dentro del país), la mayoría depende de agua que compra en camiones cisterna o que obtiene de fuentes no tratadas. Dos tercios de las plantas de tratamiento de agua, la mitad de las estaciones de bombeo y un tercio de las torres de agua ya estaban dañadas por el conflicto.

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El pasado octubre, la enfermedad apareció en el vecino Líbano. “No está claro cómo empezaron los primeros casos, lo que sí es seguro es que ocurrió porque las condiciones de agua y saneamiento no son las adecuadas en Líbano. El cólera es un tema básicamente de acceso a condiciones adecuadas de agua, higiene y saneamiento. Los libaneses también compran una parte del agua que consumen, que tampoco suele estar clorada y también podría estar contaminada, así que la propagación de la enfermedad podría venir por cualquiera de las comunidades afectadas”, explica Ibrahim Mustafa Chico, coordinador de proyectos de Agua y Saneamiento de Acción Contra el Hambre, ONG que reparte entre los refugiados kits de higiene y desinfección y aplica una solución clórica para matar las bacterias en pozos colectivos y letrinas.

Aquí, en la fronteriza región de Arsal, se calcula que entre un 70% y un 80% de los pozos privados están contaminados, bien por productos agrícolas o heces, explica Mustafa Chico. Y, como las aguas residuales no se tratan, la bacteria acaba en el subsuelo.

Tiendas de campaña de refugiados en Arsal.Diego Ibarra Sánchez

Aparentemente, el cólera llegó a Líbano desde Siria. Zreiq cree que a través de las aguas subterráneas que alimentan pozos a ambos lados de la frontera. Las infraestructuras hídricas nunca se recuperaron del todo de los 15 años de guerra civil (1975-1990), pero el Estado no tiene ahora siquiera suficiente combustible para alimentar las plantas de tratamiento de aguas, que en su mayoría han dejado de funcionar.

Los principales afectados por el brote en Líbano son refugiados sirios, según el ministro de Sanidad del país, Firass Abiad. Líbano alberga 1,5 millones. En Arsal, malviven en asentamientos informales de tiendas de campaña fruto de dos grandes movimientos de población en 2013. Uno, a raíz de la batalla de Qalamun, una región montañosa que se puede ver al otro lado de la frontera. Y otro, por el avance de las fuerzas del régimen y su milicia aliada Hezbolá hacia Al Qusair. La mayoría de refugiados trabajan hoy como temporeros en canteras o en la agricultura, explica Zreiq. Llueve y a la entrada del campamento se forman inundaciones, un factor de riesgo para la propagación del cólera.

Por debajo de las necesidades

Antes del brote, los sirios en el campamento recibían 7,5 litros por persona al día de agua, lo que en un mes equivale a uno de los tanques que coronan ―junto con neumáticos y alguna antena o placa solar― el techo de las tiendas de campaña. Tras el brote, ha aumentado a 35, un 40% de las necesidades de las familias. “Normalmente, el consumo de agua de una persona en un país desarrollado roza los 200 litros por persona y día. Sin embargo, durante las crisis humanitarias agudas, especialmente si la población desplazada viene de un contexto urbano, la cantidad se reduce a unos 70 u 80. Por debajo de ese umbral, las poblaciones empiezan a manifestar prácticas de higiene y saneamiento inadecuadas, favoreciendo la potencial propagación de la enfermedad. Ya antes de la crisis todas las comunidades tenían problemas con el acceso al agua, pero en el último año, a raíz de la reducción de fondos por el conflicto en Ucrania, la situación no ha hecho más que exacerbarse”, lamenta Mustafa Chico.

La mayoría de afectados apenas se da cuenta de que tiene cólera, con síntomas como calambres en las piernas o una diarrea leve. Sin embargo, en torno a un 20% desarrolla diarrea o vómitos graves que pueden causar deshidratación. En estos casos, basta un tratamiento rehidratante. Pero, en poblaciones vulnerables y contextos donde cuesta recibir tratamiento médico adecuado, el cólera se convierte en letal, sobre todo para los niños.

Uno de los principales retos es la concienciación. Cuando se les pregunta sobre las precauciones que toman para evitar los contagios, algunos refugiados responden como si el cólera fuese un mal esotérico o una preocupación menor comparada con el sufrimiento que cargan a sus espaldas. Maamun Tawil, de 42 años, admite que no sabe de dónde procede el agua que beben él, su mujer y sus tres hijos. Y Fuaz, dos años mayor, se jacta de ser uno de los pocos que usa agua clorada, no solo para beber y cocinar, sino también para el té. “Como le cambia el sabor, mucha gente aquí lo hace con agua normal”, señala junto a su hijo Hussair, de 11 años. El personal humanitario evita ir a las casas en las que sospecha infecciones, para evitar que acaben señalados o rehuidos por sus vecinos. Simplemente, limpian los espacios comunes, las letrinas, las zonas de basura alrededor y realizan labores de sensibilización a toda la comunidad, independientemente de si ha tenido positivos.

Un trabajador de la ONG Acción Contra el Hambre trabaja en la desinfección del campamento con motivo del cólera.

Diego Ibarra Sánchez

Pese a las dificultades, Líbano ha logrado contener el brote en 23 muertos. Los datos del Ministerio de Sanidad del pasado miércoles muestran una enorme mejora, aparentemente atribuible a la masiva vacunación oral. Del total de 6.576 casos, entre sospechosos y confirmados, solo 14 son de las 24 horas previas, y las hospitalizaciones han caído en picado. Como Líbano y Siria no son las únicas víctimas, sino que forman parte de la mayor pandemia en una década (que afecta a 30 países), no hay vacunas para todos (es una enfermedad de pobres) y las poblaciones reciben una sola dosis, en vez de dos. Se calcula que protege durante seis meses.

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